José Luis Parra
El AIFA no despega. Ni en vuelos, ni en autoridad, ni en seriedad. La nota que revela el desorden interno en esa obra estandarte de la 4T confirma lo que desde hace tiempo olía a gasolina rancia: la terminal es una mezcla mal batida de uniformes verdes, escritorios de burócratas y egos marciales que no caben ni en la pista de carga.
El general retirado Isidoro Pastor, actual director del aeropuerto, ha lanzado una advertencia diplomáticamente bélica. Pide —con ese tono que sólo los generales que ya colgaron el uniforme saben usar— que se acaben los protagonismos y las órdenes cruzadas. Traducido al castellano: que dejen de comportarse como si cada uno tuviera su propio aeropuerto dentro del aeropuerto.
No es para menos. Según versiones de trabajadores, hay 80 mandos y más de 700 empleados —entre civiles y militares— que operan en un sistema que parece inspirado en un gabinete escolar: todos quieren ser prefectos, nadie acepta ser alumno. Y si a eso le sumamos que las decisiones se toman por jerarquía y no por conocimiento técnico, entonces el AIFA se parece más a una maqueta de primaria que a un aeropuerto internacional.
No hace falta un piloto para saber que si cada mando da una orden y cada subordinado actúa con miedo, el resultado es parálisis operativa. Por eso hay equipos innecesarios comprados por capricho castrense y técnicos civiles que prefieren callar antes que argumentar. La consecuencia: nadie quiere asumir riesgos, la iniciativa se esfumó como el vuelo de Mexicana que nunca llegó, y los errores se esconden como contrabando.
El AIFA es, hasta ahora, la metáfora más exacta del gobierno militarizado: lleno de símbolos, sin control real; con banderas ondeando y sistemas fallando. Los militares, entrenados para obedecer y castigar, no entienden (ni toleran) la lógica civil de debate y especialización. Aquí, una torpeza operativa no es motivo de corrección, sino de represalia. Así, el personal prefiere no actuar antes que equivocarse.
En este escenario, ¿quién se atreve a decir que el AIFA es viable? Ni siquiera los suyos lo creen. Tan es así que Pastor Román tuvo que poner en papel lo que seguramente ya gritó en más de una reunión: que si no hay coordinación, esta torre de control terminará siendo un elefante blanco… de uniforme verde olivo.
La pregunta que ronda la pista es: ¿puede funcionar un aeropuerto bajo la lógica del cuartel? La respuesta es tan obvia como deprimente. No. Un aeropuerto requiere especialistas, no sargentos. Técnica, no galones. Diálogo, no órdenes.
Lo que hoy ocurre en el AIFA no es anecdótico. Es una señal del país que la 4T quiere consolidar: uno donde la obediencia militar sustituya al pensamiento crítico, donde el uniforme pese más que la experiencia, donde se castigue la voz propia y se premie la sumisión.
Y si el aeropuerto es apenas el modelo piloto de ese país, entonces no estamos construyendo pistas para el desarrollo, sino zanjas para el retroceso.