Rodolfo Villarreal Ríos
Vivimos días en que no podemos escapar a los acontecimientos relacionados con asuntos religiosos, mismos que cada uno asume según su muy respetable perspectiva. En ese contexto, decidimos volver a un escrito que, aun cuando se generó hace muchísimos años, jamás dejará de tener actualidad. La pieza se refiere a una confrontación de perspectivas que se suscitó en relación con la instrucción religiosa de los católicos. Los protagonistas fueron la mente más brillante entre LOS HOMBRES DE LA REFORMA, Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada a quien se conoce como El Nigromante y otra de las figuras refulgentes de ese grupo, el maestro Ignacio Manuel Altamirano Basilio. En una carta fechada el 19 de marzo de 1871, el primero da respuesta a la postura del segundo quien se había pronunciado como defensor de la no intervención de la autoridad en el proceso de formación, de los infantes, en materia de los asuntos de la fe. Si bien compartimos la postura de Altamirano, quien por cierto no era ningún admirador de la curia, nos pareció muy interesante la forma en que El Nigromante abordó el tema. Por ello, nos permitiremos reproducirlo y comentarlo.
De entrada, don Ignacio apuntaba que “Entre los animales capaces de instrucción, ninguno, bajo la influencia de ésta, sufre tan variadas y sorprendentes modificaciones como el hombre; así es que todas las instituciones sociales producen tipos constantes en las clases y en los individuos; y el interés de la historia consiste en presentarnos en acción nuestras propias trasformaciones”. Bajo esa premisa, era inadmisible buscar que el quietismo imperara.
Dado lo anterior, se preguntaba: “¿Se trata de formar una sociedad enteramente jerárquica, donde todos obedezcan y muy pocos piensen, donde el arte sea rutina y donde la ciencia enmudezca cuando habla el dogma? ¿Se trata de retroceder hasta los siglos de barbarie? ¿Se quiere que el sacerdote nos acompañe en la cuna, en el lecho conyugal, en la tribuna, en el foro, en los placeres, en las desgracias y hasta en las puertas de la muerte? ¿Se proclama como perfección administrativa el sistema teocrático? Entonces el cura de la Sierra [es un personaje ficticio en una novela titulada “El doctor paleta” cuyo autor fuera un escritor del Siglo XIX, José Luis Ibáñez] es lógico cuando propone a la humanidad como el primero, y para la mayoría, como el único libro, el catecismo del Padre Ripalda. ¡Creed, temblad, trabajad para nosotros!” La curia no aceptaba que los tiempos eran otros y la Nación, en pleno proceso de construcción, miraba hacia un futuro en donde deberían de prevalecer los seres pensantes capaces de discutir acerca de posturas diferentes. Hacía allá iba el resto del mundo.
De eso estaba totalmente cierto El Nigromante cuando afirmaba: “Pero los pueblos más poderosos de la tierra, hoy, se agitan con otras aspiraciones; el trabajador busca su independencia en el provecho, protegido por la costumbre y por las leyes; ninguno tiembla fácilmente cuando vive entre iguales, y las ciencias y las artes no florecen sino entre los rayos de la demostración y de la experiencia: la soberanía individual rechaza los dogmas, porque todo dogma es una voluntad ajena y toda soberanía quiere ser independiente. En medio de una discusión universal, cuando los instrumentos más ingeniosos se multiplican para descubrir la verdad, cuando la naturaleza complacida nos prodiga sus antiguos secretos, ¿qué asiento pueden tener entre nosotros las revelaciones ni los oráculos? lo absurdo podrá creerse; pero jamás figurará ni entre las artes ni entre las ciencias”. Esas palabras fueron verdad en el ayer, lo son hoy y habrán de prevalecer en el futuro.
