Joel Hernández Santiago
Y sí. Durante muchos años el género masculino hizo a un lado a la mujer. La marginó de los grandes temas políticos y estratégicos; de la búsqueda de soluciones, de la participación activa en asuntos públicos en los que ella sí podía meter su cuchara.
“A la mujer, al final y en la cocina” decía el dicho, para mostrar que la mujer no podía estar en el núcleo masculino, en reuniones en las que predominaba la presencia de hombres de cualquier edad y condición social. El chiste era que nada, que la mujer debía estar “como la carabina: cargada y en la cocina”.
De ahí que con el paso del tiempo aquello fue quedando atrás. No fue fácil para las mujeres conseguir que se les tomara en cuenta en los grandes asuntos y en los grandes problemas nacionales, para dar su aportación inteligente y no sólo como votante cada periodo electoral.
Han sido muchos años en los que, paso a paso, se han ido involucrando cada vez más en actividades antes exclusivas para varones. No tenía sentido. Era fuerza de trabajo, inteligencia, sensibilidad y calidad las que se perdían en el desarrollo nacional, en el caso mexicano.
Pero ahí están ahora. Cada vez más presentes. Cada vez más determinantes. Cada vez más firmes en la tarea nacional. En los trabajos y en las actividades todas.
Y por lo mismo se han hecho leyes que garanticen la participación equilibrada: asunto de género, se dice. Y por ejemplo, en el gobierno se ofrecen posiciones tanto a hombres como a mujeres en porcentajes similares: cincuenta y cincuenta por ciento, se dice. Lo que también es injusto:
La participación debe ser por capacidad, inteligencia, sensibilidad, acción. Si son más las mujeres que sean más las mujeres partícipes, si son más los hombres, que asimismo sea. El país necesita buenos resultados y soluciones, de hombre o de mujer.
Lo mismo ocurre en gobiernos estatales y municipales o el legislativo. Cada vez más la presencia femenina está a la vista, al portador: y eso es muy bueno. Como también en la academia, en la investigación, en la creación, en la ciencia y la tecnología, en lo digital y en actividades de diversa índole, productivas y creativas. Si. Y sí.
Las mujeres en México se han empoderado. Se han fortalecido. Han urgido para que se les respete. Han obligado a que muchos hombres cambien su comportamiento agrio en contra de ellas y las ponderen y se sientan obligados con ellas no sólo porque lo dicen las leyes mexicanas ya renovadas en la materia, sino también por voluntad propia y respeto de género…
Todo bien. Y requetebién. Pero…
Resulta que este empoderamiento con frecuencia es mal entendido. O se cae en el abuso de la condición femenina para abusar de la condición de ser mujer.
No es una novedad reconocer que con frecuencia algunas mujeres acusan a hombres de agravio de género por el sólo hecho de querer desquitarse de asuntos que nada tienen que ver con temas de género y sí, por otro lado, son algunas mujeres las que ejercen violencia de género en contra de hombres. Porque también ser varón es un género, a saber.
Hace algún tiempo se supo de una mujer que quería desquitarse de un su novio que decidió romper con ella por razones incompatibilidad. La mujer furiosa se hizo dar golpes, desgarró su vestidura y acudió a la autoridad para acusarlo de intento de violación y de violencia machista.
El hombre pasó las de Caín para salir ileso de la acusación. A la mujer no le ocurrió nada, simplemente una amonestación, alguna sanción mínima y a otra cosa mariposa. Es porque es mujer y por estos días las mujeres en lo cotidiano como en lo legal son intocables y beneficiarias.
No hace mucho, una mujer acusó a su jefe jerárquico de “violencia de género” por el sólo hecho de que él le exigió cumplimiento a las reglas establecidas por la institución. Era un asunto de desobediencia a la petición de que la funcionaria esperara los tiempos legales para su nuevo cargo, así como también de abuso de poder por parte de ella que se consideraba empoderada.
Al exigirle que cumpliera trámites y calendario de procedimientos acudió a la autoridad institucional. La acusación fue “violencia de género”.
Cosa que no había ocurrido. Pero esto significaba un gran problema para el jefe superior que fue llamado para explicar la situación. El tema es que existe una especie de mandato no escrito en el que se da preferencia y credibilidad a la mujer por el sólo hecho de serlo.
Sin embargo al hacer este tipo de consideraciones se cometen injusticias en nombre de una justicia mal entendida. O, en todo caso, también ella está cometiendo violencia de género en contra del funcionario varón porque lo acosa con este tipo de acusaciones, lo difama, lo señala legal y públicamente y lo somete a escarnio público: sin deberla él.
Las leyes y quienes las aplican deben ser justos con todos. Sin importar género o condición social o laboral. Justicia es señalar a quien cometió aquello de lo que se le acusa una vez que se probó fehacientemente que ocurrió; pero si no es así, también es justicia castigar a quien miente, a quien agravia y a quien intenta dañar a la otra persona: hombre o mujer. La ley es clara en esto.
Mujeres han creado organizaciones de defensa de la mujer. Está bien. Requetebien. Y hay que hacerles caso, siempre y cuando lo que defiendan sea justo, legal, sin arbitrariedades ni agravios.
La igualdad de género corre por el hecho cotidiano, y sí, está bien. Pero esa igualdad de género corre en favor de la mujer y del varón. No parcializar las leyes para beneficio de una “igualdad de género” mal entendida. Las leyes y la justicia tienen la palabra.