Luis Farías Mackey
El clientelismo es un intercambio simbiótico donde las partes juegan simultáneamente en calidad de cliente. La clientela de un político hace de éste su cliente, de suerte que la interdependencia es fatalmente mutua. El político suele creer tener el control clientelar cuando en realidad se encuentra encadenado a su relación asociante y condicionante.
El problema se da cuando al político debe actuar como tal y no como comerciante de bienes y servicios clientelares. Es decir, en atención a lo público y, por ende, a lo plural, y se ve clientelarmente constreñido a las agendas privadas de sus clientes y se descubre rehén (cliente) de sus excluyentes implícitas.
Menester es hacer una aclaración de previo y especial pronunciamiento: todas las agendas privadas propias de la sociedad civil son legítimas y responden a necesidades vitales, el problema es que son por naturaleza exclusivas y excluyentes. Incluso las diferencias más irreductibles suelen presentarse entre organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la misma causa social, en tanto que la agenda política solo puede ser una y plural, porque responde al interés público, no a la necesidad privada, sino a la libertad. Por eso decía Reyes Heroles: “Complacer a todos es imposible en un régimen democrático; intentar condescender con todos no es gobernar, es moverse atendiendo presiones, ser gobernado; viene a ser un gobierno sin ideas, por plegarse a las ideas de otros. Tratar de satisfacer a todos es admitir que se carece de banderas, que no se tiene ideología ni objetivos trazados, ni tampoco capacidad para alcanzarlos. Siguiendo líneas ajenas, indefectiblemente se acaba por carecer de línea propia (…) Cuando ello ocurre, se presenta la paradoja de no gobernar para seguir en el gobierno y, en consecuencia, se origina la impotencia gubernamental”.
La separación del mundo privado del público nos viene desde los griegos y lo desarrolla magistralmente Aristóteles. No obstante, a mediados del siglo pasado, tal y como lo alertó Arendt, la frontera entre ambos mundos se empezó a borrar en detrimento de lo público. El trabajo, propio de la fabricación de bienes, se empezó a confundir con la acción, propia de la pluralidad y la política, pero también se confundieron lo público y lo privado, la libertad y la necesidad, y la pluralidad y la univocidad. La fabricación responde a la esfera privada y a actividades relacionadas con la propia supervivencia; a la necesidad impuesta por la naturaleza y a una sola voz, la del padre de familia en la casa, o la del patrón en la fábrica; en tanto que la acción responde a la libertad propia de lo plural y público, a todas las voces sin exclusión.
Arendt fue la primera en percibir con claridad la difuminación de las categorías para leer entre los mundos privado y público: entre el mundo, propio de la necesidad —privado—, que empezaba a subsumir el de la libertad —público— y de lo político. Hoy se tiene como axioma que el Estado debe operar como una empresa privada y con criterios de productividad, eficiencia y utilidad exclusivamente, como si la seguridad, la concordia y la dignidad de la vida fuesen productos materiales a fabricar al menor costo y mayor eficiencia posibles. Así se implantaron, en el entender cotidiano criterios que dotan de significación pública actividades relacionadas exclusivamente con la “supervivencia” y no con la “buena vivencia”, como distinguía Aristóteles entre la “vida”, en su ámbito biológico, y la “buena vida” propia de la esfera política.
Para Arendt “la utilidad establecida como significado genera falta de sentido” en lo público. A diferencia de la fabricación, cuyo bien es el producto; la acción política lleva implícito su bien: el bien deseado es la propia acción común. La acción política NO es un medio, es en sí misma un fin: “la encarnación o expresión de una vida significativa” (con significado y significante) (Arendt), diversa a la vida productiva, la vida como producción de bienes y servicios y no de sentidos.
Hoy y aquí la vida nos impone darle un nuevo sentido a México, esfuerzo al cual no podemos rehusarnos. Contra ello están, sin duda, las taras propias que corren desde la colonia hasta el postpriísmo tardío y su versión en último estertor. En contrapartida, a favor de ello encontramos las diversas y atendibles agendas de la sociedad civil, de suyo parciales y antagónicas entre sí, que deben hallar múltiple y diferenciada expresión en una sociedad y proyecto políticos. Pongo un ejemplo y tan sólo en esa calidad: ¿es posible que los derechos del infante puedan ser desde la perspectiva de madre un problema y debamos enfrentar ambos fenómenos —derechos y problema— en sus méritos y en cordura? Nuestro reto es construir un México de los muchos que hoy se desencuentran y repelen.
Ante la magnitud del reto debemos escuchar a Arendt y a Reyes Heroles. Decía la primera que el discurso monolítico y excluyente de las organizaciones de la sociedad civil “impregna la existencia humana de una necesidad y una uniformidad de apariencia natural”, donde podrá estar garantizada la supervivencia de la especie humana a escala mundial —cosa que hoy se ha demostrado falsa—, “pero la humanidad (los seres humanos como actores públicos e individuos únicos) corre el riesgo de verse extinguida” para siempre: “La erradicación total del hombre en cuanto hombre es la liquidación de su espontaneidad. Y esto significa a la vez la revocación de la creación en cuanto creación, como el haber puesto un comienzo”. Cuando se abre un nuevo comienzo y de entrada se le coarta su libertad de pensamiento y palabra, se le imponen exclusiones, lenguajes y audiencias exclusivas y absolutistas, no hay verdadero comienzo, solo negación. ¡Nunca la resta ha sumado!
Las legítimas agendas sociales en su plural contradicción requieren de lo político para generar unidad en la pluralidad. ¡Dejemos a la política convertir la libertad en unidad y a lo social resolver en un marco político de libertades sus necesidades!
Por su parte decía Don Jesús: “Hoy en día tiene que lucharse porque la sociedad civil sea cada vez más política y de esta manera evitar que el Estado se aleje y sobreponga a la sociedad (…) Logrando que la sociedad civil sea cada vez más política, se impide que la Administración supla al Gobierno, que los administradores sustituyan a los políticos y que la Administración convertida en Gobierno, se independice y separe del votante”.
Nuestro reto, con todo respeto, es propio de abismos luz, profundos, laberínticos e inmarcesibles, no de piletas, por más legítimas y acuciantes que sean. No es un problema solo de lo ingente del caso concreto, sino de su innegable correlación con todo en la pluralidad nacional.
Por último, en ello el lenguaje tiene todo que ver. Hay lenguajes que encarcelan, limitan y ciegan, por más políticamente correctos que sean. No caigamos en sus espejismos. Nuestro pensamiento y palabras no pueden tener límites.
Cerremos con Arendt: “La erradicación total del hombre en cuanto hombre es la liquidación de su espontaneidad”.