Vanessa Hernández/Capote
Hace algunos meses se difundió el regreso de Rivera a la televisión mexicana en el remake de una telenovela por demás famosa llamada en su momento Mirada de mujer, que llevó a la exquisita primera actriz Angélica Aragón al lugar que siempre le había pertenecido, porque la trayectoria de Aragón en las telenovelas no era nueva. La historia de Mirada de mujer fue otro parteaguas en la televisión mexicana porque proponía, entre otras novedades, el protagonismo de una mujer en edad madura como protagonista principal, es decir, no ya la virginal joven cuya nula experiencia de vida la llevará a sucumbir ante circunstancias que terminarán hiriéndola, aunque afortunadamente jamás hasta el colapso.
Qué enriquecedor fue para aquellos años hablar de que la vida no concluía con la benevolencia de un buen matrimonio o con la llegada del primer hijo deseado, sino que empezaban puntualmente la lucha contra otros avatares que podían ser desde el divorcio hasta la aceptación de un amor en una tercera o cuarta vuelta. Y que encima de todo aquello, no se precisaban ciertas características físicas para merecer protagonismo. Ni qué decir de una carismática y sensual Margarita Gralia, cuya enfermedad —presumiblemente un sida— significaba para las mujeres de entonces todo un símbolo de lucha y feminismo contra el patriarcado de siempre.
De esta nueva versión llamada Con esa misma mirada, próxima a estrenarse este 21 de marzo a través de la plataforma VIX, se ha dicho que busca “desafiar los estereotipos de las mujeres” y, en palabras de la propia Rivera, se trata de una historia que “habla de la resiliencia y del amor propio”. A mí, lamentablemente, no me cuadran las palabras “resiliencia” cuando salen de alguien que mostró muy poca empatía por las mujeres, y ciertamente sólo puedo pensar en la protagonista mientras posa para la portada de la revista ¡Hola! al pie de las escaleras de Los Pinos, hoy convertido en un espacio que promueve la participación de familias mexicanas a través de la realización de diversas actividades de índole cultural.
Lo que pasó con Rivera me recuerda mucho el mito de Perséfone, quien, raptada por Hades, se ve obligada a vivir en el inframundo. Es inevitable no encontrar ciertos paralelismos entre el inframundo y la política mexicana. Según la analista junguiana Jean Shinoda, el arquetipo de Perséfone es definido por tener la sensación de tener todo ante sí, todo el tiempo del mundo para decidirse, así que espera hasta que algo la haga actuar. Vive en una Tierra de Nunca Jamás como Wendy, jugando sin rumbo en la vida. Shinoda propone para el crecimiento de esta Perséfone, atada a sus terribles circunstancias, la necesidad de tomar decisiones que la impulsen a crecer, a salir de la fantasía donde ha vivido, primero al lado de su madre y luego como mujer raptada y violentada por Hades. Es decir, Shinoda explica, para que Perséfone cobre conciencia de su papel como mujer, es preciso que antes entienda el horror, que lo asuma, lo digiera y lo escupa.
No me cabe la menor duda de que Rivera fue una Perséfone moderna. Una mujer que, aunque no necesariamente fue llevada contra su voluntad al inframundo que es la política mexicana, aceptó por omisión pertenecer y acatar las reglas que en él se llevaran a cabo. A diferencia de la verdadera Perséfone, que supo ejercer la resiliencia que las telenovelas de Rivera —al menos esta más reciente— proponen, Rivera no logró alcanzar el lugar de ama y señora de la política mexicana, sino acaso ser nombrada por los escándalos que rodearon a su entonces esposo y por las actitudes entre ambos —todas grabadas siempre por una cámara— que daban cuenta de la evidente mala relación matrimonial que sostenían.
