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“El Dragón del Oriente”

Redacción Por Redacción
4 julio, 2025
en Katya Ortega
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China: 103 años del Partido que transformó una civilización en potencia.

Por Katya Ortega.

❝Cuando soplan vientos de cambio, algunos construyen muros… otros molinos.❞

Proverbio chino

 

La Gran Muralla China, imponente y milenaria, no es solo el vestigio físico de una antigua cultura, sino también de una antigua convicción: la de protegerse del mundo exterior, contener lo desconocido y preservar lo propio frente a lo nuevo.

Pero llegó un momento en que los vientos de cambio soplaron con demasiada fuerza. Y entonces, el dragón oriental entendió una verdad fundamental: los muros pueden contener amenazas… pero también impedir el porvenir.

Fue así como el país que una vez se encerró tras fortificaciones de piedra comenzó a construir “molinos”.

Su historia moderna es una lección de resistencia, transformación y cálculo, pero este país no siempre fue así. El llamado “siglo de la humillación” es, sin duda alguna, el episodio más oscuro en la memoria colectiva de la sociedad china. Esta fue una época en la que el país fue saqueado, dividido y humillado por potencias extranjeras a lo largo del siglo XIX y principios del XX.

Pero China comprendió lo esencial: en vez de resistir al viento de la globalización, lo convirtió en fuerza motriz.

En lugar de temer y guardar rencor al ascenso de Occidente, lo estudió en silencio, lo reinterpretó y lo superó.

Transformó el dolor del pasado en estrategia, y el aislamiento en expansión.

Y aunque durante siglos China fue vista como una civilización enigmática —con una cosmovisión del mundo radicalmente distinta, lejana y ajena al pensamiento occidental—, la realidad es mucho más profunda.

Nunca fue tan distante: China logró permear en prácticamente cada aspecto de la economía global, no solo en la actualidad, sino desde la antigüedad:

Tinta, papel y pólvora.

Las bases para el desarrollo del conocimiento mundial.

Hoy, China no solo ha reconfigurado su futuro: ha rediseñado el mapa del poder.

Su modelo de desarrollo, su dominio manufacturero, su férrea estructura política y su renovada ambición internacional han hecho del dragón oriental mucho más que un símbolo histórico: lo han convertido en protagonista de la nueva era.

El 1 de julio, el Partido Comunista Chino (PCCh) cumplió 103 años. Fundado en 1921 por un grupo pequeño de militantes marxistas en una casa de Shanghái, hoy controla a la nación más poblada del planeta, administra una economía de más de 17 billones de dólares e impone un modelo político híbrido que confunde a las democracias liberales: mercado sin democracia y crecimiento con libertades delimitadas.

En los años 80, fue Deng Xiaoping quien trazó el camino hacia la modernización bajo la premisa de abrir la economía sin abrir el sistema político.

Y hoy, bajo el liderazgo de Xi Jinping, el PCCh ha demostrado que es posible sostener un régimen comunista y, al mismo tiempo, competir como potencia en el sistema capitalista global con su modelo híbrido: comunismo como ideología estatal, nacionalismo con diplomacia comercial, crecimiento económico con disciplina ideológica.

China construyó un Estado fuerte, disciplinado, centralizado y tecnocrático; invirtió masivamente en infraestructura: trenes de alta velocidad, megaproyectos energéticos, zonas económicas especiales, universidades técnicas; y elevó el nivel de educación científica, técnica y matemática —apostando por ingenieros, programadores y científicos.

Y aunque autoritario, el PCCh apeló a un nacionalismo civilizatorio que, aunque controlado, unificó a su población bajo un relato de orgullo y destino común.

Un país comunista que abraza el capitalismo, pero sin ceder el timón del poder.

¿Pero el capitalismo también lo abraza a él?

-El nuevo tablero: China en el conflicto global-

China ha tomado el papel antagónico en la historia mundial como la muralla que detiene lo que se podría considerar la “embestida” del orden occidental.

Mientras Estados Unidos y Europa siguen trazando líneas entre aliados y enemigos, China prefiere moverse entre las zonas grises. ¿Por qué su simpatía por Rusia, Irán, Venezuela o incluso Corea del Norte? ¿Por qué ese respaldo a regímenes que enfrentan sanciones, aislamiento o conflictos con Occidente?

-Una memoria histórica compartida-

China recuerda cómo fue humillada por potencias europeas, una historia compartida que la acerca a países como Irán, Cuba o Siria, que también se sienten víctimas del orden occidental.

