Ricardo Del Muro/ Austral
Este martes, 16 de enero, que los rockeros festejamos como el Día de los Beatles, falleció el escritor José Agustín, precursor de la literatura de la Onda y cronista de la contracultura en México.
Desde el principio, José Agustín mostró una fascinación por el rock, la música estridente que capturó la esencia rebelde de una generación y que se convirtió en el ritmo subyacente de su obra.
La beatlemanía llegó a México poco después de que los Beatles se habían presentado en el show de Ed Sullivan, el 9 de febrero de 1964, donde los vieron 70 millones de estadounidenses y comenzó la invasión de la “ola inglesa” en las radiodifusoras de aquel país y, por supuesto, en las mexicanas.
A principios de 1966, José Agustín tenía 21 años de edad, dos de casado con Margarita, “a quien amaba hasta la ignominia”, y una novela corta, La Tumba, que año y medio antes había escrito en el taller del maestro Juan José Arreola.
Pese a que los primeros 500 ejemplares de La Tumba, José Agustín tuvo que venderlos, de mano en mano, antes de que Luis Guillermo Piazza leyera la novela y la publicara Editorial Novaro (1994), con un desafortunado subtítulo: “Revelaciones de un adolescente”, el libro sería considerado como precursor de la Literatura de la Onda, que en realidad inicia con Gazapo (1965), de Gustavo Sáinz y De Perfil (1966), la segunda novela de José Agustín, a las que seguiría Pasto Verde (1968) de Parménides García Saldaña.
Con Sainz y Agustín – dice Margo Glanz en su libro sobre la Onda y la escritura en México (1971) – el joven de la ciudad y de clase media cobra carta de ciudadanía en la literatura mexicana, al trasladar el lenguaje desenfrenado de otros jóvenes del mundo a la jerga citadina, alburera, del adolescente; al imprimirle un ritmo de música pop al idioma; al darle un nuevo sentido al humor – que puede provenir del Mad o del cine y la literatura norteamericanos -; al dinamizar su travesía por ese mundo antes instalado en lo que Rosario Castellanos define como la novela mexicana.
¿Una nueva clase social? Hasta cierto punto. El joven se ha agrupado en movimientos estudiantiles masivos, ha rechazado las definiciones y las formas de vida de la sociedad anterior, ha adquirido conciencia política, ha cambiado su vestimenta, ha elegido nuevos lenguajes de comunicación, ha intentado crear una nueva moral sexual y hasta evadirse del mundo “viajando” con la droga e instalándose en el sonido del rock.
Los jóvenes iniciados en la Onda utilizan el albur que el lumpen les proporciona y lo aliñan con la cadencia del rock para formar parte de esa nueva clase humana, citadina y pequeñoburguesa que manufactura al narvartensis típico, de las páginas de Agustín, Sainz o García Saldaña.
Es difícil concretar cuándo y dónde comenzó la rebelión juvenil que marcó los años sesenta del siglo veinte. Primero se registró un movimiento en la Universidad de Berkeley, en California, Estados Unidos, a favor de la libertad de expresión; luego en el sur de Estados Unidos se produjo el movimiento a favor de los derechos civiles; después se extendió a París, Berlín, Roma, Madrid, Tokio, Ankara, Praga, Varsovia, Río de Janeiro, Belgrado, Córdova en la Argentina, además de México, donde sucedió la matanza de Tlatelolco en 1968.
Una generación cuyo profeta, Bob Dylan advirtió a las madres y padres que no criticaran lo que no podían entender : “Sus hijos e hijas, ya no están a sus órdenes porque los tiempos están cambiando”.
Al paso de los años, los tiempos en efecto, han cambiado y aquellos jóvenes de los sesentas ya vivieron lo que alguna vez cantaron los Beatles “al tener 64 años y perder el pelo”. En 1982 murió muy joven, con sólo 38 años, Parménides García Saldaña; en 2015, Gustavo Sainz y ayer falleció José Agustín. La generación de la Onda está de luto. RDM