En 1871, sin embargo, el objetivo era limitar el conocimiento y nada mejor para ello que hacerlo desde la infancia. Eso provocó que Ramírez Calzada expresara su desacuerdo. Veía aquello como el vehículo para hacer que los mexicanos continuaran en la ignorancia. Ante eso escribió: “¿Cuál es el mínimum de los conocimientos que por ahora se exige a todo miembro de la familia humana? La corona de la pubertad deshonra al hombre y a la mujer cuando no la acompañan con las joyas de una instrucción que no recibirán, por cierto, en ningún catecismo religioso. Lectura, escritura, aritmética, geografía, historia, dos ó tres idiomas, dibujo, un oficio o los principios de una profesión, y algunos rudimentos en las leyes civiles y criminales y en las instituciones patrias, apenas se consideran como conocimientos bastantes para que la juventud aspire al título de padre o de madre de familia. ¡Y para llenar tantas exigencias del siglo, se nos propone un Ripalda!” Antes de continuar con las ideas de don Juan Ignacio Paulino, precisemos que el tal Ripalda era el sacerdote jesuita español, Jerónimo de Ripalda, quien vivió entre 1535 y 1618, cuya obra principal m fue editada en 1591, pero cuya versión más conocida es la de 1618 bajo el título de Doctrina cristiana con una exposición breve, ese que se conoce comúnmente como el catecismo del padre Ripalda. Al contenido de este era al que Ramírez Calzada aludía.
Lo consideraba una obra menor carente de aportaciones novedosas cuando mencionaba: “¿Qué puede contener de útil y necesario ese pequeño catecismo, que no se encuentre mejorado en los libros más comunes que constituyen la enseñanza en todos los pueblos del mundo? La religión se presenta bajo diversos aspectos; acaso el histórico es el más interesante. Pues bien, en cualquier compendio, en cualquier romance, se contienen mejores noticias sobre el judaísmo y el cristianismo, que en los ridículos elementos con que Arrillaga ha completado el opúsculo de Ripalda, que tanto se nos recomienda”. Antes de continuar veamos que el Arrillaga mencionado respondía al nombre de Basilio y era, también, un jesuita quien fundó la Academia Mexicana de la Lengua y la Academia Mexicana de la Historia. Asimismo, el López del Siglo XIX lo nombró, en 1842, miembro de la Junta Legislativa. Además, entre 1844 y 1849, fue rector de la Universidad de México. En igual forma, se desempeñó’ como consejero de estado honorario durante el segundo imperio de opereta encabezado por Maximiliano. Las luces intelectuales del jesuita se oscurecen al asociarlo con ese par de sujetos. Pero volvamos a la critica realizada por el Liberal guanajuatense.
Precisaba que “la parte moral de la religión se reduce en esa obra, a los mandamientos; y éstos y mucho más, están al alcance de todos los hombres en los pueblos donde figuran leyes civiles y criminales, medianamente practicadas: existen ciertas prohibiciones que no son reveladas por Moisés, sino impuestas por la naturaleza. Lo que principalmente compone el Catecismo, son ciertas prescripciones religiosas y algunos dogmas: aquellas sólo interesan al clero que las explota; y éstos, como no están sujetos a explicación) se reducen a una estéril nomenclatura. Ni se nos oponga que ese Catecismo es el compendio de lo que Dios ha dicho. ¿Cuándo autorizó Dios a unos oscuros frailes y clérigos para que le compendiasen sus palabras? ¿Por qué, si existen éstas, ocultarlas a los ojos de la multitud? Y, sobre todo, ¿esa miniatura es la fiel y viva imagen de la Biblia?” Totalmente de acuerdo con esa objeción.
Dichosos los eclesiásticos si en esa falsificación de sus primitivas instituciones sólo resaltasen la mala fe y la ignorancia; pero existen tan repugnantes contraprincipios, que no se pueden paliar con el credo quia absurdum [lo creo porque es absurdo] de uno de los padres de la Iglesia [se refiere al teólogo Tertuliano quien viviera en el siglo II]. Acto seguido, El Nigromante procede a entrar en asuntos teológicos a partir de las palabras de otro jesuita español, Bartolomé Castaño, quien viviera en el Siglo XVII y a quien se le atribuye un catecismo que nunca escribió.
