RODOLFO VILLARREAL RÍOS
De facto, el país ya había perdido la mitad de su territorio, las negociaciones para pactar en cuanto se tazaba aquel pedazo de territorio estaban en marcha y concluirían el 2 de febrero de 1848 con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. En el inter, sin embargo, algunos consideraron que aún quedaban lotes por ofrecer. Varios, se encontraba en el sureste mexicano en donde, años antes, ya se habían separado del país aduciendo el abandono en que los tenía el gobierno central de México.
En esto último les asistía la razón, ni quién lo dude. En medio de aquello, los indígenas mayas habitantes de la Península de Yucatán, cansados de la explotación que sobre ellos ejercían “los hombres blancos”, se rebelaron y en julio de 1847 estalló la llamada Guerra de las Castas. Dado que por el simple número los indígenas superaban al “hombre blanco”, las autoridades estatales decidieron que no existía otra opción sino ir a pedir ayuda al gobierno estadounidense. Total, si ya se habían llevado la mitad del territorio que tanto era otro trozo. Después de todo su bandera, también, tenía barras rojas y blancas, así como estrellitas, cinco, sobre un fondo verde que podía pintarse de azul sobre la que descansara una sola. Vayamos a la historia.
El 10 de octubre de 1847, el diario editado por las fuerzas de ocupación estadounidenses en la Ciudad de México, The American Star, reproducía un artículo aparecido originalmente en un periódico publicado en New York, The American Mail. Aquel texto daba inicio apuntando acerca del “…efecto moral que había producido en el espíritu de los mexicanos la presencia y el contacto diario con los americanos, el espíritu de libertad comercial y de empresa que estos llevan consigo, y el bienestar que produce, como consecuencia inmediata, son otros tantos alicientes poderosos que ligan más pronto todos los intereses, que los de aquellos corazones que pretendan conservar los sentimientos de hostilidad”. Vaya perspectiva, los mexicanos felices de sentirse ciudadanos de tercera en su propio país, y adquiriendo todas las ‘bondades’ que les traía el hecho de vivir arrinconados en su casa.
Para aquel escribano, “en eso consiste …la verdadera conquista de los Estados Unidos en México y es el verdadero germen de la civilización que ellos habrán sembrado en la guerra presente”. Y dale con que el nuestro era un país de bárbaros, durante tres siglos la curia católica operó bajo esa premisa hacia nosotros y después de la bondad civilizadora estadounidense, llegarían Max y sus secuaces en busca de sacarnos del salvajismo. Pero todo eso no era derivado de la nada.
En el escrito se citaba que “en apoyo a esta opinión, y como prueba de que los mexicanos saben comprender las ventajas que se encontrarán en el roce con los Estados Unidos, nos obliga a citar la conducta de Yucatán; y, sobre todo, la de Campeche, que poco ha se puso a la cabeza de una revolución para separarse de México, con el objeto de criticar un rompimiento con Washington”. Inmersos en aquellos rozamientos había quien buscaba que la cercanía fuera máxima.
Sin citar nombre alguno, se indicaba que tenían “a la vista una carta particular escrita por un hombre de mucho influjo, de Mérida, en la que se observa la expresión de este mismo sentimiento, llevado hasta la exageración, y al extremo de solicitar la anexión de Yucatán a los mismos Estados Unidos”. Eso, apenas era un comentario, veamos el contenido de la misiva.
En el cuerpo del documento, se leía: “Parece que nos mantenemos en la neutralidad, dice la carta; pero más conveniente para este país sería la anexión a los Estados Unidos, pues, aunque ellos no tengan un gran interés en la posesión de Yucatán; no les sería del todo inútil, tanto a causa de su posición geográfica como por sus terrenos y productos; porque aquellos no han sido del todo cultivados, estos se encuentran en la infancia”. El yucateco aspirante a súbdito lucía deslumbrado y sumergido entre nubes.
Desde su perspectiva, “uno o dos años bastaría para que este país [Yucatán] cambiase, sí perteneciese a los Estados Unidos, y más tarde se hiciera rico, porque lo que le falta es el impulso, el movimiento y el aumento de la población. ¿Desde los últimos sucesos cuantos no han deseado pertenecer a los Estados Unidos? Por hoy estamos tranquilos; más podemos asegurar, que nuestra suerte sería muy diversa bajo la dirección de tan grande pueblo. ¿Por qué, pues, los Estados Unidos no han tomado posesión de Yucatán cuando esto no les costaría ningún trabajo?” Tras de esto, sería por rubor o porque era un listado de fantasías, pero el redactor se limitó simplemente a mencionar que “la carta enumera las ventajas que la Unión Americana alcanzaría con esta nueva adquisición…” No se crea, sin embargo, que aquel escrito se quedaría en una colección de “buenos deseos”.
El gobernador de Yucatán, campechano de origen, Santiago Méndez Ybarra, buscaría que aquello fuera algo más que una quimera. En ese contexto, decidió encargar el asunto a una persona de su confianza plena, su hijo político, Justo Sierra O’ Reilly quien, desde 1842, era el esposo de su hija, Concepción Méndez Echazarreta. Antes de continuar hemos de apuntar algunas cosas sobre don Justo.
