Por David Martín del Campo
Era toda una celebración. Cartulinas, dibujos hasta las diez de la noche, el disfraz de marinero antiguo. Ya viene el Día de la Raza (con mayúsculas), y en todos los colegios se invitaba a escribir composiciones y realizar puestas en escena, seleccionando al más listo para representar al Navegante, los hermanos Pinzón, y quizás uno despistado para hacerla de Américo Vespucio.
Pero todo eso se acabó. Ahora las bodegas municipales se han llenado de escombro y cascote donde asoma, por ahí, el tricornio oxidado del que fuera Almirante de la Mar Océana. Pobres monumentos vencidos por la piqueta y el resentimiento de siglos, pues el 12 de octubre se ha convertido en una fecha que es la desolación misma.
Ya no los atribulados Reyes Católicos atendiendo los disparates de ese locuaz italianillo. “Oye, que dice éste que la tierra… que es plana, es redonda”. “Sí, y que yendo a Poniente arribarás a Levante; válgame el Santísimo”. Los locos, como siempre, adueñándose del Mundo. ¿Escuchas por allá, Mr. Donald?
No es que el Nuevo Mundo fuera “tierra de nadie”, pero la que sería denominada como América fue materialmente asaltada por pobladores de toda Europa –se estima que 60 millones arribaron entre 1500 y 1930–, principalmente ingleses, españoles, franceses y portugueses, en ese orden, sin descontar a los sirio-libaneses, que no fueron pocos. El concepto era “hacer la América”, y ya veremos.
Otro caso sería el de Australia, formalmente “descubierta” por el capitán James Cook en 1770, y que fue colonizada paulatinamente por los ingleses. Años después descubriría el archipiélago de Hawai, donde fue atacado y muerto por los nativos. Hasta donde se sabe, los australianos de hoy no han atacado las estatuas de Cook hasta convertirlas en cascajo, como ha ocurrido en otros lares.
El origen de todo está en el Génesis, donde se ordena “ser fecundos y multiplicarse”, amén de poblar todos los mares y territorios… sin tomar en cuenta que, en nuestro caso ya estaban poblados por las tribus que hace 20 mil años migraron del noreste asiático para fundar las culturas que luego serían de los navajos, olmecas, mayas, mixtecos, nahuas, incas y patagones, por referirlo con brevedad.
O sea que la América, en verdad, fue “descubierta” cuando el primer cazador del mamut pisó tierra en la península de Alaska, aunque esa leyenda no cuenta. El mestizaje de siglos habría servido para erigir una cultura novedosa, creativa y vigorosa como pocas. De hecho podría decirse que el siglo XX fue el siglo americano por antonomasia, pues en este continente (desconocido hasta 1492) surgieron elementos culturales de asombro. Además de ser tierra origen del tomate, el maíz, la vainilla y la papa, América le dio al mundo la fantasmagoría de Hollywood, el tango, el mambo de Pérez Prado, Frida Kahlo y Marilyn Monroe,
la bomba atómica y Octavio Paz, el beisbol, el jazz, Pancho Villa y Lionel Messi, el rock&roll, los autos Ford, Machu-Pichu y la Cocacola. Por decir lo menos.
Nada es eso existiría si el navegante genovés hubiera errado el trayecto. Respondiéndoles a los chovinistas recalcitrantes, sí; hubo un descubrimiento. Sí, hubo un proceso de evangelización. Sí, hubo una paulatina colonización y mestizaje. Sí, hubo una conquista imperial que sometió a los pueblos autóctonos… lo mismo que podría decirse de las demás “conquistas” de la historia. La del imperio romano por toda Europa (siglos I, II y III de nuestra era), la expansión musulmana del siglo VIII, la horda mongol de Gengis Kanh en el siglo XIII. Ya no se diga las intentonas del “ensanche” alemán y japonés por media Europa y el Pacífico a partir de 1938.
Está en la naturaleza humana. Dominar, someter, convertir a los vasallos al credo del conquistador. ¿No era la proclama de Fidel Castro luchar contra el “imperialismo yanqui” hasta derrotarlo? Para muchos el mundo sería mejor si Cristóbal Colón no hubiera emprendido aquella travesía que lo depositó en las Bahamas (la isla de Guanahaní, rebautizada como San Salvador). Así que odiar al Navegante es la consigna. “Ojalá hubieras naufragado, y te hubieras ahogado”, “Maldito sea tu arribo, la Cruz que trajiste y el idioma de Castilla que hablamos”. ¡Ah, qué felices seríamos gobernados eternamente por Moctezuma y Tupac Amaru! Y esos cascajos, ahí están bien.