Para Shinoda, el umbral que ha de atravesar una mujer Perséfone es psicológico: “si quiere crecer, tiene necesariamente que comprometerse y vivir de acuerdo a sus compromisos”, lo que implica participar activamente en la realidad, no sólo a través de la toma de decisiones, sino en la comprensión de su propia persona adulta, con todas las responsabilidades que eso significa. Algo que, en mi observación, como miembro de la sociedad que tuvo a bien constatar el paso de Rivera como primera dama, no sólo no se llevaría a cabo, sino que mostraría con sus acciones claras similitudes con los denominados villanos en el folclor telenovelesco.
Me hubiera gustado ver el regreso de Rivera en historias que retrataran la vida de las mujeres actuales dentro de la política, mujeres que lucharan por causas sociales, mujeres que buscaran la impartición de justicia, mujeres que, por qué no, forzaran al Estado a mirarlas desde otro cristal. Rivera tenía todo para destacar en esta segunda vuelta, no sólo porque podría contar mucho de su paso por la política —más bien decepcionante—, sino porque tenía la obligación de mostrar la resiliencia que sus personajes habían pregonado cuando las desgracias parecían arrinconarlos. ¿No se trataban de eso todas las telenovelas? ¿De revelar la osadía y bravura que existe en cada mujer ante una realidad cada vez más espeluznante? ¿No es una telenovela, a pesar de su formato, literatura llevada a las masas?
Todavía, en los noventa, Televisa era la productora más importante de telenovelas. Buena parte de aquel éxito se basaba en una lectura apegada al momento en que se vivía y, por supuesto, en las personas que daban forma a esa realidad. Los años —no estoy inventando ningún hilo negro— nos obligan a crecer y a desarrollarnos con base en las exigencias de la sociedad en que vivimos. Es una especie de crecimiento paralelo: los individuos dan forma a la sociedad, pero es también la sociedad la que da forma a estos. El problema que anticipo tendrá el remake es que no se ha invertido suficiente tiempo en leer el momento en que (mal) vivimos.
Supongo que es aquí donde entrarían, por ejemplo, las narco series, una especie de conclusión televisiva a la que se debió llegar, pensando que su participación en la vida obligaba a llevar sus oscuras historias a la intimidad de los hogares mexicanos, no tanto para reflexionar en ellas, sino para alardear sobre la existencia de un mundo que, hasta hace menos de treinta años, desconocíamos y que, de algún modo, juntaba muchas cosas en un mismo lugar.
Entonces ocurre lo inevitable: el fenómeno de lo grotesco que vuelve heroico a un criminal y femme fatale a una mujer forzada a entrar en ese mundo de tinieblas, donde lo tendrá todo a un costo muy alto. Esta lectura de otro género televisivo me hace adelantar que, por ejemplo, en “Con esa misma mirada” se aplicará el filtro blanquecino destinado a recordarnos que la historia que vemos sólo ocurre en la geografía de altos vueltos: Roma-Polanco.
Rivera regresa a las telenovelas que se hicieron hace casi treinta años, dejando de lado la posibilidad de mostrarnos aquello que sólo un porcentaje de la población puede ver desde adentro, señalando los fracasos que, como individuos, nos persiguen en plural. Decide conscientemente volver a la fantasía; dicho de otra forma, permanecer en el inframundo. Lo hace en un tiempo en el que las mujeres salen a las calles a hacer valer sus derechos, a gritar cuando son violentadas, a escarbar dentro de las fauces de la tierra misma en busca de sus seres queridos; cuando movimientos como el Me Too hizo lo que instituciones encargadas de proteger a las mujeres no hicieron. Rivera vuelve a la televisión en un sexenio en el que es otra mujer la que gobierna, y lo hace cual Perséfone, con el aprendizaje de todas las que la precedieron corriendo por sus venas. Por supuesto, la telenovela tendrá éxito. La curiosidad por ver lo que la política hace con sus hijas llevará a un buen porcentaje de la población a no perderse ningún capítulo.
No, no vamos hacia delante, sino hacia atrás, hacia 1997, o 2008, como se prefiera.