Epistolario
Por Armando Rojas Arévalo
ADRIANA: Anochecía. Los pájaros regresaban a sus nidos en los laureles; mientras, el gentío esperaba sobre la plancha del zócalo de la ciudad a que bajaran del primer piso del Palacio de Gobierno el presidente DE LA MADRID, Don LAURO y su sucesor, don ANTONIO RIVA PALACIO.
Era el 18 de mayo de 1988. Hace 36 años. Era la última vez que estaríamos en el despacho del gobernador sus colaboradores, el capitán MAISLIN y yo, y había entre nosotros una especie de tristeza mezclada de melancolía con satisfacción. Se acababan los desvelos y las desmañanadas. Empezaba una nueva vida. No sabíamos cuál sería la reacción de la gente al vernos en la calle, sin cargo ni toda esa
-Señor presidente, le ruego firmar como testigo la fe pública del señor notario.
Era un as que Don LAURO tenía bajo la manga para sacarlo en su última entrevista formal de gobernador con el presidente de la República. Se trataba de un acta protocolaria en la que el notario daba testimonio acerca de cuánto dinero había en la caja fuerte del despacho del gobernador, y cuánto dinero -20 mil millones de pesos –de aquellos) había en las arcas de la tesorería estatal.
-Don LAURO no es necesario –dijo el presidente.
-Hágame usted el honor, señor presidente. Es indispensable que usted y don Antonio sepan cuánto dejamos en la caja fuerte para gastos imprevistos y cuánto hay en la tesorería para pagar los salarios de los trabajadores sin necesidad de acudir a pedir prestado para la nómina del próximo mes. .
-Señor Notario –le dijo Don Lauro al fedatario. “Hágame el favor de informarle al señor presidente a cuánto asciende la deuda estatal.
-Ninguna deuda, señor presidente; no encontramos ninguna deuda; todos los compromisos están cubiertos -dijo el notario.
Después, todos salimos a la explanada del zócalo para ir al recinto del Congreso a la toma de posesión del nuevo gobernador.
La multitud siguió a pie a la comitiva gritando porras al gobernador que se despedía. Don LAURO mostraba su gran sonrisa, del brazo del presidente.
Una catarata de recuerdos y añoranzas vino a mi mente y me llegó al corazón. El hombre al que como periodista critiqué y ataqué dos o tres veces, se convertía en mi ídolo. Así se lo dije tiempo después. “Usted tampoco me caía bien. El señor presidente LÓPEZ PORTILLO me dijo que lo pusiera a prueba, y mírenos”.
Al terminar el acto en el Congreso, Don LAURO, ya sin el acompañamiento del Presidente, porque éste salió minutos después del brazo con RIVA PALACIO, abordó el autobús oficial que MAISLIN había conseguido para llevar al ya ex gobernador y a sus colaboradores a la casa de Xochitepec, para despedirnos personalmente de él.
Hora y media antes habíamos estado con él en el cambio de gobernador. En el rostro del capitán MAISLIN y en el mío, semblante de tristeza. Pero también de descanso.
Había en el rostro del capitán MAISLIN y en el mío, semblantes de tristeza, pero relajados porque se acababa el ajetreo. Se acababa el trajín.
De la Madrid, el presidente, se había quedado un rato más en Cuernavaca, después de ser el testigo de honor de la transmisión del poder ejecutivo del estado.
Cuando bajamos en la casa de don LAURO, contritos, tristes y melancólicos, don LAURO nos dijo: “Suavidad y maña; moderación y juicio, señores, como decía Don Porfirio”.
“El tiempo nos seguirá reuniendo; no se preocupen por el que dirán, los que vengan nos harán famosos”, sentenció Don LAURO al despedirse de todos los que viajamos con él en el autobús.
“Los que vengan nos harán famosos”, frase que se me quedó muy grabada, hasta hoy. Para bien o para mal, los que vienen hacen “la sopa”.
Mi recuerdo más cariñoso y leal para quien gobernó con mucha inteligencia, a nadie insultó, a nadie le hizo daño; a todos les dio juego y a todos los morelense les hizo recobrar su historia. Gobernó con todos; ahí están en los archivos las reuniones de fortalecimiento municipal, en donde todos pedían y a todos les daba públicamente recursos con la responsabilidad de resolver los problemas.
Nadie. ¡NADIE! Puede acusar o denunciar que hubo actos de corrupción y de enriquecimiento.
Digo sin falsa modestia que sigo caminando por las calles y lugares públicos de Cuernavaca, con la frente en alto, sin recibir vituperios. Como todos los que con don LAURO servimos a Morelos.
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