• El maltrato a las mujeres en la iglesia
• Igual que en la política y en la economía
Entre los recovecos enfermizos de las estructuras de poder económico y político, destaca el omnipotente y divino poder de las estructuras religiosas, que socavan la dignidad de los seres humanos que tuvieron la bendición de nacer mujeres. La escalada es más perversa en contra de las mujeres.
Si en la política, las mujeres no sirven más que como objetos decorativos de cámaras, congresos, oficinas y actos cívicos, y en la economía no se les permite destacar como personas ejecutivas, en las religiones se les trata como seres sin derechos, pero sí con obligaciones.
Hace ya mucho tiempo que muchas mujeres han venido organizándose para hacerse visibles como seres humanos con las mismas obligaciones y derechos que los varones. El camino de la lucha ha sido y sigue siendo muy difícil porque a los varones no se les educa en el trato hacia las mujeres. Se les pide a las mujeres que defiendan sus derechos, pero no se les enseña a los hombres a respetar los derechos de la mujer.
Un ejemplo viviente de esta tiranía es lo que ocurre en la Iglesia Nacional Presbiteriana, en la cual se impone la visión machista, al estilo católico, que niega a las mujeres el acceso a las actividades de liderazgo y de coordinación. En la iglesia vaticana, a las mujeres se les niegan las órdenes llamadas sagradas, el diaconado, el sacerdocio, el orden episcopal y ya no digamos el papado. Lo mismo ocurre en la inmensa mayoría de las congregaciones protestantes.
El caso más reciente y sonado, publicado en Excélsior, el periódico de la vida nacional, en la sección nacional del domingo 23 del presente febrero (página 26) es el de un desagradable desaguisado perpetrado por el presbiterio presbiteriano de Chiapas, en contra de una mujer que de repente quedó convencida de que ella podía ser ordenada “pastora”.
Cira Hernández Gutiérrez, con una experiencia pastoral de un cuarto de siglo, de repente fue ordenada por un grupo de “ancianos” convencidos de que no había ni existe ninguna prohibición bíblica para que las mujeres sean ordenadas ministros de la iglesia. Elñ 15 de diciembre del año pasado, Cira fue ordenada y la jerarquía reaccionó violentamente hasta expulsarla de la iglesia, excomulgarla como no hace mucho hacía la iglesia romana con sus fieles que osaban contradecir la doctrina ortodoxa, aunque ésta fuera mal interpretada por los exégetas del sistema.
La pastora fue despedida no sólo de su iglesia, como creyente, sino que fue despojada de sus derechos laborales y los patrones la pusieron en la calle sin indemnización alguna y la dejaron al arbitrio de la orfandad. La apoya, sin embargo, un grupo de presbiterianos y de otras confesiones cristianas y católicas. Un grupo de teólogos y pastores presbiterianos prácticamente se separó de la jerarquía presbiteriana y se puso a trabajar en Chiapas y en otras regiones del sureste mexicano, en un intento por interpretar la realidad social a la luz de las exigencias de la realidad y no, como dicen los teólogos positivistas, al amparo de la revelación.
Cira y otras mujeres están conscientes de que el camino que decidieron recorrer para que los jerarcas se den cuenta de que el Evangelio no discrimina a las mujeres es sumamente difícil, lleno de abrojos y espinas, pero están abriendo camino para que otras mujeres, y no sólo en el ámbito religioso, sino también político y económico, se den cuenta de que tienen los mismos derechos y obligaciones que los varones.
Una pequeña diferencia debería de unir solidariamente a los hombres y las mujeres. Eso precisamente, que unos son masculinos y otras, femeninas y que no pueden vivir más que en convivencia armónica.
Que lo oigan los políticos de la partidocracia, que lo que hacen es tolerar la presencia femenina en las cámaras legislativas, por ejemplo, y que aún siguen creyendo que el lugar de la mujer es la cocina o estar como una escopeta: cargadas y en el rincón.
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