Joel Hernández Santiago
Al presidente republicano de Estados Unidos, Donald J. Trump, no le gusta llevar la fiesta en paz. Desde su trono presidencial se va en contra de todo lo que se mueve. Agrede. Insulta. Manipula. Miente. Amenaza. Se burla del impacto de sus ocurrencias porque es irresponsable su particular sentido del poder.
Apenas hace unos días llamó dictador al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, aunque sabe que no lo es porque éste llegó a la presidencia de su país por la vía democrática.
Y si no se han llevado a cabo nuevas elecciones para renovar la presidencia es porque el estado de guerra con Rusia se los ha impedido. Aun así, en su resplandeciente ignorancia o mala fe Trump acusa y señala al mandatario ucraniano como culpable de la guerra.
Instado Elon Musk, su asesor principal y con quien cogobierna EUA, ha declarado que a como dé lugar se hará de la Franja de Gaza para crear ahí, en sus playas, un centro recreativo de alto rango mundial y para esto –dice Trump- ‘hay que sacar de ahí a los palestinos’, dueños del país.
Ya se enfrentó con la Unión Europea enviando mensajes agrios a través de su vicepresidente James D. Vance el 14 de febrero, quien en su discurso para hablar sobre el fin de la guerra entre Rusia y Ucrania, prefirió lanzar dardos envenenados a los europeos acusándolos de ‘alejarse de sus valores e ignorar las preocupaciones de los votantes sobre la migración y la libertad de expresión’.
Ha insultado a Canadá al asegurar que este país será el estado 51 de la Unión Americana y que el actual primer ministro Justin Trudeau es el gobernador de ese estado. La insistente declaración de Trump, en tono sarcástico, ha causado indignación y repudio entre los canadienses.
Ha dicho –Trump- que se hará de Groenlandia y que EUA tomará el control de la enorme isla que depende en su administración de Dinamarca. Y no ha descartado utilizar la fuerza para hacerlo según ha dicho. Sin embargo, una encuesta reciente, publicada por el diario estadounidense The New York Times, mostró que el 85 por ciento de la minúscula población de 56 mil habitantes no quiere formar parte de Estados Unidos.
Eso no importa a Trump; lo que quiere son los recursos minerales de la isla, níquel, hierro y elementos de tierras raras, a pesar de que gran parte de ellos están debajo del suelo helado que en algunos casos es de tres kilómetros de espesor. Dinamarca muestra ya su enojo en este punto.
Pero también es acomodaticio e interesado. Su codicia lo hace aliarse con los antiguos enemigos de su país, como es el caso de su acercamiento sumiso a Vladimir Putin, presidente de la Federación de Rusia, cargo que ocupa desde 2012, y antes desde 2000 hasta 2008 y al que no acusa de dictador y a quien da la razón en el caso de la guerra con Ucrania y al que ha enviado comisionados especiales para hablar de la paz entre Rusia y Ucrania, en Arabia Saudita –otro foco de interés para Trump-, pero reunión a la que no invitó a Zelensky.
Todo esto en poco más de un mes de su gobierno. Resulta difícil de creer que haya ganado las elecciones con actitudes como esta y con antecedentes como los que ha tenido de acusaciones del tipo personal ante los tribunales, aunque se haya puesto en pausa el proceso judicial que se le seguía, y quien propició en enero de 2018 la toma violenta del Capitolio en EUA.
Este mismo personaje montaraz es el que agobia al gobierno de México con amenazas de intervención en territorio mexicano para perseguir a los cárteles de la droga bajo amenaza de ser “terroristas” y a quien atosiga con la amenaza de aranceles a productos mexicanos si no contiene la migración y si no persigue de forma definitiva a los grupos criminales.
Todo esto, en el caso de México, es un pretexto que utiliza como presión, muy en su estilo: presión, amenaza, utilización de la fuerza, burla, sarcasmo. El clásico grandulón de la secundaria que sin más daba golpes de forma impune a quien le caía mal haciendo alarde de su fuerza y su pequeñez humana.
El gobierno mexicano aterrorizado da respuestas vagas y temerosas: “No permitiremos que se atente contra nuestra soberanía”; “Nuestra soberanía no se negocia”… Y si bien la presidenta ha enviado al Congreso una iniciativa para castigar con dureza a quien, siendo extranjero, lleve a cabo persecuciones o intervenciones de cualquier naturaleza que vulnere esa soberanía… pues…
Al principio del gobierno de Trump se dijo que se observaron aviones que sobrevolaban cerca de México. Aviones espías de alta gama. La presidencia lo negó. Y dijo que si es que volaban lo hacían sobre aguas internacionales.
Luego se dijo lo de los drones. En respuesta presidencia de México acusó a TNYT de mentiroso, como antes lo había hecho cuando publicaron que en México hay laboratorios para procesar fentanilo: “campañitas”, se dijo…
No obstante luego tendría que decir que lo de los aviones y los drones era parte de la coordinación entre ambos países, y que estos sobrevuelos “se han hecho desde hace mucho tiempo”.
El gobierno mexicano tiene enfrente un problema muy serio con Trump como amenaza. Y cierto: ningún mexicano que lo sea, permitirá que EUA intervenga militarmente en nuestro país. Las experiencias históricas no han sanado.
Por tanto, lejos de insistir en la polarización social, en los abusos en contra de la democracia y en contra de la Constitución; en contra de sus instituciones y en contra de la libertad de expresión, lejos de divisiones fatales, conviene al gobierno mexicano demostrar casta de Estado y sanar heridas y buscar esa unidad nacional tan necesaria hoy frente a una amenaza que sí lo es.
¿Lo conseguirá? ¿Está dispuesta la presidenta a dejar de escuchar aquello que le murmuran al oído u ordenan desde Palenque y quien, por cierto, es responsable del actual estado de la situación? ¿Lo hará ella?