Por Aurelio Contreras Moreno
En época de campañas, los aspirantes a cargos de elección popular prometen “el oro y el moro” a los ciudadanos para intentar convencerlos de que con sus propuestas el país, el estado, el distrito, el municipio, saldrán adelante.
No importa que lo que se prometa sea inalcanzable. No importa que el candidato en cuestión no tenga capacidad para cumplir con lo que ofrece. No importa que se carezca de herramientas, capital humano y económico para lograr la meta prevista. No importa tampoco que el ofrecimiento sea absurdo e incluso perjudicial si de verdad se llegase a concretar. Lo que vale, lo importante es elevar la oferta en un mercado electoral, como el mexicano, en el que la demanda suele conformarse con muy poco para engancharse con un producto político que le ofrece la solución a todos sus problemas.
Por ello es que casi en la totalidad de los casos, los candidatos que se alzan con la victoria en las contiendas electorales terminan defraudando por completo a quienes les entregaron su confianza de manera cuasi incondicional, ciega, sin cuestionar la viabilidad de lo que se estaba ofreciendo en la campaña.
Las desilusiones a la hora de enfrentar un ejercicio de gobierno o una tarea legislativa suelen ser gigantescas. Aun cuando desde un principio hubiera sido más que cuestionable lo que el candidato o candidata ofrecía a un electorado ávido por esperanzarse con algo. A pesar de que con un poco de análisis a las propuestas presentadas, ni siquiera con demasiada profundidad, hubiera resultado evidente que éstas eran meras quimeras, utopías lanzadas al aire para una audiencia inmersa en una telenovela electoral en la que la historia casi nunca tiene un final feliz.
Esto viene a cuento luego de que el lunes pasado, tanto el Frente Ciudadano por México –que integran PAN, PRD y Movimiento Ciudadano- como el Movimiento de Regeneración Nacional dieron a conocer sus respectivas plataformas de lo que pretenden hacer con el país si llegan a ganar la Presidencia de la República en los comicios de 2018.
Como cualquier programa de gobierno, lo presentado por estas opciones políticas incluye aspiraciones universales, como acabar con la pobreza, con la desigualdad y con la corrupción, y ofrecer en cambio oportunidades de desarrollo para todos. Son, en cierta forma, los lugares comunes que se escuchan en todas las campañas y que casi nadie se cree ya, porque nunca van acompañados del cómo se van a cristalizar en la vida real.
Pero al revisar algunas propuestas más concretas, se advierten esas infaltables promesas sin asidero con la realidad, pero que paradójicamente son las que provocan mayor aceptación y euforia entre los seguidores de uno u otro bando.
Por ejemplo, el Frente Ciudadano por México promete que por el solo hecho de ser mexicano, el gobierno pague a los ciudadanos una “renta básica” para de esa manera combatir la pobreza. Propuesta que suena al mismo asistencialismo que se estila desde el salinista “Solidaridad” y sus sucesores en los gobiernos que le siguieron. Sólo que ahora sería generalizado y no destinado únicamente a los sectores marginados. Similar a lo que sucede en países de Europa con los apoyos por desempleo, sólo que sin los recursos ni las condiciones de vida de esos lares.
Morena no se queda atrás. Entre otras cosas, ofrece acceso universal a la educación superior eliminando los exámenes de admisión a las universidades públicas. Propuesta burda y simplona, que no toma en cuenta la crisis financiera por la que atraviesan prácticamente la totalidad de las instituciones públicas universitarias del país, ni los problemas de capacidad de las mismas para atender la enorme demanda existente.
Esos dos pequeños botones de muestra de las propuestas que ya están sobre la mesa, confirman el viejo adagio de que prometer no empobrece; dar, cumplir, es lo que aniquila.
Si lo sabremos en Veracruz actualmente.
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