En el contexto de lo anterior, el padre de la acuacultura en México apuntó: “¿Son tres dioses?” se pregunta el padre Castaño; y se responde: “No, sino un solo Dios verdadero, que, aunque en Dios hay tres personas, todas son un mismo Dios, porque tienen un mismo ser y naturaleza divina.” La religión cristiana y la judía y todas las religiones consideran como de un mismo ser y naturaleza los dos principios: el del mal y el del bien; a veces se subalterna el segundo al primero.
En la teología que contiene el Ripalda, el Dios de lo bueno se representa por tres personas, de las cuales la primera engendra al hijo y la tercera se considera como procedente de las otras, sin que la procedencia ni la engendración alteren la naturaleza divina. En esa teología el principio de lo malo procede del principio de lo bueno, de tal suerte, que la segunda persona ha sido engendrada para sacrificarla en cierto tiempo, nada menos que al Dios del mal: éste, por lo mismo, tiene derecho como cualquiera otro, a que se le reconozca su naturaleza divina. He aquí cómo en vez de una trinidad resulta un cuaterno”.
Dado que en asuntos teológicos este escribidor es lego, nos concretamos a consignar lo escrito por El Nigromante quien proseguía con su escrito indicando que “esos mismos catecismos se empeñan en defender el celibato eclesiástico, [eso que fue establecido durante la vigésima cuarta sesión del Concilio de Trento, efectuada el celebrada el 11 de noviembre de 1563] cuando saben muy bien que, de diez sacerdotes, nueve tienen hijos, y que esta prole sacrílega se encuentra en la imposibilidad de cumplir el cuarto mandamiento, pues mal puede honrar a su padre y a su madre quien por la Iglesia se ve comprometido a negarlos. ¿Y qué importan a la sociedad el Padre Nuestro, la Salve ni la peregrina explicación de los pecados veniales? El mundo para marchar no ha esperado a Ripalda”.
Pareciera que en nuestros días ese problema de dejar hijos por doquier ha sido erradicado. Hoy, los miembros de la curia optan por depositar sus afectos en los niños ajenos.
Retornemos a los conceptos de quien lo mismo se sumergía en las aguas de las playas bajacaliforniana para cultivar perlas que alimentaba el espíritu con las ideas de los grandes pensadores. De esto último daba una muestra al señalar: “Se cree infamarnos, diciendo que pretendemos hacer de cada hombre un Voltaire. Sí, hay un filosofillo de ese nombre que en el siglo pasado bendijo al sobrino de Franklin, quien en la culta Europa no descubrió un hombre más digno para representar a la divinidad en esa ceremonia augusta; ese herejillo salvaba a los desgraciados que encontraba en su camino; ese escritorzuelo crio la historia filosófica; esa poetilla se levantó a la altura de Sófocles y de Eurípides; y ese despreciable enemigo de los teólogos comprendió a Dios y explicaba sus leyes de esta manera:
Yo quise ¡oh, Dios! contemplarte, / Y en mi corazón te vi;/ Si tu imagen no está aquí, / No existe en ninguna parte. / ¡Cuan mutilado en el arte/ De los teólogos te veo! / Sólo llena mi deseo/ La sabia naturaleza, / Reflejo de tu grandeza:/ Porque te siento te creo.
Robado a la nada fría, / De tus manos desprendido, / Y en las tinieblas caído/ Tengo la razón por guía. /En vano una voz impía/ Clama, en nombre de la fe, / Que nada la razón ve/ Sino en un prisma encantado;/ Sólo esa antorcha me has dado, / Y yo no la apagaré.
No seré de esos mortales/ Que se llaman tus virreyes, / Y sobreponen sus leyes/ A tus leyes inmortales. / Presumen ser tus iguales/ Allá en el éter profundo;/
Lanzan el rayo iracundo/ A la faz del firmamento, / Y fantasmas de un momento, / Sus órdenes dan al mundo.
Amor de todos los seres, / Tú dominas la existencia;/ Justicia, hermosura, ciencia, / Esperanzas y placeres, / Todo lo que brilla tú eres. / Y padre de los humanos, / Tus decretos soberanos/ No sufren desigualdad, / Fundaste la sociedad / Con tus hijos, con hermanos!
