Magno Garcimarrero
El ejército francés, compuesto en su mayoría por zuavos mercenarios llegó a Amozoc, a tres leguas de Puebla, el 4 de mayo de 1862 y, se tomó el resto del día para descansar y celebrar los triunfos de sus combates anteriores, atenidos al convencimiento de ser invencibles… No contaban con que, los ángeles de Puebla de los Ángeles, participarían en la batalla del lado de los mexicanos.
José María Vigil, en su tratado “México a través de los Siglos”, transcribe lo que dice el príncipe Bibesco, testigo y partícipe de la batalla de Puebla: “Son las 12. Nuestra artillería toma posición a dos mil doscientos metros de Guadalupe” (el fuerte) … “Comienza el fuego de nuestra artillería, el del enemigo se hace más vivo”.
Son cinco mil soldados franceses en la llanura que rodea Puebla; en lontananza el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son mudos testigos de la contienda. Todo parece confirmar el triunfalismo galo, “cuando una bala rebotada arranca del caballo al subintendente Raoul y lo arroja expirante en el polvo. Es la primera víctima de la batalla que cobrará cuatrocientas ochenta víctimas más.
El capellán de la división se acerca y le da el viático en medio de ese patético escenario”. Más adelante el príncipe Bibesco sigue narrando: “En fin, como para hacer impotentes nuestros últimos esfuerzos, se desata una violenta tempestad acompañada de granizo; el suelo, empapado en pocos momentos, cede bajo los pasos de nuestros hombres, que resbalan al fondo del foso, logrando apenas llegar a la esplanada un número muy reducido”.
Aquí es donde puede verse la mano providencial de los ángeles custodios de Puebla de los Ángeles. Lo que los victoriosos soldados de Magenta y Solferino consideraron un “paseo militar”, tuvieron que aceptar su derrota y con ello, entender la expresión de un humilde soldado zacapoaxtla quien, ante la fatua promesa de triunfo francés, simplemente comentó: “No todos los días se muere un burro”.
No nos duró mucho el gusto, un año después de la batalla de Loreto y Guadalupe, el ejército francés sitia Puebla y toma la ciudad el 17 de mayo. Quizá la victoria poblana hace palidecer la importancia de contiendas menores que se dan a lo largo y ancho de la nación mexicana; es el caso del combate de Camarón ocurrido el 30 de abril de 1863, y otros encuentros en los que, hombres del pueblo, enfrentan heroicamente a los invasores.
M.G.