José Luis Parra
A Saúl Francisco Hernández Tenorio, alias El Ponchis, no lo sacaron de la cárcel. Lo despidieron con un aplauso. El capo sinaloense, jefe de la célula “Los Fantasmas”, se fue del penal de Hermosillo caminando como si acabara de terminar su visita conyugal. Ni una sirena. Ni una alerta. Ni una maldita cámara. El Cereso Uno de Sonora, con puertas que parecen giratorias y custodios que deberían estar en el taller de teatro, fue su último escenario. Y el telón bajó sin drama.
La escena raya en lo ridículo. O en lo criminal. O en lo criminalmente ridículo.
Mientras tanto, el gobernador Alfonso Durazo –científico del método Montessori aplicado a la seguridad pública– jugaba a las asambleas nacionales de Morena. Muy atareado el presidente del Consejo Nacional del partido gobernante. Demasiado ocupado para cuidar las llaves del penal. Y así, entre congresos partidistas y selfies con la militancia, Sonora sigue siendo tierra de nadie. O mejor dicho, tierra de todos: de Los Chapos, de Los Salazar, de Los Fantasmas y de los que se escapan sin que nadie lo note… hasta el otro día.
Borrón y fuga nueva
Un mes antes, la captura de El Ponchis fue anunciada como un “golpe certero” al crimen organizado. La narrativa oficial: “uno de los 10 principales objetivos de Estados Unidos”. Pero algo falló. O más bien, todo.
Tan pronto como se supo de la fuga, el gobierno estatal hizo lo que mejor sabe: borrar pruebas. Desaparecieron de la página oficial los comunicados triunfalistas. También la publicación de Durazo en su cuenta de X. Todo fuera como apretar la tecla “suprimir”.
La fiscalía, claro, abrió una investigación. Se habla de una “pisteada” dentro del penal. De visitas. De un Ponchis confundido entre los invitados. Hasta se baraja la hipótesis de que salió en ambulancia, con receta médica en mano. Entretenimiento carcelario de primer nivel.
¿Y la reacción oficial? Silencio primero. Luego balbuceos. Y finalmente, la cabeza del secretario de Seguridad, Víctor Hugo Enríquez. Lo curioso es que su salida estaba pactada desde febrero. Pero el escándalo sirvió de pretexto perfecto para vestir la renuncia de sacrificio institucional. Lo de siempre.
Seguridad con cita previa
Lo que está en juego no es solo una fuga. Es el colapso de un sistema penitenciario. Es la ausencia del Estado en territorios dominados por células armadas que hoy guerrean por el control de Sonora: Los Salazar y Los Chapitos juegan a la guerra, mientras el gobernador juega a la política.
La violencia no se detiene porque los delincuentes no toman vacaciones. En cambio, los funcionarios sí: en la torre ejecutiva, en giras por el extranjero, en los eventos de Morena. La seguridad pública en Sonora parece funcionar solo con cita previa. ¿El saldo? Decenas de muertos, comunidades desplazadas, balaceras en antros y familias acribilladas en caminos rurales. Pero eso sí, el discurso sigue inamovible: todo bajo control.
Doble moral nacional
El Ponchis era, según el gobierno, un objetivo prioritario para los gringos. Pero en ninguna lista oficial de las agencias estadounidenses aparece su nombre. ¿Entonces? ¿Quién infló la figura del capo? ¿Para qué? ¿Para lucirse? ¿Para justificar la incapacidad con una gran captura? ¿O para negociar en corto con los aliados del narco?
A ver cómo le explican ahora a Washington que su “objetivo prioritario” salió caminando de un penal de mediana seguridad, sin forcejeos ni helicópteros ni plan de fuga. No fue El Chapo en una moto por un túnel. Fue El Ponchis en huaraches por la puerta.
La historia que ya sabemos
Durazo está ausente en su estado. Se le ve más como árbitro electoral de Morena que como gobernador. Cuando estalla una crisis, aparece tarde. Y cuando aparece, habla de responsabilidades compartidas, de investigaciones en curso, de mano dura. El guion es el mismo. Solo cambian los muertos. Y los fugados.
Pero lo más grave no es que se escape un criminal. Lo más grave es que nadie lo impida. Que se les esfume y que la reacción sea borrar tuits, esconder comunicados y ofrecer recompensas tardías.
El mensaje está claro: aquí no hay Estado. Hay simulación. Hay fotos. Hay discursos. Hay un gobernador ocupado en la sucesión presidencial que abandona su trinchera. Y hay una sociedad que, entre el miedo y la resignación, se va acostumbrando a vivir en un narcoestado con tintes de reality show.
Porque mientras Durazo organiza congresos, los narcos organizan el territorio.
Y en Hermosillo, hasta se dan el lujo de salir caminando.