Para Alberto Carballo Maradiaga.
In memoriam.
Tomo la licencia de encabezar estas líneas, con el título de una de las obras más destacadas del diplomático e historiador militar español Julio Albi de la Cuesta. “En Banderas Olvidadas” Don Julio narra el devenir del Ejército Español durante las guerras de independencia americanas. De la pluma de Don Julio, no solo conocí una visión española de nuestra insurgencia , sino también de los americanos que combatieron por la corona.
En este espacio se dio cuenta hace poco de los españoles que lucharon por México en el siglo XIX, inevitable no pensar en Francisco Xavier Mina o Nicolás Regules. Pero en una versión completa de nuestra historia, es imposible no recordar también a los mexicanos que pelearon a lo largo de tres siglos por España. Hace unos días, un buen amigo me compartió el último número de la Revista Española de Defensa, la cual da cuenta de la exposición temporal “Blancos, Pardos y Morenos. Cinco siglos de americanos de España en el Ejército” y que estará abierta al público hasta el 25 de mayo en el Museo del Ejército sito en el Alcázar de Toledo.
Evidentemente, la presencia de los pasajes de la historia militar mexicana, son destacados en el guión de la exposición y nos remiten no sólo a la proeza que significó conquistar en 1521, un imperio como el Mexica, sino también al sólido argumento que escandalizará a las versiones gubernamentales de nuestra historia: la guerra de independencia fue más una guerra civil que extranjera.
A partir de 1519, la presencia de naturales y después mexicanos bajo las banderas del rey de España no fue menor. Partimos de Doña Marina, la polémica Malinche como una virtual “Jefa de Estado Mayor” de Cortés a los miles de guerreros totonacas y tlaxcaltecas que cercaron y rindieron Tenochtitlán. En octubre de 1571, Don Juan de Austria, al frente de la escuadra de la Liga Santa, derrotó a los otomanos en la histórica Batalla de Lepanto, fue significativo que en su nave capitana, el medio hermano de Felipe II, llevó una imagen de la Señora del Tepeyac. Poco más de un siglo después, en enero de 1691, los españoles vencieron en la isla de la Española a los franceses, en la Batalla de la Sabana Real de la Limonada. Los españoles fueron previamente reforzados por Gaspar de la Cerda, virrey de la Nueva España, en el encuentro fue decisiva la carga de los lanceros novohispanos que cayeron sobre Cussy, el comandante francés y su estado mayor. Estos dragones, fueron mestizos mexicanos y sus caballos criados en la Nueva España, sin temor a exagerar esta acción se debe considerar el bautismo de fuego de la caballería mexicana.
El Ejército Realista se vio a lo largo del virreinato, reforzado con hombres nacidos en México, desde oficiales criollos hasta morenos, mestizos y pardos que engrosaron la tropa. Las milicias provinciales, formadas para auxiliar a las tropas del rey en seguridad interior y exterior, fueron reclutadas con hombres originarios de la Nueva España. Estas milicias constituyeron el antecedente directo de la Guardia Nacional del México Independiente. A las milicias provinciales, se deben añadir afamadas unidades como los Dragones de Cuera, aquellos curtidos novohispanos que garantizaron la soberanía española en los territorios que después Estados Unidos arrebató a México.
En 1768, Carlos III, expidió las Reales Ordenanzas, que rigieron por lo menos en España hasta 1978, la organización del Ejército. A partir del Ejército Insurgente, los ejércitos del México independiente se vieron formados por dichas ordenanzas y se puede afirmar que dicha influencia subsiste hasta nuestros días.
Al estallar la guerra de independencia de México, España atravesaba uno de los momentos más dramáticos de su historia, libraba su propia lucha de independencia contra Napoleón Bonaparte. Entonces las fuerzas realistas, debieron constituirse en su mayoría con tropas nativas. Buena parte de los oficiales, como ya se mencionó, fueron jóvenes criollos. No en vano, quien derrotó a Morelos, primera espada de la insurgencia, no fue Calleja, avezado militar peninsular, sino un joven jefe criollo: Agustín de Iturbide. La preponderancia de los nacidos en México en las filas realistas, aunados a los lazos de sangre, lengua y religión que unieron a los combatientes en los bandos insurgente y realista, es un elemento que permite afirmar, como ya se dijo, que la guerra de independencia, aunque al final significó un México emancipado, fue más una guerra civil que una extranjera.
La recta final de la guerra de independencia supuso un momento histórico, pues los americanos que por tres siglos pelearon por el rey, en ese momento se unieron al Ejército Trigarante y lograron independizar a México de la metrópoli. Pero también no pocos peninsulares pusieron su espada al servicio de una tierra que ya era su casa, como fue el caso de Diego García Conde, decano de la educación militar mexicana.
La participación de mexicanos sirviendo bajo esas banderas olvidadas, no se debe considerar antagónica a México, sino parte del rico proceso que a lo largo de tres siglos forjó el nacimiento de la nación mexicana, con nuestro orgulloso pasado precortesiano pero también con nuestro rico legado hispano.