Luis Farías Mackey
Me pregunto porque López Obrador no habla en sus concentraciones desde el Balcón Central de Palacio Nacional. En lugar de ello, monta su templete placero y convierte lo que debiera ser un acto protocolario —Informes Trimestrales— en un mitin religioso.
Por qué no acude al Congreso a rendir su informe, el constitucional; por qué ni siquiera recibe a los líderes de otras fracciones parlamentarias ni a un diputado de oposición en lo individual.
Luego recuerdo que en su situación no debemos buscar razones ni explicaciones, ya que lo suyo no es propio de alguien racional. Su desmesura no admite porqués.
Pero, si bien no podemos explicarnos ni hallar razón en sus procederes, sí nos es dable intentar al menos leer qué nos dicen sus actos.
Para él, el Zócalo es un espacio del pueblo. Y si bien le encanta vivir, placearse y “palacearse” dentro de su Palacio, no puede admitir que el pueblo sea algo diverso a él. Es presidente y se asume como tal en el absolutismo de su poder omnímodo, pero al mismo tiempo quiere ser el pueblo y su expresión personificada y única. La posibilidad de un Zócalo lleno y él en su Palacio sólo puede mentarlo como una peligrosa disociación, donde él ya no es el pueblo y aquél puede tener vida propia, diversa y plural. Por eso, aunque el acarreo sea organizado por él y en su favor, se desdobla entre ser presidente y ser, a la vez, líder y expresión auténtica, única y exclusiva del pueblo, y entonces se baja de su Palacio, se sube a su templete y desde él habla como presidente que recibe el apoyo popular y como el pueblo que se lo otorga. En otras palabras, hasta las alabanzas a su persona le deben de ser exclusivas. Por eso podemos entender, que no explicar, que el atentado a Ciro no pueda ser para él más que algo o armado en su personal contra, o en su directo beneficio.
El caso lo tiene muy bien estudiado Pepé Newman: López Obrador defiende la democracia para acabar con ella. No cree en la democracia representativa, por eso no va al Congreso ni habla con más diputados y senadores que los suyos y no todos: pregúntenle a Monreal. Sería reconocerles representación política ciudadana y aquí sólo él representa al pueblo. De allí que les cuelgue todo tipo de representaciones no políticas ciudadanas a sus adversarios: representan a los conservadores, a los corruptos, a los traidores, aunque tengan la misma legitimidad democrática que sus diputados y senadores. Y a aquéllos los degrada a focas amaestradas a aprobar lo que sea, como sea, cuando sea y sin quitarle ni una coma. Los malabares y machicuepas de sus legisladores rayan en la más bajuna e ignominiosa abyección mística. Especial mención merece la Florero Sánchez Cordero que de ministra de la Corte pasó a golpista de la Constitución sin hacer gestos y callada como momia.
Pero si no hay más democracia representativa más que la de él, sí debe haber democracia participativa, disfrazada de consultas populares patito, lastimosas y ofensivas, que ¡obvio! sólo él puede organizar y convalidar. ¿Para que necesitamos al INE y el TEPJF, si lo tenemos a él, garante del orden celestial en el universo?
Lo mismo pasa con el Poder Judicial, a quien ataca porque él defiende la justicia por sobre la ley. ¿Y cuándo y cómo saber cuando una está contra la otra? Cuando y como él diga. Así, López Obrador está contra la democracia defendiéndola, supuestamente, y contra la ley en favor, también supuestamente, de la justicia. Y es a un tiempo pueblo y gobierno, Zócalo y Balcón central.
En ese tenor, cuando la democracia participativa se le sale de cauce y se desmanda en una marcha y concentración en defensa del INE, la descalifica, porque no es suya, ni bajo su control, ni por él encabezada, ni a su favor. Y entonces la denuncia, denostá, se victimiza y organiza y encabeza su propia marcha, adoración y éxtasis; llega al Zócalo como una hazaña y conquista heroica y discursa desde él por el pueblo en favor del presidente que es él mismo que ha dejado vacante el balcón central de Palacio. Todo ello hasta en tanto logre en su delirio ocupar simultáneamente la plancha capitalina y el balcón presidencial, y, de allí, abarcar entonces ya el cielo y la tierra.
¿Desmesura? ¿Qué más?
Lo mismo pasa con el atentado a Ciro, o las masacres, o los niños con cáncer, o los sismos y huracanes, o el Mundial del futbol, o la invasión a Ucrania: o son hechos a su favor; con lo cual confirma su destino sagrado y manifiesto, o son hechos en su personal contra y su mística misión en el mundo, lo cual los confirma doblemente. Sí, desmesura.
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