* Permanece, en el ánimo de los políticos profesionales, una obcecación absurda por conservar intacto el presidencialismo, cuando ellos mismos mutilaron su presencia y representatividad, al despojarlo de los activos del Estado, porque compraron la idea de que el poder político es autosuficiente, y ahora constatan que no se sostiene sin esa fuerza y control que sólo proporciona el dinero
Gregorio Ortega Molina
¿Qué significa, en medio de la precipitación de la decadencia, ser sujetos de un crédito internacional flexible por 88 mil millones de dólares? ¿Es para enorgullecernos? ¿Cuánto de ese dinero -que por el momento sólo está a disposición de la sabia y oportuna decisión de nuestros gobernantes- pagarían los políticos que sólo lo usan para engrandecer la idea de su nicho histórico?
Por el lado que deseen analizarlo y presentarlo como un triunfo, lo cierto es que la disposición que nuestro gobierno -al menos desde la devaluación del 31 de enero de 1976- hace del ahorro y la contribución fiscal de los mexicanos para pagar los intereses de una deuda que se muestra impagable, sólo es una sofisticada forma de neocolonialismo. Si durante la Colonia crearon las encomiendas y se llevaron oro y plata, hoy formalizan el término crédito flexible, por el cual y todavía sin disponer de ese dinero, ya se pagan intereses.
La noticia es escueta: El FMI aprobó, el 27 de mayo último, aumentar en 21 mil millones de dólares una línea de crédito concedida a México, de la que nuestros políticos pueden disponer en cuanto lo consideren necesario para enfrentar contingencias financieras.
“La línea de crédito flexible -como es llamado el mecanismo, aumentó de 67 mil millones a 88 mil millones de dólares- está disponible por dos años y el acceso a los recursos, en caso de requerirse, es inmediato y sin condicionalidad alguna; en caso de que el gobierno mexicano dispusiera de recursos de esta línea de crédito contingente, el peñato no está obligado a asumir ningún compromiso ante el FMI”.
En dos años concluye este sexenio, quieren hacer un fin de fiesta que asegure la permanencia de los priistas en el poder y, de alguna manera evitar las consecuencias sociales que ya anticipan la precipitación de la decadencia, tan visibles como cuando en esos experimentos de química se ven cómo alcanzan el fondo del matraz algunos de los elementos usados para producir otro distinto; eso mismo es lo que quieren, un México diferente, incapacitado para decir “no” a las pretensiones de los EEUU.
Permanece, en el ánimo de los políticos profesionales, una obcecación absurda por conservar intacto el presidencialismo, cuando ellos mismos mutilaron su presencia y representatividad, al despojarlo de los activos del Estado, porque compraron la idea de que el poder político es autosuficiente, y ahora constatan que no se sostiene sin esa fuerza y control que sólo proporciona el dinero.
Corren al desastre, porque además fomentan el mal humor social, como se manifestó en los preámbulos de la jornada electoral de ayer.