José Luis Parra
Donald Trump no da puntada sin hilo. Su más reciente declaración sobre México parece menos un diagnóstico y más un prólogo. Como cuando el médico no te dice que tienes cáncer, pero te empieza a hablar de testamentos y funerales.
Ayer, el presidente de Estados Unidos —sí, otra vez Trump, en funciones y en campaña permanente— nos recetó su visión de México: un país secuestrado por los cárteles, gobernado por el miedo, donde los políticos no van a trabajar por terror a terminar colgados de un puente. Lo dijo con su estilo habitual: fingiendo cortesía mientras avienta gasolina al fuego. “Quiero ser amable al respecto”, repitió. Como si estuviera describiendo a un vecino indeseable antes de justificar que lo va a invadir.
El contexto no es menor: mientras promulgaba la Ley HALT Fentanyl, que endurece penas contra el tráfico de esta droga, lanzó el discurso que bien podría interpretarse como preludio de una intervención. Y no es exageración. Él mismo recordó que desde su primer día de gobierno, el pasado 20 de enero, mandó miles de tropas a la frontera. ¿Alguien en su sano juicio cree que esas tropas solo están para saludar a los migrantes?
La narrativa es peligrosa. Presenta a México como un Estado fallido, una madriguera de terroristas donde reina el fentanilo. Y no es nuevo. Desde hace años Trump ha coqueteado con la idea de designar a los cárteles como organizaciones terroristas. Lo hizo. Y ahora, con esta ley y su segundo mandato en marcha, tiene el pretexto y el marco legal para “actuar”.
¿Y si ese “algo” que dice que Estados Unidos “tiene que hacer” se convierte en drones, misiles y marines? No sería la primera vez que Washington se inventa razones para intervenir en otros países. Irak, Afganistán, Libia. La fórmula es conocida: primero te acusan de terrorista, luego te bombardean en nombre de la libertad.
Pero mientras Trump ensaya su guion de guerra, en México las autoridades siguen ocupadas en el arte de la invisibilidad. La presidenta guarda silencio. Aquí seguimos fingiendo que el problema es de percepción. Que no hay guerra, que no hay cárteles, que todo está bajo control… aunque los políticos vayan a sus oficinas con escoltas, o mejor dicho, no vayan.
Trump puede estar exagerando, pero exagera con intención. El objetivo no es solo el fentanilo. El objetivo es el control político. Si logra pintar a México como amenaza, ganará votos en el sur de Texas y en los suburbios paranoicos de Arizona. Y si necesita invadir —aunque sea con justificación legal— ya sembró el discurso, la razón y la oportunidad.
Por lo pronto, su declaración es un globo de ensayo. Lo lanza y espera a ver cómo reacciona el sur. Si nos callamos o nos indignamos. Si la presidenta mexicana responde con diplomacia tibia o se guarda en su torre de marfil. Y si no hay respuesta firme, entonces interpretará eso como permiso.
El verdadero mensaje de Trump no está en lo que dijo, sino en lo que no dijo: que está considerando seriamente actuar de manera unilateral. Que tiene tropas listas. Que ya tiene la narrativa armada. Y que solo está esperando el momento adecuado para apretar el botón.
¿Exageración? Ojalá.
Pero cuando un político anuncia la tormenta mientras cierra la sombrilla… conviene ponerse a cubierto.