José Luis Parra
Alfonso Durazo Montaño no es cualquier gobernador. Es el único que, sin necesidad de visa, entra a Estados Unidos como Pedro por su casa… según Luis Chaparro. Y eso que hace unas semanas ese mismo Chaparro perdió puntos de credibilidad cuando aseguró que Durazo no podía pisar suelo estadounidense por estar fichado como “sospechoso de terrorismo”… justo antes de que el gobernador subiera a redes una selfie sonriente desde Phoenix.
Pero como los periodistas de raza son tercos, ahora Chaparro contraataca con una versión recargada: Durazo sí cruza, pero lo hace gracias a un “parol”, un salvoconducto migratorio reservado a informantes protegidos del gobierno de Estados Unidos. ¿Y por qué no aparece su ingreso en los registros? Porque ese pase lo deja limpio en las bases de datos del CBP. Magia gringa.
En este capítulo dos, el periodista asegura que Durazo lleva años colaborando con agencias como la DEA y el FBI, y que a cambio de su lengua larga ha logrado moverse libremente pese a su presunto expediente sombrío. Incluso presentó una imagen del gobernador tras ser inspeccionado en “secondary” por agentes fronterizos. Una escena digna de serie policiaca, aunque todavía sin tráiler oficial.
El gobierno estatal respondió con lo de siempre: “completamente falso”. Pero entonces, ¿a quién creerle? ¿Al gobernador que sonríe en eventos binacionales mientras Sonora arde? ¿O al periodista que se aferra a sus fuentes aun cuando ya tropezó una vez?
Porque el verdadero problema no es si Durazo es informante o no. El verdadero problema es que la duda ya está instalada. Y en política, cuando algo se parece mucho a la verdad, suele terminar siéndolo.
Y si lo dicho por Chaparro tiene algo de fondo, entonces no estamos hablando de un simple gobernador con afinidades progresistas, sino de un operador en la sombra, que supo usar su paso por la Secretaría de Seguridad para intercambiar favores con el Tío Sam y acomodar las fichas del crimen organizado como mejor le convino.
Mientras tanto, en Sonora, siguen apareciendo narcofosas, los desplazados se multiplican y las balaceras no paran. La violencia no necesita pruebas; tiene su propio calendario sangriento. Pero eso sí: Durazo sigue viajando, organizando foros, y diciendo que todo va bien.
A estas alturas, la pregunta no es si Chaparro tiene razón. La pregunta es: ¿a quién le cree usted?