Su política exterior se basa en acuerdos estratégicos más que en afinidades ideológicas.

China importa petróleo de Irán, gas de Rusia, minerales de África y soya de América Latina.

La necesidad de estos recursos, más su principio de no intervención, vuelven a China la opción ideal para aliado. La oferta china es concreta, directa y políticamente neutra.

Y es que, como se suele decir:

“El enemigo de mi enemigo es mi amigo.”

Pero China no tiene enemigos; tiene socios comerciales y si un país está aislado por Occidente, se vuelve una oportunidad de influencia exclusiva.

China no exige reformas internas a sus socios.

No le interesa si son democracias o dictaduras, siempre que respeten los acuerdos.

No forma coaliciones militares, forma redes de dependencia.

No da discursos sobre libertad, da préstamos sin condiciones.

Así, el dragón no ataca directamente, pero avanza.No quema con sus llamas, pero seduce con su mito.

Y en un mundo que desconfía cada vez más de las promesas del liberalismo occidental, China se posiciona como el socio que no juzga, el aliado que no exige y el poder que no predica.

-La guerra arancelaria: más que comercio, una guerra por el futuro.-

La confrontación que tanto temía el mundo entre Estados Unidos y China no se dio como se esperaba en la imaginación colectiva: con ejércitos, armas avanzadas, espías o misiles en el cielo.

Sucedió en los mercados.

Pero que no hayan volado misiles no significa que no fue una batalla.

Lo que comenzó como una disputa comercial entre Estados Unidos y China fue, en realidad, una guerra por el futuro y la supremacía global.

Washington acusó a China de espionaje, de prácticas desleales y de robar propiedad intelectual.

El castigo fue severo: miles de millones de dólares en aranceles a productos chinos.

Beijing respondió con aranceles, nacionalismo económico, endureció su control digital y blindó a empresas clave como Huawei.

Este conflicto arancelario afectó mercados, cadenas de suministro y consumidores, pero más que dañar economías, el objetivo de esta guerra era algo más profundo: el control tecnológico y la soberanía digital.

Huawei, símbolo de la considerada supremacía tecnológica china, fue vetada y perseguida por supuestos vínculos con el Partido Comunista. TikTok fue presentada como una amenaza a la seguridad nacional.

Y los semiconductores, hoy considerados el “nuevo petróleo”, se convirtieron en el trofeo más codiciado por ambas potencias.

A partir de ahí, se inició un proceso que algunos expertos denominaron “desacoplamiento”: Estados Unidos y sus aliados comenzaron a reducir su dependencia de proveedores chinos, y por su parte, China aceleró su autosuficiencia tecnológica y energética.

Pero la disputa no se quedó únicamente en el comercio bilateral.

Las tensiones en el mar de China Meridional siguen siendo una zona de fricción constante, mientras que, del otro lado del mundo, la competencia por ganarse a África y América Latina se intensifica, no con misiles ni bases militares, sino con créditos, infraestructura, puertos y redes 5G.

Lo que una vez fue un mundo interconectado comienza ahora a fragmentarse, y no solamente por ideologías, sino por dos visiones opuestas del poder, el control y la visión de cómo debería ser el futuro.

Y China no solo quiere participar en ese debate.

Quiere liderarlo.

-El despertar del dragón-

China ya no quiere ser “la fábrica del mundo”.

Ahora aspira a ser quien define qué se fabrica, cómo… y para quién.

Su modelo no busca imitar a Occidente, sino reemplazar su hegemonía sin confrontarlo directamente.

Por eso, su ascenso es imparable: avanza sin declarar guerra, impone sin colonizar, influye sin prometer libertad.

En 103 años, el Partido Comunista ha logrado lo que pocos imaginaron: transformar una civilización milenaria en una potencia moderna que desafía todas las reglas sin romperlas abiertamente.

Los dragones, como las leyendas cuentan, no necesitaban rugir para ser temidos.

Su sola presencia bastaba, porque todos sabían que el fuego que llevaban dentro era capaz de derretir reinos enteros.

Y mientras en este juego de potencias muchos se distraen disputando tronos que se oxidan…

China ya está exhalando llamas.

La pregunta no es si China quiere dominar el mundo.

Lo que realmente debemos preguntarnos es si estamos preparados para dejarnos liderar por un modelo que muchos no entendemos… pero del cual ya dependemos.

Kat.orthern19@gmail.com

Etiquetas: columna
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