Si mi razón se extravía/ Buscándote a ti, Señor, / No es porque ella ame el error, / Tú llenas el alma mía. / Tú que un día y otro día Me prodigas bondad tanta, / Porque mi labio te canta/ Como de todos, amigo, / No puedes darme un castigo:/ La eternidad no me espanta”.
Tras de ello, mencionaba: “Perdóneseme si yo deseo para cada uno de los hombres que sea un Voltaire, y no me atreva a desear, ni para ninguno de los redactores de La Voz de México, que sea un Arrillaga. Sospecho que udes. [ustedes] los ripaldistas estudian algo más que su catecismo; ¿para qué? Envanéceme ustedes de que los mismos Cánones y la Biblia no forman toda su ciencia; ¿qué van a buscar en los conocimientos profanos? ¿Por qué condenan a la multitud a tan completa ignorancia? ¡Ay! es porque bajo la máscara de la religión se oculta el espíritu de dominio; con el Catecismo no aumentáis el número de los cristianos, sino únicamente marcáis servidores”.
Con respecto de lo anterior, en un pueblo más cercano, geográficamente, a los linderos de las tierras del imperio que, al capital del país, un chamaco de siete años asistía, más obligado que voluntariamente, a repetir cual loro las estrofas del catecismo ripaldiano. Aquel infante, sin embargo, no era material de sacristía y no ingería cuanto le decían. Así, cuando la catequista mencionó: “Dios está en el cielo, la tierra y en todo lugar”. Pero ahí no se detuvo y para reforzar su premisa agregó: “Dios sabe todo lo que hacemos y pensamos”. Ante eso el impúber provinciano alzó la mano, se paró y cuestionó: “¿Sí Dios está en todos lados y sabe lo que hacemos, pensamos y decimos, porqué tenemos que venir a la iglesia y, además, confesarnos con un sacerdote?” El silencio se apoderó de aquel recinto contiguo al templo. El rostro blanco de la aquella dama adquirió un tono rosáceo y de su boca salió una respuesta contundente: “siéntate”.
Al no obtener contestación, durante las dos sesiones siguientes, el niño se dedicó a preguntarle lo mismo a sus compañeros en quienes empezó a sembrar la duda. Eso llegó a los oídos de la dama quien ya sentía que Satanás había invadido el aula. Ante ello, consultó a su guía espiritual para ver cómo podía acabar con la amenaza. A la semana siguiente, mandó llamar a la madre del hereje junto con la progenitora de quien era su mejor amigo y muy seria les dijo: “Estos niños no están listos para hacer la primera comunión”. Y, como si se tratara de un par de muebles, añadió: “Llévenselos y los traen el año que entra”. En esa la forma disfrazaba la expulsión.
Han trascurrido seis décadas y un tercio, y, al preguntón de entonces, nadie ha sido capaz de proporciónale una explicación coherente. Ante ello, el autor del cuestionamiento decidió que nada de intermediarios, ni acudir a rituales religiosos, solamente visita los recintos para admirar la arquitectura, la comunicación es directa. Eso sí, respetando la forma en que cada uno guste de asumir su relación con El Gran Arquitecto.
Pero, retornemos a 1871 cuando Ramírez, quien seis años más tarde sería presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, afirmara: “Esa comezón de mando se descubre cuando se acusa de ateos a los gobiernos que proclaman la libertad religiosa. Un gobierno no puede ser ateo, como no puede ser cristiano ni judío; la religiosidad consiste en la creencia, que es puramente personal: así pueden los gobernantes ser mahometanos en una nación de católicos intolerantes; así en una federación cada Estado podría proteger una religión diferente, y el Gobierno general no profesar ninguna.
El gobierno representa la ley civil; los clérigos quisieran que representara la ley religiosa, para dominarlo y para realizar la pretensión moderna de que al papa debemos entera obediencia. ¡Ese rey que no sabe a quien entregar su triple corona, si á turcos o a protestantes! ¡El Napoleón del cesarismo cristiano! El clero no demanda al Gobierno fe, sino coacción; quiere que la autoridad amenace a los que no crean; para esto necesitaríamos inventar un cuarto poder: el creyente. No trastornará el mundo sus instituciones, por volver a la teocracia”. El párrafo entero es de validez perene.
