Francisco Gómez Maza
• Los pobres, nada que celebrar
• Ahora les toca a los ricos…
El comportamiento de la Covid-19 en México, en las 8 semanas anteriores a la presente, permite abrigar prudentes esperanzas de que la epidemia vaya ya a la baja.
De acuerdo con la Secretaría de Salud, han estado disminuyendo los contagios y, por ende, los fallecimientos.
Por el momento pareciera que no ha habido rebrotes de la enfermedad, hechos que festejaron tanto el presidente López Obrador como el subsecretario de Salud, Hugo López Gatell.
Con todo, la prudencia de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, hace pensar que falta mucho para zanjar el periculum.
En la capital del país la pandemia está “estancada”, como midiendo distancias, como asechando, lo que no autoriza a bajar la guardia.
Al contrario, las autoridades locales aumentan las acciones de prevención, aislamiento en casos positivos y hospitalización temprana.
Existe, no obstante, la posibilidad de incrementar las medidas de aislamiento. No se quiere tentar a Dios, como dicen las abuelas.
En los estados se enfrentan situaciones diversas en lo que se refiere a la crisis sanitaria. Pero campea la incertidumbre.
A la par de la gravedad de la crisis sanitaria, viene la crisis en la economía.
La mayoría de las personas contagiadas se curan y vuelven a la vida, aunque sea ahora en una nueva normalidad que no deja muchas libertades.
Para los fallecidos, dolorosamente, lamentablemente, fue el fin de la historia.
Quienes deberán soportar sobre sus espaldas la rudeza hostil de la enfermedad en ellos o en sus seres cercanos y el sufrimiento, agravado por la honda crisis económica, son los sobrevivientes.
Millones padecerán: los pobres, los desheredados de la sociedad, los pueblos originarios, los campesinos.
Los señores y señoras de FRENAAA, por hablar de lo que más se ve de las clases dominantes, aún no sabrán lo que es el sufrimiento ni sentirán congoja. Aunque estén envalentonados en su deseo ardiente de que López Obrador se vaya.
Pero, el 90 por ciento, cuando menos, de los sobrevivientes tendrá que vivir en la pobreza, en la incertidumbre; muchas veces sin saciar el hambre; sin poder comprar nada, ni siquiera una aspirina para un dolor de cabeza. Ya estoy viendo a esas legiones de desamparados buscando agua y algo para comer.
Esto no es catastrofismo. El propio Instituto de Geografía y Estadística (INEGI) lo registra.
La inversión física, esa que debe producir bienes y servicios y puestos de empleo; el consumo interno, y las exportaciones de manufacturas y materias primas, van viento en popa a la bancarrota total. Tan sólo en el primer semestre -de enero a julio-, sufrieron la caída más fuerte de la historia.
La llamada inversión en maquinaria, equipo y construcción (Inversión Fija Bruta) se contrajo 30 por ciento (29.8%) entre los meses de abril a junio. La inversión pública disminuyó 4.4%; la inversión particular o privada se desplomó 33.2%.
El consumo privado cayó 19.4%; el consumo del gobierno retrocedió 1% en el segundo trimestre del año.
Los bienes importados sufrieron una contracción importante (-30%); los domésticos (-19.4%), y dentro de este último, los bienes (-18.2%) retrocedieron menos que los servicios (-21%).
Los consumidores continuaron favoreciendo la compra de bienes esenciales; y cayendo con fuerza los bienes duraderos y semiduraderos.
Las exportaciones cayeron 30.5% en solo tres meses. O sea que la economía está respondiendo, más que a las leyes de la oferta y la demanda, a las leyes de la naturaleza. La naturaleza no perdona. El pretexto de la crisis económica es la pandemia.
No es de dudar que la enfermedad colectiva contribuyó en gran medida al cierre, al confinamiento, a la pausa de las actividades económicas.
Sin embargo, esta crisis ya estaba en camino desde muchísimo antes del primer fallecido por el coronavirus.
Habrá que archivar los discursos del odio y crear un frente de acción para reactivar la producción de bienes y servicios, abatir el desempleo; por lo menos paliar la pobreza con lo más esencial, indispensable.
Para ello, no es cuestionable no aumentar el número de impuestos, ni el monto de ellos.
Pero si es de esperarse que las clases ricas tomen conciencia y acepten pagar más que los pobres, idea que ya ronda por la mente de importantísimos multimillonarios estadounidenses.
Los pobres ya están apretándose el cinturón. Ahora les toca a los ricos. El poeta veracruzano, ultra conservador, porfirista, Salvador Díaz Mirón, lo advirtió: “Nadie tiene derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto”.