Un día como hoy hace 505 años, se libró la batalla de la Noche Triste, la única derrota a gran escala de las fuerzas de Hernán Cortés durante la conquista y que permitió a los mexicas expulsar a sus enemigos de las ciudades gemelas de Tenochtitlán y Tlatelolco. Para los vencedores, fue sin embargo, una victoria pírrica, pues detonó el sangriento sitio a su metrópoli, acelerando la caída del mundo y cosmovisión precortesianos, que sucumbieron poco más de un año después, el 13 de agosto de 1521.
Previamente, es importante considerar la personalidad de Moctezuma Xocoyotzin. Para la visión de los conquistadores y el discurso oficial mexicano, ha sido oportuno presentarlo como un sátrapa despiadado o un pusilánime y cobarde. No se ha tomado en cuenta, su perfil más de sacerdote que de guerrero, o bien como un hombre víctima de las circunstancias. Su descendiente Federico Acosta y Ruiz Peinado, quien de años a la fecha pugna por reivindicar la figura de su ilustre antepasado, así como del esplendor y virtudes del imperio mexica, sostiene una interesante tesis, en la cual afirma que Moctezuma recibió a Cortés porque llegó en son paz y como embajador de un lejano monarca. En suma, cumplió con las reglas elementales de la diplomacia. Lo que sucedió después es bien conocido, los europeos y sus aliados fueron alojados en el palacio de Axayacatl, posteriormente Cortés en un golpe de audacia, sorprendió a Moctezuma y a sus principales señores capturándolos y manteniéndolos como rehenes.
El desembarco de Pánfilo de Narváez, obligó al extremeño a salir a su encuentro en Veracruz, derrotarlo y sumar a los recién llegados a sus fuerzas. Mientras tanto, Pedro de Alvarado a cargo de la guarnición en Tenochtitlán, con su particular temperamento, tal vez azuzado por Tecuelhuetzin, su mujer tlaxcalteca, llevó a cabo la Matanza del Toxcatl, masacrando en una ceremonia, a guerreros mexicas desarmados. Aquello fue la gota que derramó el vaso para los mexicas, la guerra ya no debía ser ritual, solo para capturar prisioneros, sino a muerte, para aniquilar a los conquistadores.
Cortés volvió de Veracruz, encontró su reducto sitiado, una ciudad fantasma y el mercado de Tlatelolco cerrado. Pronto comprendió que la guerra era ya sin dar ni pedir cuartel y que además los mexicas, lo querían matar de hambre. Trás un consejo de guerra, deliberó romper el cerco y salir por la calzada de Tlacopan, la única en condiciones para hacerlo, tarea difícil, pues la columna debía ser formada por los europeos, miles de tlaxcaltecas, las mujeres, la artillería, los caballos y el oro, atravesando en medio de la noche incontables canales. Previamente, exigió a un Moctezuma reticente, intentar una tregua, el emperador se dirigió al pueblo desde la terraza del palacio, fue un esfuerzo infructuoso, pues los mexicas ya no lo obedecieron, algunos guerreros se aproximaron y con palabras dulces y respetuosas comunicaron al Tlatoani, que Cuitláhuac liberado previamente, era el nuevo monarca. Allí surgen dos versiones, la europea y oficial que afirma que Moctezuma murió víctima de una pedrada arrojada por un pueblo enardecido y la más creíble, que fue asesinado junto a los señores de Texcoco, Tlacopan y Tlatelolco cuando simplemente ya no fueron de utilidad a los conquistadores.
Durante la madrugada del 30 de junio, los sitiados, avanzaron penosamente entre los canales, el fango y la lluvia, porteadores tlaxcaltecas llevaron un puente portátil que después fue capturado. Las crónicas dan cuenta de que antes de llegar a donde hoy se levanta el templo de San Hipólito, una anciana dio la voz de alarma y los guerreros mexicas en balsas, se lanzaron con furia sobre la columna a la cual casi aniquilaron, Cortés a duras penas logró librar la emboscada y poner a salvo a las mujeres. En la lucha feroz cayeron españoles, tlaxcaltecas, caballos, armas y buena parte del tesoro. Las fuentes usualmente no coinciden, pero se cree que murieron entre 500 y 800 españoles así como alrededor de 5000 tlaxcaltecas.
Una de las versiones más certeras de la batalla, la escribió Don Luis González Obregón en su monumental “México Viejo”. Ahí al mencionar el origen de la calle de Puente de Alvarado, no solo narró aquel combate, que quiero imaginar entre el fango, la lluvia, la oscuridad, los relinchos de los caballos, borbotones de sangre y gritos pavorosos invocando a la Virgen o a Huitzilopochtli. En el texto, Don Luis derrumba varios mitos, uno de ellos el que Cortés lloró la derrota al pie del ahuehuete de Popotla, la justificación es muy simple: iba huyendo, imposible detenerse a llorar. Otro es el que atañe al origen del nombre de la calle de Puente de Alvarado. La creencia generalizada es que Alvarado al perder su caballo en el combate, se hizo de una lanza que usó como garrocha para salvar la distancia entre ambas orillas de un canal. González Obregón cuenta entonces, que esta versión surgió después de la conquista, cuando se le fincó un juicio de residencia a Alvarado, acusándolo falsamente de haber abandonado a sus hombres en la batalla. En efecto, Alvarado fue despojado de su caballo, entonces debió huir a pie de los mexicas que lo perseguían y ágil atravesó el canal usando una viga como puente para poder alcanzar a Cortés, quien ya estaba en Popotla, de ahí no solo el nombre de la calle, sino la versión correcta de aquella historia.
Consumada la conquista, en el sitio más cruento de la batalla se erigió una Ermita y luego un templo a San Hipólito, en memoria de los españoles caídos, pero también consagrado al Santo cuya festividad se celebra el 13 de agosto, fecha de la caída de Tenochtitlán y la aprehensión de Cuauhtémoc. Entre 1528 y 1812, para recordar la victoria, se llevó a cabo cada 13 de agosto una procesión militar donde el pendón real era paseado del palacio virreinal a San Hipólito. A partir de 1813, los virreyes sólo asistieron a una misa solemne, misma que se suspendió de manera definitiva en 1822, cuando en el imperio de Iturbide, ya no se consideró oportuno concurrir a una celebración religiosa conmemorando la conquista de México. Hoy el 30 de junio, ha quedado para la historia nacional como efeméride de la más grave derrota de Cortés en su abultada trayectoria militar, pero también, como el principio del fin en aquellas cruentas jornadas que antecedieron el nacimiento del México mestizo de hoy.