+ León XIV, ¿en la ruta del justo medio, para equilibrar fuerzas entre liberales y conservadores?
+ Toma una iglesia herida por los casos de abuso sexual y por el descrédito global.
+ Se tendrá que enfrentar a los “atilas” de la modernidad, monstruos de mil cabezas que están ahí, en su iglesia y en el Trastévere, más allá del río Tíber.
Miguel Valera
Tengo en casa una copia de “La escuela de Atenas”, un fresco que Rafael Sanzio pintó entre 1510 y 1512 en el Palacio Apostólico de la ciudad del Vaticano y que alguna vez admiré de frente, en un viaje en el que estuve acompañado de mis compañeros Gustavo González Godina, Yamiri Rodríguez, Víctor Murguía y Raymundo Jiménez, entre otros, si mal no recuerdo. Ya había escuchado hablar de esa pintura renacentista y estar frente a ella, me conmovió.
Rodeado de una pléyade de filósofos como Sócrates —con su fiel Alcibíades—, Epicuro, Pitágoras, Heráclito, Diógenes, Euclides, entre otros, destacan en el centro las figuras de Platón a la izquierda y de Aristóteles, su alumno, a la derecha. Ambos se miran de frente, a los ojos. El primero, el del mundo de las ideas, tiene la mano derecha señalando hacia arriba, hacia el cielo. El segundo, el estagirita, tiene la mano al centro, como refiriéndose a su teoría del realismo filosófico.
Platón sostiene en mano su obre Timeo, en donde reflexiona profundamente en el origen del universo, la naturaleza de la materia y de la humanidad. Aristóteles, sin embargo, lleva en mano su Ética a Nicómaco, una obra fundamental, que leí en Sepan cuantos luego de que mi viejo maestro de griego, mi paisano el padre Antonio Muñiz Muñiz nos repasara la lengua griega con frases de ese libro como “areté tiktei eudaimonía” (la virtud produce felicidad), una idea central de esa obra.
Refiero todo este rollo para comentar que Jorge Mario Bergoglio, el recién fallecido Papa Francisco, como jesuita, se formó en la escuela del aristotelismo y el nuevo pontífice, el estadunidense – peruano, Robert Prevost, quien tomó el nombre de León XIV, se formó en la escuela platónica, la misma que tanto emocionó a Agustín de Hipona, el fundador de la orden religiosa en la que tomó lo hábitos el nuevo jerarca católico. Ahí se formaron y eso es muy significativo, pero eso tampoco quiere decir que no tengan una visión de las necesidades de la iglesia contemporánea que les ha tocado dirigir.
En el plano global, la designación de León XIV representa de alguna manera la continuidad de la agenda transformadora que traía el propio Papa Francisco, pero más allá del radicalismo platónico-agustiniano, tendrá que buscar el justo medio aristotélico para equilibrar fuerzas entre liberales y conservadores al interior de la milenaria institución. Además, toma una iglesia herida, desprestigiada en el mundo moderno en donde ya nada se puede ocultar, lastimada por la pederastia, los casos de abuso sexual y el descrédito de muchos de sus jerarcas.
La relación entre Robert Prevost y Jorge Mario Bergoglio fue cercana. Lo conoció cuando el Papa era arzobispo de Buenos Aireas. Así lo contó a Vatican News después de su muerte: “Siempre tuve la impresión de un hombre que quería vivir el Evangelio con autenticidad, con coherencia. En los tiempos en que yo era prior general de los agustinos, varias veces, durante las visitas a mis hermanos en Argentina, cuando él era todavía cardenal, tuve ocasión de conocerle y hablar con él, informalmente y sobre asuntos más institucionales”.
Elegido Papa, Francisco celebró su primera misa pública, el 13 de marzo de 2013, en la parroquia de Santa Ana del Vaticano, confiada al cuidado pastoral de religiosos agustinos, y en esa ocasión Prevost se reencontró con él. “Me pregunté si se habría acordado de mí y cuando llegó y entró en la sacristía, al verme, me reconoció inmediatamente y empezamos a hablar”.
Luego, como se sabe, lo hizo Cardenal y lo llamó para ser Prefecto del Dicasterio para los Obispos, algo así como una Secretaría de Estado. Desde entonces, a lo largo de dos años, tuvo una cita sabatina con el Papa Francisco. No hay duda que junto a los Cardenales que lo eligieron estuvo la mano del argentino, de feliz memoria.
Por eso en su discurso inicial, luego de pedir la paz para todos, “la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante”, se refirió a Francisco, su antecesor: “El Papa que bendijo a Roma daba su bendición al mundo, al mundo entero. Esa mañana del día de Pascua. Permitidme seguir esa bendición. Dios nos quiere. Dios nos ama a todos. Y el mal no prevalecerá. Todos estamos en manos de Dios”, refrendó
“Por lo tanto, añadió, sin miedo —lo que hizo recordar palabras de Juan Pablo II, mano a mano, unidos hoy de la mano de Dios y entre nosotros, avancemos hacia adelante”.
En ese primer discurso, también se refirió a su origen agustino: “Soy un hijo de San Agustín. Agustiniano. Que dijo ‘Con vosotros soy cristiano y por vosotros obispo’. En este sentido podemos todos caminar juntos hacia esta patria que nos ha preparado Dios”, destacó.
Entre Platón y Aristóteles, entre el mundo ideal y el mundo real, entre las intrigas palaciegas, la burocracia vaticana y la realidad latinoamericana, con un nombre cargado de simbolismo —el evangelista Marcos ha sido representado con un león, por su fuerza y nobleza y su Evangelio comienza hablando de Juan el Bautista, el mismo que decía que era necesario que Cristo creciera y que él disminuyera—.
Vale la pena recordar que el primer Papa que tomó el nombre de “León” fue San León Magno en el siglo V, famoso porque se enfrentó contra Atila El Huno. Así, Robert Francis Prevost, León XIV, se tendrá que enfrentar a los “atilas” de la modernidad, monstruos de mil cabezas que están ahí, en su iglesia y en el Trastévere, más allá del río Tíber, ese que como las aguas cristalinas del cristianismo, no ha podido penetrar el corazón de las piedras de la naturaleza humana en el mundo. El reto es mayúsculo en una era global cargada de extremos, en donde se puede matar por la fe o vivir como si Dios no existiera.
@MValeraH