El apellido Sierra O’ Reilly le venia por la vía de su madre, Concepción Sierra O’Reilly Vales. Su padre biológico era un sacerdote católico de nombre José María Domínguez y como ya sabemos, gracias a la ‘bondades’ emanadas del Concilio de Trento (1545-1563), los clérigos deben permanecer célibes, pero eso si con un montón de “sobrinos” regados por ahí. Eso no impidió que don Justo fuera un jurisconsulto, literato, periodista e historiador de altos vuelos y padre, entre otros, de Justo Sierra Méndez, el creador de la Universidad Nacional de México y figura importantísima del positivismo mexicano como elemento fundamental de la educación pública en México. Dejemos disgregaciones genealógicas y retomemos al tema central de este escrito.
A principios de 1848, The American Star reportaba que un diario editado en Washington, The National Whig publicaba que “los comisionados de Yucatán que llegaron a esta ciudad desde octubre [del año anterior] están en la capital practicando diligencias para que con ayuda del gobierno de los Estados Unidos se forme de aquella península un estado independiente. Sí esto es cierto, tendremos otro ‘asunto de Tejas’ antes de diez años”. Durante febrero y marzo, las noticias sobre el alzamiento indígena eran cada vez más alarmantes para quienes detentaban el gobierno de la entidad.
Lo que a continuación comentaremos está fundamentado en lo registrado en libro “El Diario del presidente Polk”, mismo que fuera traducido y publicado, en 1948, por Luis Cabrera Lobato y recuperado en una edición facsimilar, en 2017, por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México entonces dirigido por la doctora Patricia Galeana Herrera.
En el cuerpo del volumen mencionado en el párrafo anterior, encontramos que, el 7 de marzo de 1848, Sierra O’Reilly escribía acerca del texto que en un comunicado envió al secretario de estado, James Buchanan. En él, le solicitaba que “en nombre de la humanidad y de la civilización, me veo obligado a pedir que este Gobierno [el estadunidense] dicte cuantas medidas estén dentro de sus facultades; y si es posible, por medio de una intervención, poner fin a esta guerra que amenaza producir las más lamentables consecuencias en la política americana”. La petición concreta era que los EUA enviaran “dos mil soldados y medio millón de pesos”. Don Justo fue recibido por el funcionario estadounidense y aun cuando nada tangible obtuvo como respuesta, salió satisfecho de la reunión.
Los resultados de la entrevista lucían prometedores, pero el gobernador Méndez Ybarra sentía que se le habían agotado todos los recursos para derrotar a los indígenas y, el 25 de marzo, mandó una misiva a Buchanan en la cual exponía las vicisitudes que se vivían en la península. Dado que “la riqueza pública va desapareciendo cada día… el país entero [así llamaba a Yucatán] va rápidamente a las mas completa ruina”. Por ello, no le quedaba sino “apelar a la medida extrema…la de solicitar la intervención directa de naciones poderosas, ofreciendo el dominio y soberanía del país a la nación que tome a su cargo salvarlo”. Es importante precisar que Inglaterra y España merodeaban el rumbo para tomarle la palabra a Méndez Ybarra. Este, sin embargo, decidió solicitar, en nombre de Yucatán, abiertamente el apoyo de los EUA.
Acto seguido, indicaba: “Ofrezco a vuestra nación para tal caso, el dominio y la soberanía de esta Península, usando la facultad que para hacerlo me concede el decreto que acompaño”. Al respecto, Cabrera Lobato hacía un apunte en el cual indicaba que: “el decreto aludido, 14 de enero de 1848, no autorizaba al Gobierno para ofrecer a EE. UU. el domino y la soberanía sobre Yucatán. El artículo 1º decía: Se faculta al Gobierno para dictar cuantas providencias gubernativas o legislativas juzgue necesarias al restablecimiento de la paz, a la consolidación del orden y a la mejora de todos los ramos que instituyen la administración pública”.
El 22 de abril de 1848, el secretario Buchanan leyó en una reunión del gabinete las peticiones de Justo Sierra, mismas que se discutieron y plantearon algunas alternativas de respuesta, pero al final se decidió posponer la contestación. Conforme a lo registrado en el diario de Polk, se indica que “…el Comisionado de Yucatán vino a verme…y tuve una larga conversación con el señor Sierra con respecto al estado y la condición de su país. Finalmente, le dije que resolvería en el curso de dos o tres días, si se puede prestar ayuda alguna, y de que naturaleza a su angustiado país [Yucatán]”. Durante los días posteriores tanto en el Gabinete como en reuniones con Buchanan, Polk estuvo analizando la petición de Méndez Ybarra, a la vez que se bosquejaba cual podría ser la respuesta que se pudiera otorgar, misma que seria anunciada durante un mensaje especial que Polk presentaría al Congreso respecto a ese asunto.
