• El estómago no se llena con mariposas
• Y estamos atragantados de expectativas
Está claro que el modelo de país por el que apuesta el gobierno en turno está fundamentado en un cambio en las relaciones económicas. Que todos tengan dinero en la cartera para satisfacer no sólo sus necesidades primarias de casa, vestido y sustento, sino sus aspiraciones espirituales de todo tipo, inclusive el descanso, la diversión y la relajación.
El presidente Peña Nieto lo reitera en cuanta ocasión se le presenta para hablar en público. De que tiene muy buenas intenciones de pasar a la historia como un reformador que intenta sentar bases para el futuro no hay ninguna duda, aunque del futuro sólo tengamos la certidumbre de que hemos de morir.
El asunto entonces no es de objetivos, ni de intenciones, ni de los mejores deseos, sino de realizar cambios radicales, novedosos, imaginativos, porque apostarle al viejo esquema económico y político, totalmente disfuncional en lo pasado no es más que un salto al vacío. Y esto está claro al ver la depauperación de las clases medias y la profundización de la pobreza entre los trabajadores.
Hay pruebas de que lo establecido, lo caduco, lo inmóvil, no nos está llevando a buen puerto. Hay testimonios de que armar un rompecabezas no siempre permite construir una obra de arte:
La mañanita del jueves, el INEGI publicó en su sitio web el dato de la marcha de la economía nacional, hecho retomado por los encargados de la política económica al mando de Luis Videgaray, que ajustaron sus previsiones de crecimiento a un 1.3% para el año 2013. Economistas independientes eran un poquitín más optimistas, como Jonathan Heath, quien calculaba un intervalo de 1.4/1.5 por ciento. El ajuste a la baja se dio a pesar de la ligera aceleración del crecimiento de algunas variables, visto en las gráficas en la segunda mitad del año, aun con el impacto de los fenómenos climatológicos adversos principalmente Ingrid y Manuel.
Este nuevo dato alertó de manera preocupante a los grandes empresarios exportadores. Valentín Diez Morodo, presidente del Consejo Empresarial Mexicano de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología (COMCE), por ejemplo, advirtió que los problemas de desaceleración económica afectarán el comercio exterior. Y en el comercio exterior está la base para que México dé el salto hacia una economía competitiva.
“La baja en la estimación de crecimiento y reducción del PIB al 1.3%, en el tercer trimestre, disminuirá las importaciones y exportaciones mexicanas”, dijo el exportador, que sabe lo que dice. Y los datos alarmanes: Al inicio del año el pronóstico de crecimiento de las exportaciones se estimaba en un 10%; para el segundo semestre se ajustó a 6%; y para finales el año el flujo comercial de México con el mundo apenas alcanzará 3%”.
Así es la realidad actual, que es lo que cuenta al fin de cuentos. El futuro puede venir o no venir. Nadie lo sabe. Pasó un año del ciclo peñanietista. Y aún no se ve claridad al final del túnel – dice el presidente que no sólo veremos claridad, sino que estaremos como la clase media de cualquier economía del primer mundo (¡algún dios del paraíso mazahua, náhuatl u otomí lo oiga!) -. Pero hasta hoy, hemos vivido de atragantarnos de expectativas.
El canciller José Antonio Meade resulta así un soñador cuando asegura que México se encuentra hoy “muy bien” posicionado para enfrentar los retos y aprovechar las oportunidades comerciales de mayor integración a la economía mundial. Contradice los datos duros de Diez Morodo, quien sí tiene los pelos de la acémila en la mano para afirmar que el comercio exterior está del carajo.
Pero intentaremos arroparnos con el optimismo gubernamental y de algunos empresarios, aunque debemos de releer a Hermman Hesse, quien advierte que para construir un mundo (nuevo) hay que destruir el mundo (viejo). Y lo que nadie se atreve es a hacer trizas lo viejo: la política abarrotera, la economía de tesorería municipal, la educación de pie de banco…
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