Cuernavaca ha sido reconocida entre muchas cosas, como un centro de pensamiento, arte y cultura que trasciende fronteras. No son pocos quienes desde hace siglos se han decantado por la actual capital morelense para establecerse de manera temporal o permanente. Cuernavaca es también dueña de un clima privilegiado que con justicia le ha valido ser conocida como “la Eterna Primavera”, calificativo que se cree fue acuñado por el Baron von Humboldt.
En el imaginario popular, surge la Eterna Primavera como depositaria de una de las leyendas románticas icónicas del siglo XIX mexicano, la del Archiduque Maximiliano de Habsburgo a través de sus amores furtivos con Concepción Sedano, la India Bonita. Contrario a lo que se piensa, su presencia en Cuernavaca, fue de pocos meses, y la existencia histórica de la India Bonita, con quien incluso se le ha imputado la paternidad de un hijo, jamás ha sido comprobada. En suma, la presencia de Maximiliano en Cuernavaca fue ampliamente documentada por las plumas de testigos presenciales de aquellas jornadas como José Luis Blasio, el conde después príncipe Karl Kevenhuller y Paula Kollonitz, pero también robustecida genialmente durante la década de los treinta del siglo pasado, logrando convertir la leyenda en un magnífico atractivo turístico para la ciudad.
En cambio, un pasaje decisivo para la historia de México, vivido en Cuernavaca, yace en el olvido. Fue un momento breve también, pero el cual en una opinión personalísima y con la dispensa que puedan otorgar los rigoristas, se debe considerar como el banderazo de salida de la Reforma y la guerra contra la intervención y el imperio. La Gran Década Nacional, corrió de 1857 a 1867, años en que se sucedieron la promulgación de la Constitución de 1857, la Guerra de los Tres Años o de Reforma, las Leyes de Reforma, la Segunda Intervención Francesa y el efímero Imperio de Maximiliano de Habsburgo. Representaron años duros y cruentos, pero que permitieron consolidar la soberanía e independencia del país, así como establecer la forma de gobierno republicano que ha sido desde entonces el modelo elegido por los mexicanos. El triunfo en Querétaro en 1867, dio cuenta de que aprendimos bien la dramática lección de 1847 y dio paso al primer gran periodo de auge en el orgullo e identidad nacional: la República Restaurada.
Pero, ¿por qué si la Gran Década Nacional transcurrió de 1857 a 1867, se debe entonces considerar a la Cuernavaca de 1855 como su punto de partida? Es obligado, remontarnos a los antecedentes que surgen incluso desde la consumación de la independencia en 1821. La emancipación de España, no trajo como se esperaba prosperidad, felicidad y abundancia. Fueron años muy difíciles donde como una mancha de oprobio, se fusiló a Iturbide pero también a Guerrero. Donde también se sucedieron luchas intestinas por el poder, asonadas, cuartelazos, guerras civiles, extranjeras y pérdidas de territorios al norte y al sur. Los antiguos jóvenes criollos, surgidos como oficiales del Ejército Realista, se convirtieron en generales, controlaban al ejército y se disputaron el poder, el más visible de ellos fue Antonio López de Santa Anna, figura que definió el derrotero de México en sus primeras décadas de vida independiente.
Santa Anna ocupó y desocupó la Presidencia de la República a su antojo y conforme a sus propios intereses y a los vaivenes políticos de la época. Para 1854, ejercía el poder con un talante absolutista, que incluso lo llevó a acariciar la idea de coronarse como monarca de México, fue cuando se hizo llamar Alteza Serenísima. Santa Anna vivió entre luces y sombras, pues si bien había derrotado a los españoles en 1829 y perdido una pierna combatiendo a los franceses en la guerra de los Pasteles, también lo vencieron en Texas, en la guerra de 1847, y vendió La Mesilla a los estadounidenses. De igual forma el país estaba en bancarrota y los conflictos sociales se reproducian sin cesar. Los liberales decidieron que la única solución para los problemas nacionales, era derrocar al dictador e instaurar un gobierno de corte más republicano. Estalló entonces en marzo de 1854, la Revolución de Ayutla amparada por el plan del mismo nombre y liderada por el veterano insurgente Juan N. Álvarez y el militar poblano Ignacio Comonfort.
Para octubre de 1855, los liberales derrotaron a Santa Anna, quien partió al destierro. Alvarez avanzó del sur hacia la capital, en el camino se detuvo en Cuernavaca, que fue declarada capital de la República y el 7 de octubre protestó como Presidente Provisional. Es cuando a pesar de su condición de hombre de campo, no en vano nunca se sintió a gusto en la presidencia y semanas después la entregó a Comonfort, conformó uno de los gabinetes más brillantes de la historia de México con Melchor Ocampo en la Secretaría de Relaciones, Benito Juárez en la Secretaría de Justicia, Miguel Lerdo de Tejada en la de Fomento, Guillermo Prieto en la de Hacienda e Ignacio Comonfort en la de Guerra y Marina.
Este gabinete reunió a buena parte de las principales figuras de la Reforma y a los hombres que desterraron en definitiva al conservadurismo. Fue una brillante generación que a pesar de que aún estaba por enfrentar la grave prueba de la Guerra de Reforma, por fin se había constituido en gobierno y poco más un año después promulgó la emblemática Constitución de 1857. Es por todo lo anterior, que no se debe pasar por alto a Cuernavaca no solo como capital provisional de la República en octubre de 1855, sino como sitio donde se afianzó el pensamiento liberal mexicano y punto ineludible de partida de la Gran Década Nacional, momento estelar del siglo XIX mexicano.