Luis Farías Mackey
Cuando me preguntaban qué libro había marcado más mi vida, pensaba en el “Demían”, “El lobo estepario”, “Retrato de un artista adolescente”, “Ada o el ardor”, “El maestro y Margarita”, “Así hablaba Zaratustra”, “El laberinto de la soledad” o “La llama doble”; jamás pensé en “La Visión de los Vencidos”. Hoy me percato de la gran huella e influencia que ha impuesto en mí esta última obra. Tiempo después de su primera lectura, preparando mi tesis profesional, me sumergí en el descubrimiento de América y en la Conquista de la Gran Tenochtitlan. Jamás he perdido mi apetito por ambos temas.
Hoy creo que la vida me preparaba para lo que estamos viviendo actualmente. Como nunca antes entiendo el pasmo de los Taínos cuando vieron las carabelas de Colón en el Caribe y de los Mexicas con Cortés entrando por Iztapalapa; el concepto de red de agujeros de los cantares mexicanos tras beber el agua ensangrentada de las lagunas tras las batallas y narrar los sesos embarrados en el adobe resonando el llanto nocturno de la “Llorona”: “Hay mis hijitos, ¿a dónde os llevaré?”
Los mexicas vieron como un puñado de personas incapaces de entender su cultura y valores, despreciadores de todo lo que ellos eran, los condenaron sin derecho a juicio, se apoderaron de sus tierras, pasado y futuro, quemaron sus templos y mataron a sus dioses, hicieron de sus instituciones y forma de vida cenizas; se ufanaron de su fuerza, vulgaridad e ignorancia, hicieron de sus costras de mugre blasón y de su voracidad virtud. Despreciaron todo y a todos, y se solazaron en su poder y ordinariez: “¡Ni Dios encarnado podrá echar para abajo nuestras reformas!”
Alegaron entonces la verdadera religión, el mandato de sus coronas reales y la fuerza del hierro y la pólvora. Hoy, los nuevos conquistadores, invocan la Cuarta Transformación, al nuevo salvador y su evangelio. No necesitan templos para imponer su sincretismo, les bastan las redes repicando sus sermones mañaneros.
Y es, como entonces, nuestro escudo una red de agujeros.
Tal vez nos esperan tres siglos de nueva Colonia, quizás cinco de extravío.
“¡Vulnerado de muerte está mi corazón! ¡Cual si estuviera sumergido en chile, mucho se angustia, mucho arde!…”
¿Quién escribirá nuestra visión?