Redacción MX Político.- Los rasgos de Margarito Guerrero se advierten en trazos lúgubres frente a la silueta humana en la que se adivinan los pies bajo la sábana formada a puro manejo de luz. Al cuadro siguiente, los contornos de torso y cabeza quedan en blanco, enmarcados por el dibujo de pies, unos con dedos engarruñados y otros extendidos, así como por una formación dental que en nada se parecía a la dentadura de Jhosivani, el hijo de Guerrero.
El 27 de septiembre de 2014, a Margarito Guerrero quien tiene por sobrenombre Benito le avisaron que fuera a reconocer a Jhosivani en el Servicio Médico Forense y, luego de abrazar el cuerpo inanimado, reconoció las diferencias con los rasgos de su hijo, estudiante de la normal de Ayotzinapa, hasta hoy desaparecido. Pronto se sabría que se trataba de Julio César Mondragón.
Esos momentos, así como aquel en el que el propio Benito se enteró por los medios de comunicación de que su ADN se había identificado en restos óseos sin que el reporte dado por el gobierno pudiera luego ser corroborado, forma parte de Buscando a los 43 de Ayotzinapa. Vivos se los llevaron, el reportaje que, en formato de novela gráfica, recupera el año que siguió a la desaparición de los estudiantes. Editado por Plan B, uno de los sellos de la casa Penguin Random House, el libro fue iniciativa de Andalusia K. Soloff, periodista estadunidense avecindada en México, quien escribió el guion y condujo los trazos de Marco Parra, así como la ilustración de Anahí Galaviz.
En los días que siguieron a la serie de ataques sucedidos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014, Soloff llegó a Iguala. Periodista multimedia, se quedó en Guerrero varios meses en cobertura noticiosa para diferentes medios internacionales de prensa, radio y televisión. Sin embargo, explica Andalusia en entrevista con Proceso, la brevedad de las piezas periodísticas le dejaba la sensación de no estar contando el panorama completo y fue cuando, a partir de que leyó un reportaje sobre un conflicto africano en novela gráfica, decidió desarrollar su cobertura de Ayotzinapa.
Si en México la novela gráfica es conocida principalmente por el cómic de superhéroes, para Soloff los hechos de Iguala superan la ficción y permiten contar la historia para públicos diferentes: “Muchas personas piensan en un ataque, pero fueron muchos ataques, coordinados; en el libro contamos muchos momentos con acción: desde que están en la escuela, cómo llegan a Iguala y toman los camiones, el primer ataque, o cómo a Édgar (Andrés Vargas) no le quieren dar atención médica, llegan los militares y recibe una bala en la cabeza… Creo que este trabajo explica los ataques de una manera dinámica y fácil de entender.”
El otro aspecto en el que se enfoca Soloff se refiere a las historias que viven las familias en lugares tan remotos que no aparecen en Google Maps. El libro muestra la forma en que se enteraron, cómo tuvieron que ir lejos de donde viven, a veces sin saber dónde era la Normal, para sólo saber que su hijo fue objeto de un ataque y nadie sabía qué le pasó; con eso inició un peregrinar por instancias oficiales como la residencia oficial de Los Pinos, la ONU o los encuentros con colectivos de familiares de desaparecidos en Argentina y Europa del Este.
La perspectiva de la autora es que no fue sólo un ataque el 26 de septiembre, sino “una tortura emocional, un largo proceso en el cual estaba involucrado el gobierno que les daba la llamada ‘verdad histórica’, diciéndoles que sus hijos fueron reducidos a cenizas y sin el cuidado de explicarles qué estaba pasando antes de que lo dijeran a los medios”.
Con la historia de Benito, el padre de Jhosivani, la autora refleja a Guerrero, estado inmerso en la represión contra la normal de Ayotzinapa y contra los movimientos sociales a lo largo de cinco décadas. Para Andalusia Soloff es importante mostrar el dolor en su trabajo, pero no puede ser el único enfoque:
“Una cosa que aprendí al pasar tiempo con las familias es que la solidaridad, el tiempo que pasan entre ellos, cómo se apoyan todos estos años y esa dignidad que tienen, también quería mostrarla, no sólo lo feo”. “Y también la esperanza. Aquí tenemos a don Benito, que en su pueblo, que es hermoso, donde hacen mezcal y sus hijos pueden estar jugando, él se da cuenta de que su hijo no fue asesinado después de abrazar el cuerpo de Julio César Mondragón creyendo que era Jhosivani. Entonces él dice: ‘Mi hijo no está muerto, está detenido, mañana me lo entregan’.
“Creo que así, mostrando esos momentos, sabemos que no sólo son los ataques, protestas, molotovs y políticos; que también hay momentos de respiro en tanto dolor, en el que los padres piensan y todos pensamos que hay esperanza y que algo bueno va a pasar… es la esperanza.”
afm