Por José Alberto Sánchez Nava
“Cuando la música refleja la sombra de la violencia, nuestra sociedad pierde el ritmo de la esperanza.”
1.-Introducción. En la noche del pasado 12 de abril, la Feria Internacional del Caballo en Texcoco se convirtió en un escenario de caos y frustración. Luis R. Conríquez, autoproclamado “Rey de los corridos bélicos”, subió al palenque con la determinación de apegarse a la ley estatal que prohíbe la apología del delito en espectáculos públicos. En lugar de sus emblemáticos corridos que exaltan a las bandas delictivas y escenifican la violencia, el cantante optó por interpretar canciones románticas. La reacción del público fue inmediata: abucheos, lanzamiento de objetos, destrozos en el equipo de sonido y, finalmente, una batalla campal que dejó al menos seis detenidos y cinco heridos menores de consideración.
Este episodio, lejos de ser un incidente aislado, es síntoma de una profunda descomposición social. ¿Cómo llegamos a un punto en el que la gente –jóvenes y adultos– prefiere la apología de la violencia al canto de amores y desamores? La respuesta se teje en varios hilos: la carencia de una educación integral, la glorificación mediática de las bandas delictivas y la herencia política de un discurso de “abrazos, no balazos” que hoy continúa bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum.
2.-La educación como refugio perdido. En México, la educación pública ha sufrido recortes presupuestales y desatención crónica. Mientras los planteles carecen de infraestructura básica, los jóvenes encuentran en la música regional un refugio identitario. Sin embargo, cuando ese refugio es un himno a la violencia, la consecuencia es la normalización del crimen. En ausencia de programas sólidos de educación cívica y emocional, la juventud carece de herramientas para cuestionar el relato violento que estos corridos transmiten.
3.-El enaltecimiento mediático del crimen organizado. Los medios de comunicación han encontrado en los corridos bélicos un filón comercial. Cada tema polémico se convierte en noticia, cada escándalo alimenta el rating. En Texcoco, la prohibición de cantar esas letras era noticia de primera plana, lo mismo que la reacción violenta del público. Así, la atención mediática termina fungiendo como altavoz de la narrativa delictiva, reforzando la idea de que el éxito artístico y el estatus social están vinculados al poder que ejercen estas bandas. El propio Luis R. Conríquez confesó haber recibido amenazas tras su negativa, lo que demuestra hasta qué punto el crimen organizado ejerce control incluso en el terreno cultural.
4.-Política de “abrazos” versus realidad de “balazos”. La política de “abrazos, no balazos”, impulsada en el sexenio anterior, buscó contener la violencia a través de programas sociales y omisión deliberada de enfrentamientos directos con las bandas delictivas. Sin embargo, la realidad demostró que esa estrategia fue insuficiente. Los índices de homicidio doloso se mantuvieron en niveles históricamente altos y los grupos criminales expandieron su influencia territorial. Bajo la administración de Claudia Sheinbaum, lejos de rectificar esa ruta, se ha dado continuidad a la retórica de diálogo y prevención, sin una reforma contundente al aparato de seguridad ni al sistema judicial. El resultado es una sensación de impunidad que permea en la sociedad y alienta el culto a la figura del delincuente.
5.-Reflexión sobre la responsabilidad colectiva. El estallido violento en Texcoco no puede entenderse sin reconocer la corresponsabilidad de todos los actores: el Estado que regula tardíamente, los medios que privilegian el morbo, los empresarios del espectáculo que se lucran con la polémica y el público que aplaude la violencia. Si no hacemos una introspección profunda, seguiremos repitiendo escenas de barbarie en cada feria y cada concierto.
6.-Hacia una solución integral. ¿La salida? Recuperar la educación pública como eje central de la política social. Invertir en bibliotecas, talleres de análisis crítico y programas de acompañamiento psicológico. Reformar los medios para que dejen de ser caja de resonancia de la violencia y promuevan contenidos que fortalezcan la cohesión social. Exigir a las autoridades un cambio real en la estrategia de seguridad: una que combine inteligencia, depuración policial y justicia eficaz, sin simulaciones ni pactos con el crimen organizado.
En Texcoco quedó claro que la música no es inocente: es espejo y molde de nuestra realidad. Mientras sigamos permitiendo que el corrido bélico sea himno de una parte significativa de la población, la degradación social avanzará, y no bastarán los “abrazos” ni las prohibiciones tardías para detenerla. Solo una política integral, respaldada por la sociedad y la prensa, podrá rescatar los valores que hoy se pierden en el estruendo de un escenario derribado.