Juan Luis Parra
Me molestó. Bastante.
El 7 de septiembre de 2025, mientras 180 mil personas aplaudían a Residente en el Zócalo por gritar “¡Palestina libre!”, miles marcharon esa mañana en Culiacán exigiendo algo mucho más básico: que no los maten.
No fue una coincidencia. Mientras en CDMX se montaba el show de siempre, pantallas, luces, ideología, en Sinaloa la gente salía a la calle harta de una violencia que ha dejado más de 1,800 asesinatos en el último año en su estado. Y como respuesta, el gobernador, salió a decir que “el pueblo no es alguien que grita” y que “no tengo pensado renunciar, no hay razones”.
Claro, razones no hay. Ni vergüenza tampoco.
Y así es como funciona el poder.
Simulan. Actúan. Organizan conciertos con mensaje para lavarse la cara. Performance puro, resultados cero.
Lo único que saben hacer es eso: simbolismo barato. Poner a una niña palestina a gritar por el genocidio en Gaza mientras aquí los cuerpos se pudren en fosas clandestinas.
Aquí no hay niños refugiados en el escenario. Aquí hay madres con palas.
René Pérez Joglar, Residente, se para como si fuera la voz de la resistencia. Habla de imperialismo y desigualdad. Se rasga las vestiduras por Palestina. Pero vive en EU, es millonario, tiene propiedades de lujo, y se codea con los mismos que critica, como recientemente los políticos de Morena. Su discurso es tan auténtico como la austeridad de los hijos de AMLO.
No es coincidencia que los juniors de López Obrador sean fans de Residente.
Todo cuadra: discursos de lucha desde la comodidad de mansiones, activismo sin costo, causas lejanas que no comprometen nada. Porque hablar de Gaza es fácil. No molesta a nadie aquí. Te da retuits, likes y legitimidad. Pero mencionar que en México llevamos más de 60 mil homicidios en dos años, que hay 131 mil desaparecidos, eso incomoda. Eso exige respuestas.
Ahí está la comparación que nadie quiere hacer.
En Gaza mueren por bombas. En México mueren por balas, drones del narco y complicidad del Estado. La ONU cuenta cadáveres palestinos. Aquí tenemos tantos que ni los podemos registrar todos. Y, sin embargo, en el Zócalo nadie dijo “Paren el genocidio en México.”
Aquí la narrativa se acomoda a la conveniencia política.
La izquierda morenista en el poder necesita símbolos. No puede dar resultados, entonces da espectáculos. Conciertos, bailes, banderas. Pura espuma. Puro escudo para no hablar de lo esencial: que el país se está desangrando y ellos solo lo administran.
Palestina te da estatus moral; hablar de los desaparecidos de Jalisco te puede costar el cuello. Así se manejan. Son selectivos. Son cínicos.
Y mientras Residente grita desde su pedestal, en Sinaloa el gobernador sigue en el cargo, protegido por un sistema podrido que prefiere poner bocinas en el Zócalo antes que limpiar la mierda que tiene en casa.
¿Libertad para Palestina?
Perfecto. Pero primero dejen de matar mexicanos. Primero dejen de desaparecerlos. Primero limpien su propia casa.
Porque si no, todo lo demás es pura pose.