Para rematar, quien en un tiempo fuera ministro de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública les decía a los “señores ripaldistas, si no hemos mejorado, no hemos empeorado con el nuevo sistema; y esto sólo es bastante para declarar inútil vuestro método, y con él vuestros libros de enseñanza. Existen crímenes y errores, porque la virtud y la ilustración no son absolutas. Podemos felizmente entrar en comparaciones; entre un número igual de personas de la misma clase, tomada una mitad de una nación teocrática y otra en una nación tolerante, es probable que aparezcan en una misma proporción las faltas y las virtudes.
Entre udes., ciegos creyentes, y nosotros, libres pensadores, no veo que el vicio se acompañe con los unos o con los otros de preferencia; podemos sin empacho asegurar que todos poseemos algunas virtudes: sí, ustedes y nosotros enseñamos a nuestros hijos a respetar los bienes ajenos, a ver como un tesoro la vida de nuestros hermanos, a no traspasar los límites de una justa defensa, a obsequiar todas las exigencias sociales y a ser modestos y generosos; nosotros todavía les enseñamos más, y es a no condenar a ninguno a la ignorancia, obligándole a creer lo que no podemos probarle; y les enseñamos con la voz y con el ejemplo a no hacer traición a la patria”.
Hay algo muy importante que recordar, durante tres centurias y media, la educación estuvo en manos de la curia y como resultado alrededor del noventa y ocho por ciento de la población era analfabeta. Asimismo, debemos de tener presente siempre que, a lo largo de la historia en las grandes desgracias de la patria, la curia católica siempre ha estado del lado de quienes las han causado.
Para concluir conminaba a Altamirano por la labor que realizaba “en la noble defensa de la emancipación humana”. Precisándole a la vez que “se dice que un libro contiene las palabras de Dios; ¿por qué se nos ha de enseñar sólo el índice? Se dice que debemos creer por temor de Dios; ¿por qué también obligarnos a creer por temor al Gobernador del Distrito? Las reticencias y las amenazas son indignas entre hermanos. Si Dios se dignase confiarnos sus misterios, nos apresuraríamos á suplicarle que lo hiciese a la presencia de todo el mundo; yo por mí no me consideraría capaz de guardarle el secreto”. Ramírez Calzada y Altamirano Basilio eran amigos y correligionarios, pero no implicaba que necesariamente coincidieran en todas sus perspectivas. Eso es algo que, usualmente, acontece entre los seres pensantes. vimarisch53@hotmail.com
Añadido (25.17.60) Vaya nivel al que han llevado la otrora respetada diplomacia mexicana. Hoy, la ocupan para desmentir que nuestro gobierno patrocine sicarios que vayan a encargarse del presidente de otra nación quien emergió ganador en una elección cuyos resultados no satisfacen a nuestras autoridades.
Añadido (25.17.61) Podrán correr ríos de tinta, verter palabras por miles, ocupar espacios innumerables en los medios electrónicos y las redes sociales tratando de vender fantasías acerca de bondades supuestas. Al final, sin embargo, la verdad única es que dejó a la institución que presidía sumida en un divisionismo que la ha llevado al borde de un cisma. Ese es su legado real.
Añadido (25.17.62) Que lejos están los tiempos en los que el INEGI era una institución respetada y creíble como fue concebido por sus creadores. Hoy, está ha convertido en una fabrica de cifras al gusto de la autoridad. ¿Usted le cree al INEGI? Nosotros tampoco.
Añadido (25.17.63) De pronto, el espíritu del cacique de tejana y matona se apareció. Sin embargo, como ya no se puede mandar que retiren todos los ejemplares de los periódicos que publican algo que le incomoda, pues nada mejor que controlar el internet para que el pueblo bueno no se “malicie” con notas que, provenientes de otras latitudes, no coincidan con el gran proyecto.