* La pandilla del Estado de México se hizo con el poder, pero no con las ideas ni con la capacidad de promover el cambio que está nación necesita; estoy en mi derecho de esperar que el señor Beltrones Rivera lo promueva y lo induzca porque, repito, está en deuda con México
Gregorio Ortega Molina
Además de la congruencia, las características anímicas, cívicas y éticas exigidas a quienes deciden cumplir el mandato constitucional y administrar el poder para bienestar de la sociedad, son distintas a las que definen a sus críticos a ultranza, diferentes a las que necesita el común de los ciudadanos para vivir y resistir el embate de los delincuentes, tanto de los de cuello blanco como los que se sirven de la muerte y la tortura para atemorizar, o de los que mangonean desde los puestos públicos y cargos de elección.
Claro que hay simuladores, esos que se dicen dispuestos a sacrificarse para servir, pero de inmediato establecen compromisos y complicidades para evitar que nada se mueva sin su conocimiento y aprobación; o los que disfrazados de demócratas anuncian los cambios requeridos y los inician, pero sólo para instalarnos en ese caos que facilita, a los poderes reales y a los ajenos a la patria, adueñarse de los bienes nacionales y, peor, favorecen el adocenamiento de la voluntad ciudadana, como lo hacen los mesías de los extremos del espectro político.
Resulta que nos acomodaron en una alternancia sin transición, porque los panistas que prometieron hacerla -se solazaron al descubrir las comodidades del presidencialismo imperial y apoltronarse en ellas-, precipitaron a las instituciones en un cesarismo decrépito, como el que facilitó la llegada de los bárbaros a Roma, o aceleró la división del Imperio, porque fueron incapaces de conducir un cambio que transformara hacia adelante y no hacia la involución, a pesar de las ofertas anunciadas por la globalización y/o la integración al proyecto América del Norte.
La reflexión anterior obedece a la manera en que destaca la congruencia política del comportamiento del señor Manlio Fabio Beltrones Rivera, quien enmendó un error de liderazgo con su renuncia, y evitó, así, que la mediocridad que enseñorea la administración pública y el juego de los partidos se encierre en ella misma y confunda a los militantes y a la sociedad, haciéndoles creer que están ante el cambio y la transformación de México, cuando lo que ocurre es que lo mueven, pero en reversa.
Como presidente del CEN del partido en el que continúa como militante, nunca debió establecerse metas cuando el malestar social ante la impunidad, la corrupción en Quintana Roo, Veracruz, Chihuahua, Coahuila, entre otros virreinatos, además de la inseguridad sembrada con empeño a lo largo y ancho de la patria, se manifestó más allá del desencanto; convirtió los linchamientos y la intransigencia gubernamental ante la postura de la CNTE, en banderas del desengaño, el rencor y la división, que obligaban a hacer un alto y considerar y reconsiderar que las previsiones “aseguradas” por sus expertos como resultado electoral, no serían alcanzadas.
En un país en el que nadie asume responsabilidades y nadie se va por su propio pie, esta actitud del señor Beltrones Rivera debe obligar a sus detractores a revisar su postura, sobre todo porque, al menos desde hace 9 lustros, a los electores sólo se nos ofrece la posibilidad de optar por el manos malo, no por el mejor.
Insisto, poner orden y gobernar ajustado al estricto cumplimiento del mandato constitucional -quien lo haga requiere tener la certeza de servir al Estado y la sociedad que lo constituye-, sólo podrá hacerse con la necesaria flexibilidad ética que exige ordenar a las policías legalmente constituidas y a las Fuerzas Armadas, hacer cumplir la ley incluso con la violencia legítima que les confiere la Constitución. Hoy ese bienestar general pasa por la conceptuación e inicio de la urgente transición; pasa también por el combate a la corrupción y la impunidad que la garantiza, por sobre los compromisos de gobernabilidad previamente contraídos de palabra, siempre de palabra.
Para comprender la dimensión del dilema, sugiero la lectura de El último encuentro, donde Sándor Márai hace un balance ético y moral de lo que deja el lento proceso de la decadencia. Obvio que sin hacer de lado la lectura de Una investigación filosófica, impresionante e importante novela negra, en la que Philip Kerr explica qué es lo que se le exige al responsable de valerse de la violencia legítima del Estado para poner orden, dentro y afuera de las instituciones.
Los químicamente puros como Jorge Carpizo, sucumbieron ante el páramo ético y moral en que los sitúa la toma de decisiones en defensa del Estado y en pro del bienestar general; los responsables históricos de conceptuar y construir la transición, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, se vencieron ante el temor: uno le entregó el poder a su esposa, el otro a Genaro García Luna, porque sumió al país en una guerra civil, sin siquiera consultarlo.
El modelo político del presidencialismo debe revisarse, porque los males que aquejan a la administración pública y perjudican a México entero, se originan en la cabeza, que perdió el control de ella misma, al abdicar, primero, a la riqueza proporcionada por los activos del Estado, y después cuando Fox decidió compartir ese poder, que en el culmen fue único e indivisible.
El señor Manlio Fabio Beltrones Rivera avisó que se dedicará a estudiar y proponer alternativas para el futuro inmediato; decidió retirarse de los reflectores y la fama pública, pero no del quehacer político, porque, lo intuyo, sabe que él tiene un compromiso con México, y se empeñará en cumplirlo a cabalidad.
Aquí una puntualización necesaria. Se tiene la idea de que el señor Beltrones Rivera me distingue con su amistad, lo que no es cierto, ha hecho lo conducente y con gentileza, para que me quede absolutamente claro que no soy su amigo, en lo que convengo porque él así lo decidió. Hace dos años que no cruzamos palabra, lo que no me desvela, a él menos, pero lo que está en mí solicitarle con comedimiento, es que impulse las propuestas formuladas durante 2011, cuando ya promovía su idea de los gobiernos de coalición, que será realidad a partir de 2018, gracias a su actividad legislativa; es decir, después de tres sexenios de alternancia podría iniciarse la transición tan necesitada.
La pandilla del Estado de México se hizo con el poder, pero no con las ideas ni con la capacidad de promover el cambio que esta nación necesita; estoy en mi derecho de esperar que el señor Beltrones Rivera lo promueva y lo induzca porque, repito, está en deuda con México.