Jorge Miguel Ramírez Pérez
Una de las ideas que circulan sobre la política de Donald Trump respecto de México había sido confundir lo que anunciaba como si fuera materia de manipulación electoral. Muchos comentaristas mexicanos de renombre en la prensa comercial y políticos de todos los partidos, desde la campaña del expresidente, insistieron -en voz baja- que los discursos de Trump, no tenían la intención de concretarse, eran para alarmar votantes, para los que así se expresaban el neoyorquino buscaban votos y una vez logrado o no el propósito, las peroratas se diluirían en el mar de la desinformación.
Por supuesto que los cálculos de los observadores domésticos generalmente se basaban en los ofrecimientos de los candidatos del Partido Demócrata tradicionalmente inclinados a comprometerse de palabra, sabiendo que sus propuestas como las de reformar las leyes de migración no tenían futuro; Obama fue de los que mas ruido hizo con un tema que dejó pasar a los archivos de los asuntos del olvido.
La actitud de esas tendencias mucho me recuerda los análisis de Armando Ayala Anguiano en su obra “México de Carne y Hueso”, que durante sus escritos recalca el carácter siempre especulativo de los criollos y mestizos, ávidos del poder público para escalar en la burocracia y adquirir privilegios, sujetos que sacaban conclusiones apresuradas e incompletas, en las que México aparecía como una potencia militar de primer nivel en el siglo XIX. Una de esas reflexiones que se popularizó en cafetines y tabernillas de la época que se dispersaba profusamente, era la especie de una lógica ilusoria que aquí sintetizo: México derrotó a España cuando incluso quiso recuperar con Barradas el virreinato, y España derrotó a Napoleón, el mejor militar de Europa; Estados Unidos se alió a Francia para ganarle a los ingleses, por tanto, México puede derrotar a los estadounidenses, así concluían.
Obviamente las fechas estaban forzadas y las apreciaciones no eran válidas, porque las derrotas y triunfos no eran como se las imaginaban los grillos de ese período. La realidad en 1847 fue contundente, los ejércitos, si pudieran llamarse de ese modo a las bandas guerreras de Santa Anna, las de los liberales o de los conservadores divididas por las logias masónicas y por las rivalidades de las ambiciones de los caudillos, no pudieron en ningún momento tan siquiera cuajar una sola estrategia seria y menos unificada para repeler al invasor tal como abiertamente lo consignaron incluso los liberales que escribieron el libro que el Fondo de Cultura Económica publicó: “Apuntes para la Guerra de México con los Estados Unidos”.
Por esos antecedentes y los escritos de Francisco Bulnes así como los de muchos historiadores mas o menos independientes, he constatado que las verdades históricas y las aproximaciones a las personalidades de los héroes que proliferan con leyendas bucólicas como la del niño Juárez y otros cuentos con el fin de provocar un autoengaño colectivo, despojando a los protagonistas de la historia de sus limitaciones y defectos, al proyectarlos en un panteón de figuras que poco les falta para idolatrarlos como hacedores de milagros; es por lo que concluyo que a los políticos de ahora y a sus amanuenses, les agarra de sorpresa la candidez de no haber previsto lo que por un uso elemental de la lógica, sabrían que no es posible jalarle la cola al tigre sin recibir una tarascada o una marca indeleble de sus garras afiladas.
Y por supuesto que a muchos se les olvida que ya Trump había triunfado y todavía creían que seguía el discurso electorero, y lejos de buscar como lo hicieron los políticos avezados de países que traían la cola entre la patas, aún a costa de su posición como el junior izquierdista Trudeau, que le costó su ruina obviamente por sus equivocaciones reiteradas; al menos fueron a Mar a Lago, a poner su cara de palo y buscar una salida antes de la catástrofe anunciada.
Y como dice el maestro de la geopolítica el británico Peter Taylor en las transiciones geopolíticas: las élites de los países que forman el sistema interestatal, de inmediato buscan acomodarse a las nuevas realidades sin cuestionarse mucho el hecho. Porque si eso ya está sucediendo no hay que perder tiempo dudando si les conviene o no, porque para comenzar a platicar no depende de ellos, sino del nuevo arreglo que forme el país que vence en la transición geopolítica.
Y el lector se puede preguntar si Estados Unidos era la primera potencia y sigue siendo, ¿cuál transición hubo para entender un realineamiento?
