Magno Garcimarrero
Noticia sorprendente apareció en el año 2014, en el diario del Vaticano “La Stampa” informando que veintiséis (26) mujeres, (“amantes” de sendos curas, dice la traducción de la nota) hicieron la petición al Papa Francisco, para que se revisara el celibato sacerdotal, que viene observándose obligatoriamente desde el Concilio de Trento a mediados del siglo XVI. Ya desde el siglo IV se tenía como condición sacerdotal, aunque no muy atendida.
El cuerpo de leyes de Alfonso X El Sabio, conocido como las Siete Partidas, que data de mediados del siglo XVI instituyó la “barraganía”: unión contratada fuera de las gananciales matrimoniales impuestas por la Iglesia. A esta figura legal se acogían solteros y solteras en aquellos tiempos y, entre ellos precisamente quienes ejercían el sacerdocio; como esa condición afectaba las economías de los templos, que veían disminuidas sus utilidades por casamientos, la Iglesia poderosa condenó la barraganía, el amasiato y llegó incluso a excomulgar a los hijos habidos en ese tipo de uniones, negándoles el bautismo y, en algunos casos confiscando los bienes de barraganes.
En nuestro país las Leyes de Reforma acabaron con eso, no obstante, la condición subsistió, aún como apellido perdiendo su calificación de estigma: Don Miguel Barragán fue el primer gobernador constitucional de Veracruz cuando México dejó de ser imperio y se convirtió en república y, también fue presidente interino de la nación en alguno de tantos mutis que hizo Antonio López de Santana. Una calle jalapeña muy empinada lleva su nombre. Pocos se preguntan por qué se llama así.
Puede decirse que doña Brígida Almonte, madre del General Juan Nepomuceno Almonte fue barragana de don José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro, Michoacán. El hijo del cura Morelos, dejó mala memoria en nuestro país, porque escogió la parte que iba a perder en la guerra de la República contra el Imperio. Con el encargo de Lugarteniente fue quien vino a Veracruz a recibir a sus majestades Maximiliano I y Carlota, también de infausta memoria.
Don Miguel Hidalgo, además de ser el padre de la patria, lo fue de Mariano Lino, Agustina, Joaquín, Micaela y María Josefa, a quienes reconoció legítimamente, aunque, ese reconocimiento le valió la permanente crítica y reprobación de las autoridades eclesiales. De esa descendencia, los anales dan escasas noticias.
Parece mentira, pero la historia está tan llena de prejuicios, como las religiones, están plagadas de supersticiones, falta de lógica, criterios arcaicos a contra natura. Por eso en cuanto aparece un líder con sentido común, nace una luz de esperanza para quienes se ven obligados a vivir en la penumbra del “clandestinaje” temiendo al fantasma de la excomunión, que ahora es como el rayo de Zeus: puede servir para encender un cigarrillo y nada más.
M.G.