Palabra de Antígona
Sara Lovera
SemMéxico, Cd. de México, 26 de mayo, 2025.- “A las mujeres nos toca siempre la peor parte: levantar los escombros y arreglar la casa”, me dijo en diciembre de 1976 doña María Lavalle Urbina, recién nombrada subsecretaria de Educación Básica. Enfrentaba entonces un conflicto en la sección 9ª del SNTE: “Ahí ves, tendré que lidiar con ello”, añadió. En cambio, “ellos” irán plácidamente a planear y pensar en el desarrollo educativo.
Llegó a ese puesto en la SEP a los 68 años, respaldada por un vasto historial político y administrativo. Fue profesora en Campeche, funcionaria en la Secretaría de Gobernación, senadora de la República, magistrada del Supremo Tribunal de Justicia del Distrito y Territorios Federales, representante en la Comisión Jurídica y Social de la Mujer en la ONU y dirigente de la Alianza de Mujeres de México. Segura y trabajadora.
Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile (2006-2010 y 2014-2018), socialista y feminista, en el primer año de su primer mandato enfrentó una movilización estudiantil de más de tres meses. No tenía mayoría en el Congreso y recibió duras críticas de la oposición. En su segundo mandato batalló con las protestas por la migración haitiana, resistió la crisis global y las demandas del movimiento feminista. Fue hasta 2017 que logró, apenas, la aprobación de una iniciativa para despenalizar parcialmente el aborto, prohibido totalmente en Chile hasta entonces.
Todo esto viene a cuento al pensar en la primera mujer jefa del Ejecutivo nacional: Claudia Sheinbaum Pardo. A sus 63 años y con un historial político-administrativo mínimo, está frente a un fenomenal cúmulo de dificultades. Debe lidiar con una crisis múltiple: el desastre de la seguridad nacional, la emergencia humanitaria de las desapariciones y asesinatos, gobiernos y funcionarios enredados con el crimen. La “austeridad” dejó al país sin medicamentos. La protesta magisterial es enorme; hay abandono educativo, violencia política y feminicida.
La presidenta, enamorada de su frase “llegamos todas”, no encuentra cómo dialogar, cómo tender puentes con la sociedad, con las mujeres, con las familias devastadas, con las y los maestros, con una juventud deteriorada. Espera una paz utópica, como la que describió el obispo Ramón Castro el pasado 24 de mayo en la caminata por la paz en Morelos, donde habló con claridad sobre las raíces del conflicto y la complicidad de gobiernos y funcionarios con el crimen, en todos sus rangos.
Sabe que no cuenta con un partido político firme y organizado. Morena se sostiene con recursos públicos y dádivas, con una militancia incierta. La presidenta, doctora e inteligente, lo sabe. Conoce la envergadura de la ingobernabilidad y la ausencia de paz. Sólo le queda lanzar fuegos artificiales.
Sujeta y vigilada por el gobierno de Estados Unidos, vive un cautiverio. Recurre a un discurso contradictorio de soberanía e independencia, poco creíble y mal sustentado. En su equipo, todos y todas juegan su propio juego, al estilo del “Juan Pirulero”.
Resultan insostenibles los ofrecimientos de que “habrá medicinas para todos y todas”; o la hipotética “escuela mexicana”, hoy rechazada por maestras y maestros envalentonados en todo el país. La muerte crece: materna, por cáncer infantil y de mama. Reaparecen enfermedades como el sarampión y el dengue. Se multiplica la pobreza alimentaria y salarial. Millones de mexicanas y mexicanos experimentan una gran incertidumbre.
Son el pueblo que, para medio comer, saldrá a votar el próximo domingo… con acordeones. Porque la consigna es mantener el poder.
Dueña de una casa llena de escombros —que sí, debe arreglar— imagino a la presidenta como una mujer solitaria, caminando por los pasillos de Palacio, en pleno insomnio. Cuánto lo siento. Veremos.
Periodista. Editora de Género en la OEM. Directora del portal informativo semmexico.mx