Erotismo y rebeldía son las dos constantes en la obra de Arnaldo Coen, coincidieron el historiador Eduardo Matos Moctezuma y los curadores Edgardo Ganado Kim y Jorge Reynoso, quienes conversaron con el artista la noche del 6 de septiembre en el Museo de Arte Moderno, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), como parte de las actividades de la exposición Arnaldo Coen. Reflejo de lo Invisible.
Los cuatro amigos mantuvieron, más que un conversatorio, un viaje anecdótico que permitió develar la escena del arte en México durante la segunda mitad del siglo pasado y el papel que jugó Coen dentro de las nuevas rutas que surgían en el arte.
Al inició de la charla, Coen aclaró que no se asume dentro de la Ruptura y no le gusta el término, e hizo un recorrido por diversos momentos definitorios en su carrera, entre ellos, recordó que fue gracias a Alberto Gironella —de quien se hizo amigo porque le obsequió una orquesta de sapos disecados— que pudo exhibir en la Galería Juan Martín, punto de encuentro de personalidades como Octavio Paz, Luis Cardoza y Aragón, Juan Soriano, Remedios Varo y donde conoció a Vicente Rojo, quien en esa época dirigía diversos suplementos culturales.
Asimismo, explicó que la década de los sesenta fue de grandes intercambios artísticos, de los cuales nacieron iniciativas como el Salón Independiente —el cual fue respuesta a la negativa que les dieron a Helen Escobedo, Vicente Rojo, Manuel Felguérez y a él para participar en el Salón Solar, exposición que se organizó como parte de las Olimpiadas Culturales en el contexto de los Juegos Olímpicos de 1968—, “al que se sumaron artistas de otras tendencias, porque de alguna manera había siempre un pleito entre los pintores figurativos y los pintores abstractos”.
Era una época en que “las cosas iban surgiendo de alguna manera, había que tomarlas y aprovecharlas. Eso era fantástico, porque organizábamos partidos de futbol de la Canalla (actores, directores de teatro y cine) vs Pincel y fibra (artistas plásticos). Había esa manera de aliarse para hacer cosas por el puro gusto y cuando surgió el Salón Independiente, todo sumaba”.
Fruto de esa convivencia fue la escenografía que realizó para un montaje de Alejandro Jodorowsky y Héctor Suárez, quien lo invitó a uno de los ensayos: “Empezamos a platicar sobre la obra y de ahí salió una propuesta para hacer la escenografía. Nunca en mi vida había pensado en ser escenógrafo”, dijo y agregó que muchos de esos proyectos se hicieron sin presupuesto: “Cuando hice los cuerpos pintados, no fue porque quisiera ser un artista de vanguardia, lo hice porque no había presupuesto”.
Sobre el erotismo en su obra, Coen señaló que surgió al ver las Venus primitivas, que representan la maternidad, la abundancia. Asimismo, explicó que a él no le ha interesado buscar un estilo, sino una identidad, “más que buscar un concepto, lo que hago es tomar con oportunidad lo que se me pone enfrente y actuar con libertad para poder transmitir. Sin embargo, siempre hay una presencia”.
Con humor y sentido estético profundo
Matos Moctezuma, Ganado Kim y Reynoso coincidieron que los sesenta fue una época en la que no se le daba tanta solemnidad al arte, sino que había humor y un sentido estético profundo, los cuales ponían de manifiesto la rebeldía frente a la autoridad.
En su momento, Eduardo Matos explicó que, para él, Ruptura es un término adecuado, porque en general esa década de los años sesenta fue de muchas rupturas: políticas, artísticas, etcétera.
Una de esas rupturas —recordó— fue la que originó la disputa que tuvo lugar en 1965 en el MAM, durante la inauguración de la exposición del concurso Salón Esso, a la cual se presentaron miembros de la Escuela Mexicana de Pintura, como David Alfaro Siqueiros o la crítica de arte Raquel Tibol, y jóvenes artistas imbuidos en los nuevos movimientos, entre ellos José Luis Cuevas, a quien le aventaron un vaso de whisky. El premio lo ganó el pintor abstracto Fernando García Ponce, lo cual molestó al grupo de la escuela tradicional.
“Ahí fue el enfrentamiento total entre la vieja y la nueva escuela. Ese momento de 1965 fue crucial, porque esos acontecimientos van a permitir que surja ese concepto de Ruptura”.
El historiador detalló que en la obra de Arnaldo Coen hay una gran ausencia: la muerte, que era tan socorrida en los años cincuenta por la influencia de Octavio Paz, pero al mismo tiempo tan llena de ficciones: “En su obra, sólo hay un personaje que tiene el rostro descarnado y está en el tríptico de las Ballas de Ucello, el cual está viendo hacia afuera del cuadro, y en la serie de Zapatas hay cerca de tres esqueletos. Esta gran ausencia, contrastó, tuvo gran presencia en los artistas de la Escuela Mexicana”.
Por su parte, Edgardo Ganado subrayó que la época de Arnaldo Coen fue rebelde y él un artista que se metió en ese movimiento con gran valentía. Asimismo, explicó que, si bien hoy se habla de interdisciplina y experimentación, es algo que ya hacia Arnaldo desde la década de los cincuenta.
“Él ha sido un gran soñador que piensa que el arte puede dar opciones de vida, las cuales pueden ser múltiples, complejas. La obra de Arnaldo nos disloca y, cuando eso sucede, nos hace temblar, porque nos hace vernos y saber cómo y a qué grado somos malos. Por eso es importante su trabajo”. concluyó.
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