• Ser emprendedor en México es hazaña de titanes
• La vía al infierno, asfaltada de buenas intenciones
Lo aseguró tajantemente don Ildefonso Guajardo y así lo cabeceó el rotativo mexicano El Universal en su web site: “Faltaron reformas para crecer…” Pero más bien sobraron y sobran infinidad de trabas casi insalvables: excesiva tramitología, multitud de requisitos inútiles, papeleo sin sentido, lentitud y tardanza; compadrazgos, amiguismo y, sobre todo, corrupción.
Recuerdo una anécdota sólo propia del subrrealismo mexicano, una anécdota muy dura, pero digna de ser compartida:
Cierto día, llega a ciudad de México un inversionista chino que pretende instalar una fábrica de triques. Va a Industria y Comercio, a Relaciones Exteriores, a Instrucción Pública, a Hacienda, a Gobernación, a donde pueda usted imaginarse, para tramitar los permisos que requiere. Pasan y pasan los días, las semanas, los meses y… nada.
Todo se confabula en contra de la instalación de su factoría. En todas las oficinas le piden lo mismo: papeles, más papeles, más papeles. El chino está cansado y a punto de abandonar la tarea y regresar a su tierra.
Entonces, un amigo mexicano le sugiere que solicite audiencia con el presidente de la república. No lo piensa dos veces el oriental, y pide una cita con el presidente. Pasa un mes y por fin es recibido por el mandatario.
Señol plesidente… y le cuenta el calvario que ha venido sufriendo para lograr las autorizaciones a su inversión. Y ya entrados en confianza, chino y presidente, el mandarín le suelta: Señol. Autolíseme la invelsión. Le oflezco 500 mil pesos y no se lo digo a nadie. Y aquel presidente le responde: Mira, chino. Que sean dos millones y… puedes decírselo a quien quieras.
El feo chiste parece exagerado. No creo que ningún presidente se preste a tamaña corrupción, pero la irreverente anécdota revela lo difícil que es para un inversionista, y más si es local, aborigen o criollo, ser emprendedor en este país de trámites y corruptelas. Verdaderamente es un acto de titanes lograr un permiso para levantar un negocio en México. La primera reforma estructural que se necesitaría, y con urgencia, sería acabar de tajo con esas rémoras.
De nada servirán las reformas estructurales tan porfiadamente defendidas por el presidente Enrique Peña Nieto, si no hay una verdadera revolución cultural, al estilo chino. (¿Recuerda, usted, la revolución cultural de Mao?). ¿Qué ha pasado con el empleo en México, luego de la reforma a la Ley Federal del Trabajo? ¿Qué, con el sistema educativo? Sólo por mencionar dos estancos económicos y sociales tan importantes para el crecimiento económico del país.
La verdad, estimado Ildefonso, nada es suficiente para hacer de la economía una actividad productiva y competitiva.
Estamos en plena recesión con reformas y todo. Y sí ha habido reformas. Cada sexenio habla de lo mismo. Y se reforman leyes y reglamentos. Y la economía no pasa de los decimosegundos o decimocuartos lugares en la lista de las más importantes economías, cuando debería de ocupar ya los primerísimos lugares. Bueno. Es más importante la economía del estado de California. Si mal no recuerdo, está en el sexto lugar.
Mejor decir con el presidente Peña Nieto que las reformas “ayudarán”. Pero no clavarse en que, sin reformas, no creceremos. Lo que impide ser plenamente productivos y atractivamente competitivos en el concierto de las economías globales es eso: la espantosa tramitología y la corrupción. Habrá que cambiar esa perversa filosofía de vida del mexicano y más del mexicano que tiene poder político.
Si no ocurre eso, maldita la hora en que se aprueben en el Congreso nuevas reglas para el sistema financiero, y nuevos impuestos para los contribuyentes, o dar derechos a los extranjeros en el plan de negocios de Pemex y la Comisión Federal de Electricidad. Menos discursos. Más acciones concretas, verdaderas, eficientes, querido Ildefonso. El mensaje de que se apoyen las reformas, ése sí es insuficiente.
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