• Otra muerte inútil de un reportero
• Cientos de miles, aún más inútiles
Es gravísimo el secuestro y el consiguiente asesinato de un reportero, como el ocurrido en Veracruz en la persona del colega Gregorio Jiménez de la Cruz. Pero también es gravísima la ejecución de cientos de miles de personas sin renombre, liquidadas por sicarios del crimen organizado y también por esa hambre maldita que no calma ninguna cruzada.
El agravio fatal revela absoluto desprecio por la vida: En el caso de Goyo es un atentado a la libertad de prensa, diría el gremio periodístico, pero también una muestra de que los ciudadanos de este país vivimos en la más completa inseguridad, pese a los buenos deseos del gobierno. Y sufrimos cotidianos atentados a la libertad de vivir.
Claro que la violencia no se vence con la violencia. Pero lo que no comprenden los poderosos es que la paz sólo es fruto de la justicia. Y ¡Cuánta injusticia hay detrás de la violencia criminal! ¡Y de la violencia de la pobreza, de la miseria y de la indigencia!
Muchos culpan de la inseguridad pública a los gobiernos federal y a los de los estados. Tienen razón. Son responsables. Pero no sólo ellos son los responsables. Todos somos asesinos, diría la ciencia médica. De un modo u otro, todos somos responsables de la violencia criminal, unos por defecto, otros por exceso; unos por permitirla, otros por no poner las condiciones para salir de la situación de injusticia en la que sobrevivimos.
Obviamente que la organización denominada Reporteros Sin Fronteras, con sede en París, tiene razón cuando asegura que los Zetas, y podría acusar a cualquiera organización criminal, mantienen prácticas predatorias contra comunicadores y en ocasiones han contado con la complicidad de funcionarios locales y federales, pero también muchos de estos llamados servidores públicos atentan en contra de la libre expresión de las ideas y la libertad de prensa cuando sienten que los periodistas les pisan los callos de la corrupción. Y son tan responsables de la criminalidad-
El saldo es dramático, sombrío, desalentador, para periodistas comprometidos con su oficio. Provoca la indignación de los colegas conscientes. Llama a la condena. Y no sólo al minuto de silencio en el salón de sesiones de cualquier cámara legislativa, ni a la proclama airada de las organizaciones de izquierda.
Por lo menos una decena de periodistas han sido asesinados en Veracruz, asesinatos que se suman a los miles que cotidianamente se documentan en los medios de información, impresos y electrónicos.
México sigue siendo tan violento y tan inseguro, no obstante las nuevas estrategias del gobierno de Enrique Peña Nieto. La diferencia con el gobierno de Calderón está en que ahora las cifras duras ya no se destacan ni en las páginas de los periódicos y menos en la televisión y la radio.
Lo ocurrido en Veracruz, independientemente de cuáles hayan sido los móviles de los asesinos de Goyo, indica que sigue siendo hora de los violentos y que la paz que muchos mexicanos gozan es la paz de los sepulcros.
La inseguridad pública sigue siendo una de las primeras razones por las que los mexicanos no tienen confianza en nadie. Y es una de las principales razones por las que los inversionistas no inviertan y la economía vaya de mal en peor. Y los encargados de la política se pasen la vida cacareando logros inexistentes, fantasiosos.
Pero, como dijimos arriba, la paz no podrá ser más que fruto de la justicia, no la que castiga, sino la que reparte equitativamente y evita que muchos se refugien tanto en la economía subterránea como en las filas de la soldadesca del crimen organizado, o en las de las policiacas corrompidas por el sistema corrupto.
Don Enrique Peña Nieto tiene la palabra. Ya es hora de que se sienten las bases no sólo para privilegiar a los grandes magnates de la empresa, nacionales o extranjeros. Es hora de
equilibrar la balanza y privilegiar de igual manera a las mayorías, a los trabajadores.
Qué cuál es la diferencia entre un ricachón que se hace ricachón aplastando todo a su paso, y un criminal que comercia con drogas, secuestra y mata. La única diferencia es que las drogas están prohibidas. Muchos periodistas, sin embargo, seguiremos asumiendo el riesgo de la inseguridad y de la muerte, informando de lo que pasa, de lo que debería pasar y no pasa, y denunciando la corrupción de los criminales del crimen organizado y del de cuello blanco y gafete en el pecho.
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