Por David Martín del Campo
En términos clásicos estaríamos hablando de la nueva burguesía. Así fueron llamados los antiguos habitantes de los burgos (las ciudades) en la Edad Media. O sea, personas con estabilidad económica y social que les permite vivir con suficiente comodidad. Y peor si proceden de Wisconsin y residen en la colonia Hipódromo-Condesa.
La palabra es un galimatías horroroso, “gentrificación”, que procede del inglés gentry, equivalente a una cierta nobleza mediana, en contraposición con la plebe. Lucha de clases, a fin de cuentas, que es la moda ideológica desde que Carlos Marx publicó sus ideas.
La primera semana del julio fue despertada por ese vandalismo de nuevo cuño… el odio al extranjero, sobre todo si son norteamericanos, y que se han adueñado de muchas viviendas y espacios en las zonas más apacibles de la Metrópoli; las colonias Condesa, Roma y Nápoles. Pintas y graffitis donde se demanda lo impensable: “Primero Nuestra Cultura”, “Fuera Gringos”, “Hablen Español” (¿y por qué no náhuatl?).
Esa campaña de xenofobia se reproduce igualmente en Barcelona, Atenas, Londres, donde el turismo veraniego asalta, materialmente, los espacios más apacibles. Alojamientos en hostales y apartamentos en régimen de Air-b&b que ocasionan el alza de los alquileres y, consecuentemente, el desplazamiento de los vecinos nativos. Es decir, la elitización de un barrio que hasta hace poco disfrutaba de su feliz medianía.
En términos políticos el asalto del 4 de julio protagonizado por los vándalos contra la gentrificación (que destrozaron terrazas y vidrieras) se empata con las escenas de la semana anterior, cuando los agentes de ICE cargaron contra los migrantes –ilegales y no– en las calles de Los Angeles, Houston y Nueva York… respondiendo a la hostilidad de siempre que ha guardado contra ellos el señor Donald Trump.
Xenofobia (y no otra cosa) en tiempos de la globalidad turística. Ahora lo interesante no es “visitar” tal o cual ciudad o mausoleo, sino “vivir” en el sitio… conocer a fondo su gastronomía, todos sus museos, convivir con la gente y el idioma. No ser más un “turista”, sino un “huésped”. Si a ello añadimos el principal efecto de la pandemia del Covid-19, que fue el encierro de meses y la oportunidad de laborar “a distancia” por medio de internet, tenemos como resultado esa nueva especie que son los empleados remotos del “teletrabajo”. Es decir, perfectamente se puede laborar desde una terraza en la colonia Roma y cobrar quincenas depositadas en Atlanta o Chicago.
A eso hay que añadir una obviedad: el costo de vida en México es tres veces menor que en EU, por lo que el visitante gringo ve mejorado en mucho su nivel de consumo. Por ello queda en el aire la frase de Marx (otra vez) cuando los obreros parisinos –la Comuna de 1871– tomaron el control de todos los edificios de gobierno y, por un breve periodo, lograron arribar “al cielo por asalto”. El cielo comunista, hay que precisarlo.
Así ahora los vándalos por aquí y por allá, ocupando las calles todo un día, las plazas municipales y las carreteras, parecieran emular a los obreros franceses de aquel entonces… como los otros vándalos, más aguerridos y mejor pertrechados, se van apoderando de la mitad del país mediante el crimen, el narcotráfico, la extorsión, el despojo, el huachicol. Cuatreros justicieron, y de los otros, tomando el control del país.
El asunto de fondo es que existen dos ciudades dentro de una misma. La ciudad “sufrible” y la ciudad “habitable”. La primera queda lejos, en la periferia, donde para salir o arribar se requieren horas de transporte, amén de que carecen de servicios de calidad en el entorno. La ciudad habitable es lo contrario. Se vive a pie, tiene bonitos bulevares, hay tiendas de todo, cafeterías, bares y restaurantes; no hay necesidad de sufrir el tranporte público que, en la ciudad de México, es una tortura.
Es la metrópoli que soñó Maximiliano cuando emperador, y ordenó al urbanista Alais Bolland el trazo de la Calzada de la Emperatriz (a imitación de los Campos Elíseos), para comunicar el Castillo de Chapultepec con Palacio Nacional. Ahora se le conoce como Paseo de la Reforma y alrededor de ella, ciertamente, bulle la vida donde la gentry mexicana habitó… hasta la llegada de los odiados norteamericanos. ¡Fuera gringos!