Javier Peñalosa Castro
Poco a poco, el presidente electo Andrés Manuel Lopez Obrador ha ido develando lo que será su gobierno y refrenda ante todos sus públicos que la prioridad central son los grupos más golpeados por el neoliberalato: mujeres, jóvenes, viejos y grupos vulnerables, especialmente entre la población con menores ingresos.
Vistas las disparidades y el enorme déficit de justicia social, en el corto plazo no habrá dinero que alcance para atender las necesidades ingentes de las mayorías, entre las que destacan tener empleos y salarios dignos; garantizar el acceso a la salud; ampliar la cobertura de las pensiones para el creciente segmento de personas de la tercera edad; capacitar a los jóvenes y a los desempleados; garantizar el acceso a la educación pública, gratuita y de calidad en todos los niveles; brindar apoyo y acompañamiento a los pequeños y medianos empresarios en sus emprendimientos; respaldar a los campesinos y trabajadores del campo y un enorme etcétera.
Sin duda, todos y cada uno de estos aspectos ameritan atención urgente; sin embargo, no se puede todo; o al menos no se puede todo al mismo tiempo ni todo lo que se inicia tarda lo mismo en dar los frutos que se esperan.
Sin embargo, para cosechar hay que sembrar, y si se quiere obtener resultados en algún momento, habrá que empezar ya a trabajar, con la conciencia de que tal vez los beneficios corresponderán a nuestros hijos o a nuestros nietos, pero que no puede pasar un día más sin que hagamos algo contra la inequidad y la abismal disparidad que norma las relaciones sociales en el México de nuestros días.
Uno de los mayores retos es, sin duda, el de la educación. En este campo, a diferencia de lo que pensaban el inefable Niño Nuño y su patrón, lo importante no es espolear a los maestros cual si se tratase de peones acasillados, sino de ver qué les hace falta a ellos y a sus escuelas y brindarles la capacitación y las herramientas para que puedan hacer mejor su trabajo. En este camino se está avanzando ya y, sin duda, habrá logros importantes en un plazo que, de ninguna manera se equiparará al sexenio que tomó a los que se van echar a andar su cacareada “reforma”.
Los rectores de las universidades públicas —que, como el resto de los niveles educativos, carecen de los recursos necesarios para mantenerse en la excelencia que muchas de estas instituciones han logrado— solicitaron a López Obrador que ampliara las participaciones del gobierno federal, a lo que el tabasqueño respondió que, por el momento, se comprometía a no reducir los recursos destinados a este rubro. Sin duda, se trata de un aspecto de primer orden que, más temprano que tarde, habrá de ser atendido. Sin embargo, seguramente la prioridad del nuevo gobierno será recuperar primero lo perdido durante los últimos 30 años en lo que concierne a educación primaria y secundaria, para posteriormente centrarse en la educación superior y los posgrados.
Por supuesto, a la par habrá que trabajar con el mayor empeño posible en el desarrollo científico y tecnológico, campo en el que, si bien México cuenta con talentosos académicos, se ha notado una desaceleración debida a la falta de recursos y oportunidades lo que, como suele ocurrir, ha sido capitalizado por universidades estadounidenses y europeas que han captado buena parte del talento que deja el país en busca de oportunidades profesionales.
Sin duda, es alcanzable la meta de fundar 100 nuevas universidades, pero más importante aún es contar con maestros más preparados a quienes se retribuyan con justicia sus horas de clase, el aprovechamiento de todo el potencial que tienen las actuales instalaciones y el desarrollo de la educación a distancia, una excelente opción cuyo potencial es aún muy grande y que no se ha explotado.
Los que vienen serán también tiempos de reconversión para muchos; de reinventarse y aprender nuevas cosas para poder desarrollarse. Una época que brindará a muchos nuevas oportunidades, más allá de la rutina y recibir un estipendio miserable que sólo alcanza para sobrevivir (en el mejor de los casos); de dejar de aferrase a una obligación laboral más bien inútil para probar suerte en otros campos y, ¿por qué no?, de encontrar lo que más nos gusta y lo que mejor sabemos hacer y dedicarnos a ello para bien de nosotros mismos y de quienes nos rodean.
Tal vez ahí resida el principio del “cambio verdadero”; el cambio trascendente que va más allá de la apariencia y de lo inmediato.