El 29 de abril de 1848, Polk se dirigió al Congreso al cual sometió, para su consideración, los comunicados diversos que Sierra O’Reilly envió al Departamento de Estado. Tras describir la situación difícil que vivían los yucatecos, Polk les advertía a sus legisladores que Yucatán realizó propuestas similares, a la ofrecida a los EUA, a los gobiernos de Inglaterra y España”. Al parecer, a los peninsulares de entonces poco les importaba quien los recogiera lo único importante era apaciguar a los indígenas. En ese contexto, Polk fue claro al mencionar que “no es mi propósito recomendar la adopción de cualquier medida con el fin de adquirir el dominio y la soberanía de Yucatán y, sin embargo, de acuerdo con nuestra política establecida, no podemos permitir que se transfiera este dominio y soberanía ya sea a España o la Gran Bretaña o cualquier otra potencia europea” Tras de eso, invocaba la Doctrina Monroe, pero a la vez reconocía ciertas limitantes para otorgar el apoyo.
Polk afirmaba que “Yucatán nunca ha declarado su independencia y lo consideramos como un estado de la República Mexicana. Por esta razón nunca hemos recibido oficialmente a su Comisionado; pero aun siendo éste el caso, hemos reconocido a Yucatán hasta cierto punto como neutral en nuestra guerra con México. Si tuviéramos tropas de sobra para este propósito, parecería conveniente, mientras continua la guerra con Mexico, ocupar y retener la posesión militar de su territorio y defender a los habitantes blancos contra las incursiones de los indios, … Pero, desgraciadamente no podemos en estos momentos sin serio peligro, retirar nuestras fuerzas de otras partes del territorio mexicano… para enviarlas a Yucatán”.
Tras de ello, Polk les pasaba “la bolita” al expresar: “Confío en que la sabiduría del Congreso adoptará las medidas que a su juicio puedan ser convenientes para impedir que Yucatán se convierta en colonia de alguna potencia europea, lo cual en ningún caso podrán permitirlo los Estados Unidos, y al mismo tiempo salvar a la raza blanca del exterminio o la expulsión de su propio territorio”. Sabedor de que no se otorgaría la ayuda solicitada, Buchanan envió al Congreso copias de toda la correspondencia que sostuvo con Sierra.
No obstante que don Justo siguió exponiéndole al secretario de estado los horrores que se vivían en Yucatán, la respuesta esperada nunca llegó. Finalmente, el 16 de junio de 1848, remitió una carta de despedida en la cual reiteraba las peticiones del gobernador de Yucatán.
Y en un acto ‘de lo perdido lo que aparezca’, le indicaba a Buchanan que Méndez le ordenaba “pedir al gobierno de los Estados Unidos la devolución de los productos de la Aduana marítima de la Laguna durante el término de la ocupación militar que ha sufrido. Esta cantidad que figura como un átomo en los vastos recursos de la Unión, es para Yucatán de un valor inmenso en medio de los horrores y aflictivas circunstancias q en que hoy se encuentra. Mi gobierno llama a esto un acto de equidad. Yo me atrevería a llamarlo, simplemente, un acto de rigurosa justicia toda vez que la Laguna fue entregada a las fuerzas navales de los Estados Unidos sin oposición, cuando Yucatán era neutral en la guerra”.
Al final, no fue la falta de apetitos territoriales lo que hizo que la Península de Yucatán no pasara a formar parte de los EUA, sino que este país no tenía tropas suficientes para enviarlas allá, ni quisieron abrir otro frente de batalla cuando ya tenían en su poder la mitad del territorio mexicano. En igual forma, Gran Bretaña y España decidieron pasar por alto la oferta pues además de tener que lidiar con la rebelión indígena, se les hubiera generado un conflicto con los EUA y prefirieron no desafiar la Doctrina Monroe. Ante ello, los gobernantes yucatecos no tuvieron otra opción sino seguir buscando solos una solución y quedarse con las ganas de que sus cinco estrellitas se fundieran en una y que el fondo verde se convirtiera en azul, permaneciendo las barras rojas y blanca. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.45.137) ¿Acaso los estrategas del internacionalismo mexicano no habían planteado escenarios que contemplaran el triunfo de uno u otra y a partir de ahí instrumentar las respuestas que tendrían a las medidas que se implantaran al norte del Bravo?
Añadido (24.45.138) Finalmente, el embajador de los EUA en México se cansó de ser tratado como caporal de hacienda sinarquista y les recordó cual es el motivo por el que está en nuestro país.
Añadido (24.45.139) Mientras que, ensabanado en el lábaro patrio, el secretario de comercio clama que nadie tiene porque cuestionar las reformas a las leyes que Mexico implanta, hay quienes no comparten su perspectiva. El jueves, Moody’s precisó que la “reforma aprobada en el Poder Judicial tiene el potencial de alterar materialmente los controles y equilibrios, así como el entorno operativo empresarial en el país. Por consiguiente, baja de estable a negativa la perspectiva de calificación de México”. Y todavía aquí, nos quieren hacer creer que los inversionistas están ansiosos de arriesgar su dinero en México. Nada positivo luce el panorama para 2025. ¿Cuánto va a costar seguir pidiendo créditos para fomentar la economía improductiva de la dádiva gubernamental?