José Luis Parra
La CNTE ya no grita con tizas. Grita con efectivo. Monta carpas, rodea Palacio Nacional, impide el paso a un aeropuerto internacional, y amenaza con ahorcar —políticamente, claro— a la mismísima Secretaría de Hacienda y al INE. En los viejos tiempos eso era huelga, protesta, desobediencia civil. Hoy parece operativo logístico. Como si cada mitin viniera con una factura por comprobar.
Y claro, eso pone nervioso a Washington.
Porque cuando el dinero en efectivo abunda, y los sindicatos están metidos, los gringos huelen a narco, a huachicol, a dinero sucio pasando en mochilas. Así lo dejaron saber en las últimas conversaciones de seguridad con el gobierno mexicano: quieren revisar las finanzas sindicales. Primero Pemex, ahora el magisterio. La preocupación ya no es solo cuánto gritan los maestros, sino cómo financian sus decibeles.
Lo interesante —o lo irónico— es que esta línea de investigación coincide con el momento más incendiario del sexenio. La CNTE no solo protesta, parece estarse desquitando. ¿De qué? Tal vez del abandono. Tal vez de que ya entendieron que la 4T los usó como carne electoral y luego los mandó a la congeladora, con una manzana en el escritorio como única recompensa.
Pero ahora volvieron, organizados, ruidosos… y con recursos. ¿Cuáles? ¿De quién? ¿Para qué?
Estados Unidos lanza su hipótesis: los flujos de efectivo tienen nombre y apellido. Narco-política. Obradorismo radical. Resistencias internas contra Claudia Sheinbaum. Todo en el mismo plato, servido al calor de una elección judicial y un inicio de sexenio que se empieza a descomponer como refrigerador sin corriente.
Y mientras todo eso ocurre, el Secretario del Trabajo, Marath Bolaños, brilla por su ausencia. Desaparecido. Ni una declaración, ni una mediación. Ni un “vamos a revisar los contratos”. Lo cual es doblemente preocupante: Marath no solo es responsable de vigilar la opacidad sindical, también es amigo personal del hijo del presidente. Un amigo del hijo del presidente que no aparece justo cuando se requiere que alguien meta orden en la casa obradorista.
Tal vez es porque sabe lo que hay en las cuentas sindicales. O porque ya lo sabe Washington.
La tesis de que la CNTE ya no está pidiendo salarios, sino enviando mensajes —a Palacio, a Claudia, al Departamento de Estado— se fortalece con cada bloqueo. Y ese mensaje parece redactado con billetes. El problema es que nadie quiere leerlo. Ni siquiera los que tienen la obligación de entenderlo.
Y mientras tanto, el calendario avanza. La CNTE quiere interrumpir la elección judicial. La Casa Blanca revisa quién está lavando dinero con credencial de la CNTE. Y Palacio Nacional, como siempre, prefiere jugar a la victimización: “nos atacan desde el norte porque no nos sometemos”. Quizá. Pero también puede ser que los vecinos solo quieran saber cuánta gasolina sindical se ha pagado con diésel robado.
La democracia mexicana, siempre de saldo, ahora viene con bonus track: disidencia financiada, sindicatos sospechosos, y un gobierno que responde con silencio. O peor aún: con complicidad.
Y para rematar, la historia nos recuerda que el silencio suele ser señal de culpa. Y la CNTE, hoy por hoy, grita lo que el gobierno calla.