Eduardo Sadot
Desde el momento en que se instituyó en México dar abrazos a quienes dieran balazos, se dio “patente de corso” a la delincuencia, la palabra de un presidente que serían respetados, seguramente correspondiendo a un acuerdo con la delincuencia – solamente eso puede explicarlo – entendieron que tendrían impunidad garantizada, así, la delincuencia creció, derecho de piso, homicidios, invasión de inmuebles (cárteles inmobiliarios), asesinatos, distribución de drogas, formando un banco para facilitar e incrementar la llegada de remesas al lavadero encubierto que aumentó las remesas hasta ser la más importante fuente de ingresos por encima del petróleo, por si no quedara claro, el presidente anterior comenzó un discurso de respeto y reconocimiento a la labor de la delincuencia, visitas frecuentes a sus pueblos en Sinaloa, respetuoso y cuidadoso de no llamarles por sus apodos, enviando un mensaje fraternal, al que añadió – por si no quedaba claro – que los delincuentes también eran humanos y además subrayando más su respeto que también eran mexicanos – etiqueta que aprovechó Trump – para justificar su discurso de quienes estén luego de su frontera – evidenciando su incultura – que los peores de los mexicanos eran los puertorriqueños – con ello quedaba claro que del Rio Grande del lado americano, Rio Bravo del lado mexicano, hasta la Patagonia todos son mexicanos. Mucho debemos reconocerle y agradecerle al que sus fanáticos apodan “mejor presidente de México” y en Estados Unidos le dicen el rey del fentanilo #narcopresidente y #fentaniloking.
Nos preguntamos ahora, de los 199 mil asesinados del obradorato, más los 423 de éste año y dos más de avenida Tlalpan, qué los familiares de tantos asesinados no se dan cuenta de las consecuencias de la política de “abrazos no balazos” en lugar de aplicar la ley a la delincuencia, como homenaje a sus muertos, no habrá al menos cinco familiares por cada uno de los muertos, que en su memoria reprueben y voten contra esa política.
La muerte de dos jóvenes talentosos y cercanos a la jefa de gobierno de la ciudad de México, que ha conmovido a la opinión pública por su cercanía con los más altos niveles del poder y que lamentamos todos pero que tampoco le restan importancia a los siete jóvenes católicos asesinados también en la comunidad de San Felipe en Guanajuato.
Cuando hacíamos el examen para obtener el certificado de locutor de radio, nos explicaban que la responsabilidad de estar frente a un micrófono era tan grande, que no podíamos pronunciar mal el lenguaje porque los errores los reproduce la audiencia, menos, hacer apología de un delito porque la sanción era hasta perder la licencia de locutor, ahora imaginemos las consecuencias de ese discurso de odio a los adversarios y servilismo a la delincuencia pronunciada desde el principal medio de difusión del gobierno, violando flagrantemente el artículo 134 Constitucional.
Cómo no van a tener consecuencias esas palabras pronunciadas con tanta vehemencia y a veces con tanta burla. Ese discurso – lo aceptemos o no – ha causado muchas muertes de jóvenes en México con plomo y en Estados Unidos con fentanilo, seguro que el nuevo embajador Ronald Johnson lo sabe. Una garganta, criminal, perversa, ruin e irresponsable, que les disparó palabras, que interpretaron y tradujeron los sicarios con balas asesinas.
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