Magno Garcimarrero
Alguna vez Xalapa, como todas las ciudades de México, estuvo hecha a imagen, semejanza y medida del ser humano; pero poco a poco fue perdiendo la fisonomía propia para caminantes, convirtiéndose en una gran pista laberíntica para vehículos automotores. La estrechez cálidamente uterina de sus callejas fue violada por el filo del zapapico, la pala haciendo veces de legra raspó los escombros dejados por la pica y, ensancharon los angostos caminos empedrados. Los gobernantes en turno, pensando más como choferes que como dueños de casa, derribaron las viviendas reduciendo los espacios habitables, a fin de que los raudos automovilistas cupieran de cuatro en fondo, así que, por cada cuatro conductores a sus anchas, había un casateniente arrinconado.
La era del predominio automovilista, respecto del peatón, se inició en Xalapa allá por los años cincuenta con la ampliación de la calle 20 de noviembre, entonces sólo comprendía lo que ahora es el tramo entre la gasolinera de La Piedad y la de La Cruz de la Misión. Nótese que hablo de gasolineras, como referencia, para que se note que también hago uso del pensamiento choferil. Tuvieron que pasar muchos años para que otras ciudades asumieran el ejemplo de Jalapa, que entonces se escribía con jota, hasta llegar a la excelsitud de los ejes viales, inventados en el D.F. por el profesor Carlos Hank González, culmen del pensamiento de trascabo.
Con la honrosa excepción de poblachos como Taxco, Guanajuato, San Cristóbal las Casas, Cuetzalan y algún otro que se me escapa de la memoria, la provincia mexicana ha olvidado la medida del hombre de a pie y ha adoptado las proporciones del nuevo habitante de las ciudades: el automóvil. Regimientos de servidores públicos uniformados se devanan el silbato en procuración del bienestar de los modernos aurigas: millares de aparatos llamados semáforos hacen guardia de día y de noche para regular el tránsito de vehículos. El problema “prioridad uno” que ocupa los escritorios de los genios urbanistas es ¿Cómo resolver la falta de fluidez del aforo automovilístico? Por supuesto que, con poco pensar no se llega a soluciones eficaces, porque el conflicto fluye más rápido que el pensamiento de los encargados de resolverlo. Encima, el automovilista no ayuda, pues en su mayoría, y casi pudiera decirse que en su totalidad, no respetan las reglas del tránsito de automóviles, que las hay municipales y estatales; así la preferencia peatonal es sólo un chiste mal contado; el “uno a uno” es sólo un pretexto para verse feo, o mentarse la madre, la no invasión de las bocacalles cuando la fila de autos se atranca, es algo que no acaban de entender ni los choferes ni los oficiales de tránsito. Hay algunos cruceros en donde convergen tantas calles, como la Cruz de la Misión… (micción), que más que cruz parece custodia por tantos picos; ahí nomás falta que lluevan coches para estar completa.
¿Y el peatón? Pues sí que es la parte olvidada de este merequetengue. Me imagino una Xalapa en donde a la persona que camina se le guardaran todas las consideraciones; que peatón fuera título de nobleza y respeto, el cual, con sólo pronunciarse hiciera que todos los semáforos se pusieran rojos de vergüenza. Los oficiales de tránsito alzaran los brazos en cruz y, el viandante, con paso mesurado y digno, cruzara las rúas sin perder la figura; donde el transeúnte con sólo bajar la punta del pie al arroyo, como el bañista que trata de sentir la frialdad del agua, lograra que chirriaran las llantas de los autos, detenidos por sus respetuosos conductores para que pasase orondo el caminante, rumbo a su anchuroso domicilio.
Pero los sueños, sueños son, como dijo el poeta; los peatones seguiremos pajareando para cruzar una calle, echando la carrera con las rodillas dobladas y dejando el reguero de naranjas a la mitad de la avenida; sobresaltándonos con el claxonazo impertinente de un majadero al volante. El motorista por su parte continuará abusando de las líneas oscuras de los reglamentos, invadiendo las ya reducidas y desteñidas zonas peatonales y rumiando su falta de educación… vial. Las autoridades transitorias y de las otras, seguirán por inercia, pensando a través del parabrisas, cómo llegar a su escritorio sin tantos atascos… como los gobernantes que siempre llevan quienes les abran camino, para que crean que el mundo es más fluido gracias a ellos.
¡Ya los quisiera ver caminar sobre las banquetas xalapeñas sin tropezarse!
M.G.