Rodolfo Villarreal Ríos
El segundo imperio de opereta emitía sus estertores últimos. Eso, sin embargo, no impedía que un par de maxhincados publicaran su versión de cuanto daño habían hecho, y hacían, quienes miraban hacia el futuro y se negaban a retrasar el reloj de la historia. En ese contexto, encontramos, en las ediciones del 11 y el 31 de mayo de 1867, como El Diario del Imperio presentaba la versión que los retrógrados tenían sobre lo dañino que resultaba el Liberalismo y una muy particular versión sobre lo que era la civilizacion. Demos un repaso a esas perspectivas.
En lo concerniente al Liberalismo, la pieza iniciaba indicando que “hace algunos años había podido creerse de buena fe por hombres ilustrados y sinceros patriotas, que se podían realizar las teorías bellamente expresadas por algunos escritores modernos porque ellas traían consigo con los goces de la libertad los bienes inapreciables de la paz, los adelantos de la civilización, y, por último, la perfección social. Deslumbraban los espíritus y cautivaban los corazones esas doctrinas fascinadoras de libertad, de igualdad, soberanía popular y todas las frases ampulosas del vocabulario político; y no se tomaban en cuenta las diferencias sociales, las que establece la educación, el carácter, los hábitos, las costumbres, y, sobre todo, las pasiones humanas.
Creíase seguramente que era tal la virtud de los principios liberales que transformaría a los hombres y los haría buenos ciudadanos, esclavos de la ley, amantes de la honra de su patria, sencillos, ilustrados; en una palabra, verdaderos republicanos”. Por supuesto que Liberalismo buscaba generar las condiciones para que todos tuvieran la oportunidad de superarse y entonces aquello se decantara en función de las capacidades de cada uno. Es una falacia que se hubiese planteado eso de que todos serían iguales, el objetivo era crear una sociedad nueva basada en la instrucción y el conocimiento que le permitiera alejarse del imperio de la superchería. Esto era lo que inquietaba a los retrógrados.
Congruente con ello, el maxhincado afirmaba: “¡Vanas ilusiones! No tardaron mucho los acontecimientos en venir a probar de una manera harto sensible, que aquellas doctrinas no eran más que quimeras; que los principios de aquella democracia pura a que aspiraba, eran falsos y perniciosos; y que en vez de todos los bienes que con ellos se prometían a la sociedad, no traerían sino tristes y desastrosos resultados. La experiencia empezó a producir amargos y costosos desengaños”. No olvide, lector amable que aquello se escribía en el Siglo XIX y no en el XXI.
Los enemigos de ver hacia el futuro clamaban vía interpósita persona: “Pero el mal está hecho; el veneno se ha difundido por todas las venas del cuerpo social; las pasiones se exaltaban más y más, y la voz de la verdad, del honor, del patriotismo recto, la sofocaba la vocería de los alborotadores y los gritos de las sediciones. No faltaron hombres juiciosos y previsores, verdaderos políticos que conocieran todos los males que habrían de traer aquellas ideas de exagerado liberalismo y aquellas instituciones políticas tan irreflexivamente adoptadas”. Desde la perspectiva de los enemigos del progreso, eso de mirar hacia adelante era un pecado, nada como mantenerse en el atraso y destruir cuanto se hubiese avanzado.
Por ello, calificaban de “grande triunfo [el que obtuvieron] desde el principio en la prensa los sanos principios de gobierno en los ánimos que no estaban poseídos de la fiebre revolucionaria; en los hombres pacíficos que no deseaban sino el afianzamiento del orden, la conservación de la paz y los adelantos del país”. Como sucede siempre, los amantes de que el reloj de la historia se retrase claman haber alcanzado grandes logros y ser quienes se preocupan por el bienestar de las mayorías, siempre y cuando estas asuman el papel de sumisos en espera de la dádiva, píntelos del color que guste.
Tras de lamentarse que los proceres que coincidían con su perspectiva veían amenazada su condición, clamaban que “las ideas liberalistas, vinieron del extranjero y germinaron en nuestro suelo, y desde entonces no hemos tenido quietud, orden ni felicidad. En lo moral. En lo civil, y en todos, se han resentido los funestos efectos de esas malvadas doctrinas”. Quien haya escrito aquello debe de haber tenido serios problemas neuronales. ¿A poco las doctrinas prevalecientes previo a la llegada del Liberalismo fueron originadas al ritmo del copal y la chirimía? O ¿Acaso querían decirnos que las teorías dominantes, antes de la llegada del Liberalismo, se generaron al pie del Xitle? Por supuesto que el Liberalismo tuvo su origen fuera de nuestras fronteras. ¿Qué se podía esperar cuando, por más de tres centurias, la superchería y la ignorancia impidieron la generación y discusión de las ideas en lo que fuera Nueva España y que, ya para entonces, era México?
Como muestra de lo que realmente les preocupaba al maxhincado en calidad de vocero, leamos el párrafo siguiente: “Después de los hechos escandalosos de 1828, varios mexicanos distinguidos y que habían tenido puestos muy importantes en el ejército, en la magistratura y en la administración, se separaron de las filas del partido exaltado [el Liberal], desengañados de las utopías democráticas, y vinieron a aliarse con los conservadores, a los que, en 1821, habían formado el gran partido nacional para llevar a cabo la grandiosa obra de la independencia”. Hasta parece que estamos leyendo una crónica de ahora en donde basta alinearse con el grupo que busca retrasar el reloj de la historia para lograr la purificación del alma y que todos los pecados cometidos se conviertan en virtudes.
