Francisco Gómez Maza
• El poder del mercado: impuesto regresivo
• Siempre la ley de la necesidad y del abuso
Me temo que los aumentos a los salarios mínimos, decretados en 2018 perdieron su capacidad de compra a sólo una semana de haber arrancado el año 2020 de la Era cristiana. O sea que se descontroló el comportamiento de los precios y, por tanto, del índice nacional de precios al consumidor, que mide la inflación.
Se culpa a las leyes económicas, en el caso la de la oferta y la demanda, pero todos sabemos, y lo permitimos porque también los consumidores son avaros, que muchos productores – si no es que todos -, la inmensa mayoría de los distribuidores (entre estos hay muchos de los que llamamos coyotes, acaparadores, atajadores) y, sobre todo, los dedicados al comercio, que son ateos cuando se les recuerda que hay que respetar la ley de la oferta y la demanda. Ellos prefieren obedecer, para satisfacer su enfermiza dedicación a la acumulación de riqueza, a las leyes de la necesidad y del abuso. Y me temo que, en esta ocasión, incrementaron los precios de muchos productos motivados o por la -¡ay!- avaricia, o por el miedo al cambio.
Se van los precios para arriba, impulsados por la codicia, o por el miedo a los cambios. Alfonso Ramírez Cuéllar, presidente de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública de la Cámara de Diputados, lo dice más escolapiamente: los recientes incrementos de precios a algunos productos no pueden ser atribuidos de manera directa a los ajustes a las tasas de impuestos, aprobados por el Poder Legislativo dentro del Paquete Económico 2020, sino al poder de mercado de las empresas. Y para mí ese poder se llama, simple y llanamente, voracidad, avaricia, atraco a los consumidores. O sea, a la avaricia de esos empresarios.
El poder de mercado, de acuerdo con el enfoque capitalista de la economía. se define como la capacidad de una empresa para aumentar los precios, de manera rentable, por encima de cierto nivel competitivo. Algunas de esas empresas pueden subir sus costos y retener a sus clientes debido a que tienen pocos o ningún competidor, aunque esta práctica represente una afectación a la competitividad en el país.
Hablando de este tema, Ramírez Cuéllar, le recordó al periodismo diario que la Comisión Federal de Competencia realizó un estudio del impacto que tiene el poder de mercado en el bienestar de los hogares mexicanos. En esta tesitura, el poder de mercado de las empresas ha representado el pago de un sobreprecio promedio de 98.2 por ciento. Espléndido negocio a expensas de los trabajadores. Y suben y suben los precios, aunque no suban los costos de producción. Les importa un pito que quienes salgan severamente afectados en su capacidad de compra y en su calidad de vida sean los trabajadores, sin aparentemente darse cuenta de que, gracias a ellos, a los consumidores, los empresarios, sean productores, distribuidores o comerciantes, se hinchan de riquezas.
Así, las cifras y porcentajes que miden el comportamiento de las llamadas variables económicas no son ciegamente reguladas por las leyes. Son producto del humor, del deseo de riqueza, de la avaricia de productores, distribuidores y comerciantes.
Y con el incremento de los salarios mínimos, tan festejados por el nuevo gobierno, que jamás se habían dado en la vida del mexicano, los dueños del dinero le aumentaron los precios al pan, la tortilla, el huevo, las carnes procesadas y de res, la fruta, los lácteos, el transporte y los medicamentos.
Hasta el momento se han manejado aumentos del 30 por ciento en costos en alimentos y productos básicos, en particular de 1 a 3 pesos para la leche y de 2 pesos para el pan. Así, de acuerdo con el diputado, el poder de mercado funciona como un impuesto regresivo a estos bienes y una pérdida de bienestar en los hogares mexicanos.