La artillería es al igual que la infantería y la caballería, es una de las tres armas tradicionales de los ejércitos. Se conforma por las bocas de fuego que disparan proyectiles a grandes distancias. En el Ejército Mexicano actualmente está organizada en Regimientos.
Su origen etimológico es variado, parte desde artillus que en latín significa ingenio, hasta el vocablo francés atelier que se traduce como taller en referencia a la fundición de cañones e incluso se le asocia al religioso francés Juan Tillery, uno de los padres de este componente del arte de la guerra. Aunque los ejércitos de la antigüedad emplearon máquinas para lanzar proyectiles de gran tamaño a las posiciones y fortificaciones enemigas, el establecimiento formal de la artillería está ligado al uso de la pólvora con fines bélicos, uno de los primeros referentes del empleo de la artillería en la guerra, se dio en la afamada batalla de Crecy.
Librada el 26 de agosto de 1346, en la cual los ingleses derrotaron a los franceses. La tradición no es ajena a esta arma y al estar Santa Bárbara asociada en su leyenda e iconografía a los rayos, ha sido designada patrona de los artilleros.
Desde los tiempos remotos hasta nuestros días, los artilleros son considerados soldados de elite, su intervención oportuna apoya a sus compañeros de otras armas, pueden decidir con su poder y volumen de fuego el curso de una batalla, o bien quebrantar las defensas enemigas en el asedio a un punto fortificado. A los artilleros se les reconoce no solo el valor y pericia para manejar un cañón, sino los altos conocimientos técnicos que logran por medio de las ciencias exactas que un proyectil estalle en el blanco indicado.
En México, el uso de la artillería se remonta la expedición de Cortés durante la conquista de México. Los conquistadores contaron entre su arsenal con piezas de artillería de pequeño y mediano calibre, particularmente culebrinas que emplearon en los combates terrestres, pero también para artillar a los bergantines con los cuales asediaron Tenochtitlan en 1521. El bautismo de fuego de la artillería en nuestro territorio se dio el 25 de marzo de 1519, cuando Hernán Cortés derrotó a los mayas-chontales en la Batalla de Centla en Tabasco.
A lo largo del virreinato fortificaciones como San Juan de Ulúa, San Diego en Acapulco, Campeche, Bacalar y San Carlos en Perote contaron con dotaciones de artilleros para su defensa. Entre 1810 y 1867, la artillería fue un elemento de primer orden en las guerras civiles y extranjeras que definieron nuestra independencia y soberanía.
Con el Porfiriato, llegó la profesionalización y reorganización del ejército, que se tradujo entre varios acontecimientos, con la época dorada del Colegio Militar en Chapultepec, donde la excelencia académica y un alto grado de preparación fueron características de los oficiales que ahí se formaron para servir en el Ejército Federal, destacando particularmente el talento desplegado por ingenieros y artilleros. De estos últimos sobresalieron tres hombres que dieron cuenta de la formación de los artilleros mexicanos.
El primero de ellos fue el general Felipe Ángeles, el más famoso de nuestros artilleros, oficial capaz que se perfeccionó en Europa, digno hijo del Colegio Militar del cual también fue su Director, dueño de un talante intelectual y prendas éticas y morales, fue un hombre sin mancha. A lo anterior se añade su pericia y alto grado de conocimiento de la artillería que lo llevo a convertir a la División del Norte villista en una formidable fuerza de combate y ser el artífice de la victoria en Zacatecas en 1914. Enfrentó la muerte en Chihuahua en 1919, tras un amañado consejo de guerra con gran entereza y congruencia hacia sus ideales.
Otro caso es el de Guillermo Rubio Navarrete, queretano, hijo también del Colegio Militar, hombre que era reconocido no solo por su destreza como artillero sino por una honradez y decencia legendarias. Fiel a sus principios permaneció leal al Ejército Federal tras la muerte de Madero, fue comandante de la División del Norte Federal, sin embargo, nunca se inmiscuyó en política, tras la derrota de Huerta dejo la carrera de las armas y gracias a la preparación que recibió en Chapultepec se desempeñó como ingeniero en la vida civil hasta su muerte en la Ciudad de México en 1949.
Caso lamentable es el que atañe al general Manuel Mondragón, uno de los cuadros más destacados del Ejército Federal, a su ingenio se deben las enormes baterías costeras en Salina Cruz, el magnífico cañón de 75 mm Saint Chamond-Mondragón construido en alianza con esa prestigiada casa de armas francesa, y el Fusil Porfirio Díaz llamado después “Mondragón” primer fusil semiautomático en la historia del mundo y en uso hasta la guerra de Vietnam.
Sin embargo, todo lo anterior se vio opacado por la inmoralidad con que se condujo a lo largo de su vida pública, primero se involucró en actos de corrupción al comprar armamento para el ejército con sobreprecio en Europa, llenándose los bolsillos, después fue protagonista en el cuartelazo de la Decena Trágica y también uno de los autores intelectuales de la muerte de Madero, finalmente en recompensa, Victoriano Huerta lo hizo Secretario de Guerra y Marina, pero pronto lo relevó ante sus nulos resultados combatiendo a los revolucionarios, amargado salió al exilio y murió en el olvido en San Sebastián en España, en 1922.
Ángeles fue un prócer, Rubio Navarrete un hombre intachable y Mondragón un corrupto y un golpista, personalidades diametralmente opuestas entre sí, pero con un punto coincidente que es de destacar: la magnífica preparación y capacidad técnica que distinguió a los artilleros mexicanos formados durante la época dorada de Chapultepec.