Tras de atacar a los Liberales a quienes llamaban “hombres oscuros”, seguramente los calificaban así por el color de su piel, los acusaban de que “…diez años antes de la intervención, el partido ultra progresista o liberal desarrolló su terrible programa atacando los principios sociales, la religión, la familia, la propiedad…”. En ese contexto, acusaban a los Liberales de haberse “arrojado sobre los bienes sagrados [¿cuáles serían?] que habían sostenido por tantos años la majestad y el esplendor del culto católico…”. Eso era el fondo de todo, con la llegada del Liberalismo se terminó el monopolio religioso y ese si que era un pecado.
Si alguna duda cabe, veamos lo que apareciera en otro escrito titulado “Civilización” reproducido, también, el 31 de mayo de 1867 en El Diario del Imperio.
Años antes, colocándose en plan de docto, otro maxhincado, empezaba por establecer que “un pueblo está civilizado tan luego como se gobierna por sí mismo y entra en relaciones con naciones cultas, sosteniendo con vigor la estabilidad de su existencia política, teniendo para su apoyo y para gloria un ejército respetable y que esté educado, sea sobradamente honrado, disciplinado y atendido”. Vaya forma de definir la civilización de una nación cuyo gobierno debe de estar sostenido en bayonetas. Véase que en ningún momento se menciona que la mayoría de la población debe de ser gente instruida. Acto seguido, sin embargo, enfatizaba que “la civilización es el foco de las virtudes sociales; ella proclama la tolerancia política, abjura y condena ese aspirantismo mortal que envenena los progresos; abomina la perversa manía de subsistir de la subsistencia ajena”.
Se decían partidario de la tolerancia política, pero todo aquel que se opusiera al imperio de Max debería de ser ejecutado para que entrara en razón. Y eso del aspiracionismo, pues ya vimos quien lo retomó en el Siglo XXI para descalificar a quienes no se conforman con lo que tienen o con el mendrugo que el gobierno tiene a bien lanzarles. Los retrógrados, aunque se vistan de guinda, retrógrados se quedan. Y, para continuar con eso de que ellos representaban los ideales puros cuyo objetivo era el progreso de la patria, soltaban una retahíla que solamente los ingenuos podrían creerles ayer u hoy.
Indicaban que “si México, después de emanciparse de la dominación española, no ha conseguido cuanto se propusieron los caudillos de nuestra libertad e independencia, ha sido por haberse extraviado el camino con que comenzó su existencia política y porque todas las demás formas que lleva ensayadas se sembraron de obstáculos por nuestros enemigos ocultos que nos acecharon vigilantes, para establecer el yugo de que la nación se libró”. Al parecer, a ese maxhincado le vendieron otra interpretación. Al final de la guerra de independencia, lo que se impuso fue la versión de lo que se combatía y Agustín es el ejemplo más claro de ello. Ni las ideas de Hidalgo, ni las de Morelos fueron la base en que se fincó el inicio de la independencia. Asimismo, lo que prevaleció después de que el criollo quien se sintió noble fuera echado, fue la preminencia durante las tres décadas y media siguientes de otro criollo con ínfulas de imperialista. Pero, al fin de cuentas, al escribano maxhincado, no le importaban el par de criollos, lo de él iba más allá.
Criticaba que se quisiera “proclamar libertad, tolerancia de cultos, y perseguir la religión nacional y pretender humillar y burlar a los que, por abnegación, se someten al ascetismo y a la pobreza, a los que visten el traje propio que designa su carácter”. Vaya sarta de falsedades, el Liberalismo planteaba el respeto a las creencias de cada uno y no perseguía a religión alguna. Lo que si buscaba era que los ministros de culto se dedicasen a su negocio de salvar almas y dejaran de meterse en asuntos de política. En esto último no hay nada de persecutorio, la ley era muy clara.
En igual forma, se quejaban de que se instituyera la educación pública alejada de principios religiosos, mismos que deberían de enseñarse o invocarse en lo privado o en los sitios designados para ello. Para el maxhincado eso era “…todo un engaño [llamado] contraprincipio, perfidia, falso patriotismo”. Los argumentos son los mismos que utilizan todos quienes buscan, a como dé lugar, su percepción retrograda y limitante de libertades. Voltee a ver a su alrededor y encontrara que en nada se diferencian de lo que hoy ejecutan otros conservadores quienes se dicen progres.
En el pretérito los maxhincados se decían ser defensores de las buenas costumbres, las tradiciones y la civilización, mientras que su actuación mostraba que el único papel que podían desempeñar era el de aspirantes a dictadores, aun cuando en realidad en ellos prevalecía el espíritu de vasallos. Hoy, vivimos circunstancias muy similares, se dicen defensores de mantener lo nuestro, según ellos el trapiche, el maicito criollo y las estufas de leña como ejemplos, mientras que descalifican todo lo realizado anteriormente y buscan a toda costa imponer el retraso del reloj de la historia. No hay duda de que el retrógrado, aunque se vista de guinda, retrógrado se queda. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (25.20.69) Para evitar que se nos vaya a tachar de plagiarios, hemos de apuntar que el término Maxihincados es una derivación, desde una perspectiva histórica, del neologismo que originalmente acuñara el critico taurino Leonardo Paéz quien definiera como Mexhincados a “la conmovedora actitud de esos taurinos que pretendiéndose mexicanos no tienen inconveniente en postrarse ante lo extranjero en general y ante lo español en particular”. Porque una cosa es reconocer lo valioso que viene de fuera y otra actuar con actitud de vasallo como lo hicieron los traidores ante Maximiliano.
Añadido (25.20.70) Durante nuestra carrera al servicio del Estado Mexicano aprendimos que a los superiores jerárquicos se les informa, a los colaboradores o a los de rango similar, se les comunica. Y esto no es un asunto necesariamente de semántica.