• La propuesta: reformar el 27 y el 28
• Todo, en el espíritu de Tata Lázaro
El salón López Mateos de Los Pinos no pudo recibir ni un alma más. Todo el Gabinete presidencial. Empresarios. Personajes de la clase política. Periodistas. Muchos periodistas.
La ocasión no era para menos. Un acto presidencial presidido por el espíritu de Tata Lázaro, el expropiador del petróleo hace 75 años. Se trataba de oro negro, el filón del diablo. Más codiciado que el oro de metal.
Muchísimos periodistas de la prensa impresa y electrónica para escuchar y ver el rostro, los ojos, los ademanes, los gestos. La figura presidencial en su momento cumbre.
La ocasión era histórica, o el final de la historia. El presidente presentaría su Reforma Energética.
Acto breve. Discurso didáctico del secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, para justificar los cambios al texto de los artículos 27 y 28 de la Constitución Política, a fin de que “…el 27… vuelva a decir lo que el Presidente Lázaro Cárdenas dejó escrito, palabra por palabra, después de la expropiación petrolera.”
Alocución presidencial, sin más “intervenciones” de funcionarios segundones, como se acostumbra cada vez que hay una presentación oficial:
“El espíritu de la reforma cardenista fue nacionalista, sin duda; pero también modernizador, visionario y pragmático. Su elemento fundamental fue que garantizó la propiedad y la rectoría del Estado en el control de los hidrocarburos, al tiempo que contempló la participación del sector privado en diversas actividades.”
Luego, Peña Nieto habría de tirarse a fondo con la lectura de un resumen ejecutivo de la reforma, distribuido posteriormente a los reporteros. Resumen didáctico, al estilo de Ripalda, como para que todo el mundo entendiera – hasta el más bisoño – y quedara convencido de que la reforma es buena porque pretende “mejorar la economía de las familias, aumentar la inversión y los empleos, reforzar a Pemex y a CFE, y reforzar la rectoría del Estado.”
Cauto, prudente, sobrio, el presidente. Como no queriendo herir la sensiblería nacionalista de millones de ciudadanos aún creyentes en esa mentira demagógica de que “el petróleo es de los mexicanos”.
Según dijera en las consideraciones Joaquín Coldwell, la industria petrolera mexicana anda actualmente por la calle de la amargura:
Tenemos (¿Tenemos, Kimosabi?) mucho petróleo y gas en las profundidades submarinas, en los campos de lutitas y campos maduros, que hay que sacar, procesar y vender bien, pero hoy en día, según la Constitución, nada más Pemex puede buscarlo y extraerlo. Y Pemex no puede más. Entonces, necesitamos más empresas, tecnología e inversión particular para desarrollar mejor la industria petrolera nacional… Como lo hacen Colombia y Brasil.
En el fondo de la memoria, después de escuchar a Peña Nieto, la percepción primaria: Los mejores deseos para hacer del petróleo el maíz de la nueva historia de México. De los hombres de maíz a los hombres de petróleo.
A los nacionalistas de “izquierda” les cayó en el hígado la propuesta presidencial. Los inversionistas de Nueva York esperaban más. Qué son los “contratos de utilidad compartida”, o el “Sistema de contratos para la exploración y extracción de petróleo y gas”.
Ah, pero bajará el precio de la luz y del gas; se crearán medio millón de empleos adicionales en el sexenio, y 2 millones y medio de aquí al 2025; la industria petrolera volverá a ser motor del crecimiento económico; la industria eléctrica permitirá que fluyan grandes inversiones… y más, más y más espléndidos deseos. Ah, y los ciudadanos podrán vigilar las operaciones e ingresos petroleros. Hacienda ya no será el verdugo de Pemex como hasta ahora.
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