Francisco Gómez Maza
• Claro que duelen hasta el tuétano
• ¿Quién nos mata, abogado Gertz?
Había planeado redactar un artículo de seguimiento al coronavirus. Rebasó el mundo, este jueves, el millón de contagios y la universidad Hopkins registró poco más de 50 mil muertes.
La República Italiana es un infierno. Ayer había enterrado o cremado alrededor de 14 mil fallecidos. España llegó a poquito más de 10 mil. Estados Unidos rebasó los 200 mil contagios.
No es consuelo de tontos: México llegó a 37 muertes y poquito menos de 1,400 contagios.
Hay que aclarar que estas cifras de la muerte son las que los gobiernos de 181 países del planeta reportan a la Organización Mundial de la Salud. Pero quién sabe cuántos están muriendo en la oscuridad, en la soledad, en el olvido.
Lo demás es la misma dramática, incierta, dolorosa historia de esta humanidad fallida, tan débil, tan inerme, tan solitaria ante las adversidades naturales o artificialmente inventadas por la perversidad terrenal.
Y ahora voy a otra horrible tragedia, más personal, más íntima: la guerra que desconocidos escalan en contra de los periodistas que diariamente destapan cañerías y cloacas en estas sociedades descompuestas, putrefactas, en la que las mayorías luchan por sobrevivir.
La agresión fatal más reciente: La reportera María Elena Ferral fue atacada a tiros en calles del centro de la ciudad de Papantla, Veracruz.
Hombres armados se acercaron a la periodista y les dispararon. Ferral fue trasladada al Hospital Regional en Papantla, y ahí no pudo con la muerte. La periodista era corresponsal del Diario de Xalapa y del medio Quinto Poder, y vivía y trabajaba bajo condena de muerte de quién sabe qué poderes ocultos en la oscuridad del crimen. Lloraron las orquídeas preciosas de la “Vainilla de Papantla”, esa delicia que México donó al mundo.
Y seguimos esperando y preguntándonos quién seguirá en la lista de periodistas condenados a muerte. En lo que va de la administración actual han sido asesinados por lo menos 18 colegas. Y habría que preguntarle a la señora Piedra, al señor Encinas, al abogado Gertz, qué han hecho para que el Ministerio Público sea menos ineficiente en la investigación de esos casos. Y ya no hablo de los del pasado “neoliberal”.
Entonces a nadie del gobierno le importaba la vida de un periodista. Estos eran, como ahora, un mal necesario. Pero como todo “mal”, mejor fuera si desapareciera, si dejara de investigar (reportear), de escribir, de grabar o de filmar las cosas que disgustan a los intereses de las clases dominantes, política y económicamente.
El periodismo es un oficio como el del albañil. (No comulgo con academicistas que afirman que es una ciencia, que es una profesión como las demás). Es una tarea como la de los superhéroes. Pero a los poderosos, a los gobiernos, a los grandes billetones verdes, disgustan los periodistas. Se dicen amigos de ellos, pero, si pudieran, con el abrazo vendría una puñalada por la espalda. No gustamos. Somos soportados. Además, no son amigos. Nos odian., Y ahí está el secreto de la muerte.
María Elena pasó a ser otro dígito de la estadística de periodistas asesinados y desaparecidos. La CNDH tenía registrados, al corte del 31 de octubre de 2019, como 153 periodistas asesinados en 19 años, así como 21, y la administración con más casos fue la de Enrique Peña Nieto, con 59 comunicadores muertos. Durante el sexenio presente, el de “Juntos Haremos Historia” y el de la “Cuarta Transformación”, iban hasta antes 18. Ahora no estoy seguro si María Elena es el número 18, o el 19.
¿Será que debemos ya, los periodistas, olvidarnos de que somos hipócritamente considerados por el poder como un mal necesario? Los poderos fácticos ¿hasta dónde tienen sus fronteras? ¿Cuántos hombres del poder público, gubernamental, están o no involucrados en ese cártel de “limpiadores” de periodistas? Qué va a pasar, abogado Gertz.