Chile está haciendo lo que en México no nos atrevemos: usar la tecnología para transformar la economía desde la raíz. Con 92% de sus pagos realizados sin contacto, se ha convertido en el país más bancarizado y digitalizado de toda América Latina. Esto no se logró con discursos, sino con decisiones. Hicieron de la digitalización financiera una política de Estado, no una ocurrencia sexenal.
Aquí seguimos atrapados entre la informalidad tolerada y la inclusión simulada. Las autoridades lanzan apps con nombres simpáticos como “Mascetes”, reparten folletos sobre educación financiera y celebran que alguien descubrió cómo usar CoDi… seis años tarde. Todo mientras millones de mexicanos siguen fuera del sistema financiero formal y el efectivo manda como si estuviéramos en los ochentas.
El caso chileno no es casualidad. Integraron a la mayoría de su población al sistema bancario, digitalizaron el cobro incluso en pequeños negocios, y con ello, mataron dos pájaros de un tiro: redujeron la evasión fiscal y ampliaron el acceso al crédito, los seguros y la inversión. No se necesita ser Suiza para lograrlo. Se necesita voluntad.
La diferencia es bastante clara. En Chile, pagar con el celular es tan común como usar WhatsApp. En México, todavía hay comercios que solo aceptan efectivo, por no decir instituciones públicas que ni siquiera tienen terminal. Y aquí lo ma triste y preocupante de todo: la informalidad no solo es tolerada. es funcional para el statu quo político.
Las billeteras digitales en Chile son una realidad. MACH, Tenpo, Fpay, OnePay, Samsung Pay, Apple Pay, BE Pay. Todas funcionan. Todas se usan. Todas permiten pagos inmediatos, trazables y seguros. La gente paga, cobra, invierte y guarda su dinero desde el celular. En México, ese nivel de integración aún es privilegio de pocos.
El problema no es técnico. Es cultural, institucional y político. Seguimos creyendo que la bancarización es un tema de educación, cuando en realidad es un tema de poder. Bancarizar es formalizar. Y formalizar es exigirle al sistema que deje de proteger a quienes viven cómodamente fuera de él.
Aquí, el efectivo sigue siendo la moneda favorita del crimen, del fraude fiscal y de los gobiernos que prefieren no saber. La economía informal sigue sosteniendo a millones de personas, pero también impidiendo que accedan a los beneficios de un sistema financiero moderno. No hay crédito, no hay historial, no hay herramientas de crecimiento. Solo estancamiento disfrazado de “libertad económica”.
Chile entendió que sin digitalización no hay crecimiento sostenido. Aquí seguimos celebrando pequeños logros como si fueran reformas estructurales. Síntoma de falta de carácter y decisión. En Chile, hasta los impuestos se pagan con tecnología NFC: rápida y segura. Aquí, conozco mucha gente que todavía cree que el SAT se espanta con un pago en efectivo.
Y si alguien cree que esto es solo una cuestión de tecnología, se equivoca. Es una cuestión de visión. Porque mientras no se entienda que los pagos digitales son tan importantes como la infraestructura o la seguridad, seguiremos condenados a una economía que camina cuando el resto del mundo corre.
Si no apostamos por digitalizar en serio, con reglas claras y tecnología abierta, seguiremos siendo un país donde la informalidad no es un problema: es el sistema.