* Se crean instituciones, se aclara el sistema electoral, se entrega en manos de un comité de notables, se reforman los poderes Legislativo y Judicial, se apuesta por la transparencia, se crean mecanismos de defensa de derechos humanos, pero extrañamente nadie se atreve a proponer una reforma al Poder Ejecutivo, el poder de los poderes, que puede insistir en la reforma del Congreso de la Unión y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, porque lo que se afecta es el funcionamiento de la dictadura perfecta, con sede en la presidencia de la República
Gregorio Ortega Molina
La República está desordenada, por no afirmar que su historia oficial es una provocación sumada a una falsedad. Nuestra realidad y la de las instituciones es ajena a lo consignado en los libros de historia.
En nuestra literatura la República nos la presentan fragmentada, y en el ensayo, ¿quién describe a profundidad el funcionamiento constitucional de la vida de México? Me aproximo más a lo que realmente somos y mostramos a través de la lectura de Leonardo Sciascia, y no porque seamos una nación fragmentada, sino porque nos creemos nuestra impostura, y por ello las autoridades pegaron el grito en el cielo, cuando Mario Vargas Llosa describió nuestro sistema política en una frase lapidaria: México es la dictadura perfecta.
La Constitución de 1917 pudiera ser el documento que incidió en la elaboración de El Consejo de Egipto. El resultado es el Poder Ejecutivo que nos hemos dado, cuyo funcionamiento se explica en la respuesta que Miguel de la Madrid dio a Carmen Aristegui: la corrupción es el aceite que mueve los engranajes del sistema, y se desató la ira de esos distinguidos priistas que supieron bien de lo que se hablaba.
La efeméride es puntual: “El 27 de diciembre de 1926, las legislaturas de los estados votaron las reformas a los artículos 82 y 83 de la Constitución y emitieron la siguiente declaratoria: El Congreso de los Estados Unidos Mexicanos, en ejercicio de la facultad que le confiere el artículo 135 de la Constitución federal y previa la aprobación de la mayoría de las legislaturas de los estados, declara reformados los artículos 82 y 83 de la Constitución federal… Artículo 83. El Presidente entrará a ejercer su encargo el 1º de diciembre del año en que se celebre la elección; durará en él cuatro años, aunque durante este periodo hubiere obtenido licencia en los casos que permita la Constitución. No podrá ser electo para el periodo inmediato. Pasado éste, podrá desempeñar nuevamente el cargo de Presidente, sólo por un periodo más. Terminado el segundo periodo de ejercicio, quedará definitivamente incapacitado para ser electo y desempeñar el cargo de Presidente en cualquier tiempo”.
Sólo 10 años duró esa consigna en contra de la reelección. La muerte de Francisco I. Madero resulta, así, inútil.
Obregón triunfó en su reelección, pero no llegó a tomar posesión. Algo aprendieron los caudillos de esta lección. Tardaron pocos años en perfeccionar la respuesta a las ambiciones: la creación del concepto de familia revolucionaria, hoy trastocado en Morena. Una presidencia de la República rotatoria, para el mismo grupo y sin alteraciones legales que provoquen sobresaltos. El principio de Lampedusa ante los garibaldinos: todo debe cambiar para permanecer igual. La dictadura perfecta, pues.
Y funciona, históricamente los hechos lo confirman. Se crean instituciones, se aclara el sistema electoral, se entrega en manos de un comité de notables, se reforman los poderes Legislativo y Judicial, se apuesta por la transparencia, se crean mecanismos de defensa de derechos humanos, pero extrañamente nadie se atreve a proponer una reforma al Poder Ejecutivo, el poder de los poderes, que puede insistir en la reforma del Congreso de la Unión y de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, porque lo que se afecta es el funcionamiento de la dictadura perfecta, con sede en la presidencia de la República.
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