En este sentido vale la pena que analicemos a manera de analogía, que la guerra fría como orden mundial precedente cuando terminó, sucumbió en 24 meses únicamente, en ese corto plazo el sistema bipolar EUA-Rusia, se derrumbó y surgió otro. En 1989 cayó el Muro de Berlín y en 1991 se había demolido la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia con la desaparición del Partido Comunista de la URSS. El mundo cambió y todos los países se acomodaron rápidamente a esta realidad.
Después de la guerra fría se implantó la era del globalismo y la mundialización de la democracia, como escalón transicional que duró hasta 2016, fecha en la que Donald Trump deja hablando solos a los de Davos el oráculo económico del globalismo y evidencia el fracaso de las democratizaciones forzadas de las “primaveras árabes” a la vez que catapultó el inicio de la guerra comercial contra China.
El modelo que se pensaba rebasado gestionado por los Clinton padrinos de Obama-Biden remonta con la derrota electoral de Trump, y prorroga su agonía, pero sin la fuerza requerida, durante los cuatro años de la presidencia de Biden que intentó apuntalar las consignas mundiales de una democratización de parodia mediante el modelo Soros: impulsando comediantes como jefes de gobierno en Ucrania, antes en Guatemala y en México, y la apuesta por la ideología woke. Ese breve lapso, sirvió a los idealistas coincidentemente demócratas, para retrasar la implantación de una política de vuelta al sentido común, centrada en la fortaleza nacional-imperial de la primera potencia bajo el lema de MAGA.
Por eso esta transición que protagoniza en el 2025 la misma potencia: Estados Unidos, se explica teóricamente bajo la idea del surgimiento de un “nuevo estadio filosófico”, como conceptualizaba el maestro Karl Deutsch autor del clásico “Los Nervios del Gobierno”, que afirmaba que cuando se agotaban las tácticas de un proyecto de poder político rebasado, se establecían estrategias para recrear otro proyecto de largo plazo, un estadio que llamaba filosófico porque hacía relevantes ideas distintas del estadio filosófico precedente y agotado.
Por eso los especialistas de las relaciones internacionales que categorizan las plataformas multilaterales y las controversias bajo un sistema de reglas progresistas pero sin sustento operativo de la realpolitik, no pueden creer en las líneas de acción múltiple que va a desplegar la primera potencia mundial para dejar un amplio espacio entre ella y los que por ahora le pisan los talones en el sistema interestatal geopolítico, indudablemente la amenaza de China y los brazos de su comercio que juegan en el eje del deterioro de la seguridad nacional de EUA. Son la prioridad número uno.
Eso nos lleva a considerar que el caso de México es preminente, no porque sea solamente su vecino o porque les interese a ellos Iberoamérica sustantivamente, ni siquiera porque es un socio importante a menos que rompa sus cadenas de mediatización comercial con los chinos y sustituya los componentes asiáticos por elaboraciones propias.
Lo que hace determinante entrar en las prioridades de Washington son dos operaciones de invasión contra la seguridad interna de EUA: una, las corrientes migratorias fuera de control y propiciadas por los enemigos militares de EUA, disfrazadas de un humanitarismo tendiente a romper el orden social y a penetrar grupos de terroristas internacionales; y dos, el trasiego de las armas letales, léase fentanilo y opiáceos químicos contra la población estadounidense de parte de los estrategas chinos, que usan a los cárteles mexicanos en su fabricación final y distribución. Por eso la agenda desde el 2023 ha dejado de ser diplomática para radicarse en la mesa militar. ¿Se entiende?
Porque hasta los de Hamas en Gaza ya entendieron que a partir del 20 de enero o se arreglan con Israel o desaparecen de la faz de la tierra y ya buscan resolver el conflicto de mayores proporciones en el Cercano y Medio Oriente. Estados Unidos ya decidió en su cónclave que no jugará dos cartas como era característico con los de antes. Están con Israel, punto, aunque les duela a los seudo geopolíticos antijudíos de por acá.
Y quienes han dirigido la política en México en los últimos años no pueden llamarse a sorprendidos porque no se están chupando los dedos…
Esa es la magnitud del problema mi estimado lector. Ojalá me equivoque, como he dicho en otras colaboraciones, pero lamentablemente los elementos en la opinión pública y los medios, están a la vista, no son un secreto, ni es información clasificada.