Eduardo Sadot
Alberto Cortez en la canción de su autoría “el callejero” describe en la letra al amor diciendo “… porque lo que amamos lo consideramos nuestra propiedad”.
La propiedad otorga un sentimiento de pertenencia, incluye poder sobre las cosas, dicen los juristas que denota dominio o señorío sobre las cosas, dominio y señorío significa disposición y poder sobre ellas, la capacidad de disponer en cualquier momento y circunstancia sobre las cosas, de ordenar e imponer sobre ellas su destino, ser quien determine el destino de las cosas, sin mayor explicación ni justificación más allá de la voluntad que determina que hacer o dejar de hacer con las cosas.
Por su parte, el amor, es y debe ser, un sentimiento espontáneo, comienza por la atracción simple, sin que nadie obligue, surge de un sentimiento volitivo, es decir de la voluntad, de la intención del individuo de manera libre, sin condiciones, sin esperar nada a cambio – se supone – pero en la realidad se da porque hay correspondencia y equidad en el sentimiento, es parejo, ambas personas que intervienen expresan lo que se sienten sin mentir, sin condición, dan rienda suelta a sus sentimientos a lo que sienten por la otra persona, sin restricciones, sin freno, responden a sus impulsos. Hoy la neurociencia ha descubierto que además es una condición químico-biológica, no surge del corazón como románticamente pensaban los antiguos, es un proceso químico en el cerebro que manda señales a todo el organismo, dicen que en éste proceso intervienen de 12 y hasta 19 regiones cerebrales, que lo desencadena y es determinante un neurotransmisor llamado dopamina, que moviliza el sistema límbico, centro de las emociones. Tan simple, que si todo el organismo, con todos sus sentidos no provocan la emisión de dopamina en ambas personas, hay desequilibrio en la relación que de ninguna manera se podrá forzar ni corregir.
Los perros ladran contra quien se acerca a su amo, porque su sentimiento no puede llamarse amor, a lo que sienten por su amo, ellos se sienten dueños de su amo y ladran y atacan a cualquiera que se les acerque, porque el amo les pertenece, se sienten amenazados, no es amor el de los animales, es el sentido de pertenencia, es una reacción impulsiva, en tanto impulsivo, irracional, salvaje y ambivalente. Así, el amor, entre los humanos, conserva y surge de la atracción irracional, el arrebato de una atracción incontrolable. Los griegos al explicar el nacimiento de Eros, Dios del amor, relatan que surge de la unión de Penia, la miseria y Poros el joven Dios, lleno de tributos, que representaba a un hermoso mancebo que Penia encontró inconsciente y ebrio al término de un festín de Dioses en un día dedicado a Afrodita, y como Penia llegaba al final de los festines, a apropiarse de las sobras que dejaban los dioses, el letargo de Poros, le permitió a Penia abusar de el y concebir a Eros, es por eso – dicen la mitología griega – que el enamorado pasa del sentimiento de miseria herencia de Penia y a la felicidad de Poros, puede provocar el enamoramiento, la atracción puede desencadenar confundir a la fealdad, herencia de Penia con la belleza, herencia de Poros, padre de Eros y la influencia de Afrodita.
Es frecuente que los hijos espetan a los padres reclamando libertad, porque ello es contrario al control a la esclavitud, ignorando que por supuesto que el ser amado no es una cosa susceptible de apropiación, pero si es un sentimiento de pertenencia surgido de la atracción que evoluciona en amor. Que provoca celos odios y violencia contra quien se atreva acercarse al ser amado, igual que el perro, que se asume dueño de su amo.
El amor de los padres a sus hijos, lleva el sentido de protección el instinto de conservación de la especie, que los hijos interpretan como limitante de sus libertades, lo que se aprende con el tiempo, la juventud es una enfermedad que se cura con los años y cuando lo comprenden ya es demasiado tarde.
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