• La economía nacional va in crescendo
• El mal empleo y el desempleo, también
Las cifras del comportamiento de la economía siguen siendo harto engañosas. No corresponden a una realidad muy castrante para la mayoría de los trabajadores.
En vez de crear buenas expectativas, exacerban la incredulidad, la desconfianza de las personas en los encargados del impulso a las actividades económicas.
La fe en los gobernantes y las instituciones se debilita. Muy pocos están de acuerdo con el optimista wishfullthinking que proclama que la economía va recuperándose.
Obviamente, tenemos que aceparlo, la economía se recupera para los más enriquecidos decirles de la población. Eso se llama: a río revuelto, ganancia de pescadores.
Cada vez que la Secretaría de Hacienda da a conocer los informes oficiales, elaborados en base a la contabilidad del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, se palpa el ingenuo optimismo de los economistas hacendarios.
Pero ese optimismo se derrumba cuando choca con la realidad cotidiana, como se rompen las olas frente a los aquilones.
El indicador más cercano a los consumidores es el del comportamiento del empleo. Estará usted de acuerdo con que una política que crea una economía en la que campean el desempleo, el empleo injustamente remunerado, el empleo subterráneo, es una política económica fallida.
La razón del ser y el actuar de cualquier economía es dar empleo a los trabajadores, ya no por justicia distributiva sino crear un mercado interno fuerte generador de utilidades para el capital, por un lado, lo que obviamente crearía bienestar en la vida personal de cada uno de los individuos de la población.
Pero si las políticas clásicas son ya caducas y están fallando inclusive en los modelos económicos en donde fueron inventadas, como el caso del país más poderoso del planeta, cuya economía va que vuela a la bancarrota (nadie puede negar que el capitalismo al estilo del Consenso de Washington está de salida), lo menos que se puede hacer es idear, imaginar nuevos caminos hacia lo que llamaría una “economía de la serenidad” (no estoy pensando en una economía planificada, que ha mostrado hasta el hartazgo su falta de realismo), en la cual haya armonía y equilibrio – serenidad – entre el Capital y el Trabajo. La utopía de Tomás Moro, haciéndose Topia, realidad.
Es posible, porque lo único imposible es evitar la muerte, cambiar las relaciones de producción, pero no bajo principios y reglas fracasadas, ni economía totalmente librecambista, ni economía planificada.
Insistir en la aplicación ad pedem literae de la ley de la oferta y la demanda, por ejemplo, es dar coces contra el aguijón. Esa ley no funciona ya ni en Inglaterra, donde fue inventada por los economistas de un pasado injusto y no muy remoto.
Tampoco funciona en los Estados Unidos de América, el prototipo del capitalismo moderno. Y menos en las nuevas economías llamadas emergentes en las cuales el Estado es el principal agente económico que entra al mercado y sale de él de acuerdo con el comportamiento económico. Las economías del norte europeo son otro cantar. Poco pobladas y con una participación ciudadana plena.
No es posible pues seguir insistiendo en aplicar en México los principios de la ciencia económica clásica. Nuestras poblaciones aún viven, o sobreviven, en modelos económicos coloniales – aunque usted no lo crea -, en donde aún se practica el tequio. Y las empresas medianas, pequeñas y micro aún dependen del volátil consumo inmediato y no son en su gran mayoría sujetos del crédito bancario.
No se vale el engañoso optimismo, cuando de 48 millones de personas con empleo, por decir algo, sin juzgar la calidad del empleo, sólo 16 millones 508 mil 845 digamos que medio gozan de una seguridad social (ISSSTE e IMSS) en bancarrota.
Y tampoco podemos presumir de que los trabajadores inscritos en el seguro social, al 30 de septiembre, hayan crecido en 475 mil 750 (3 por ciento). A estas alturas de la historia, deberíamos ya de presumir de empleo pleno y justamente remunerado, y una seguridad social funcional y eficiente.
Pero en vez de ello, durante el tercer trimestre, con cifras del INEGI, la tasa de desocupación se ubicó en 5 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA). Y ni qué hablar de la justeza de cuarentaytantos millones de empleos. ¿O sí, señor Videgaray?
fgomezmaza@analisisafondo.com
www.analisisafondo.com